“Todo lo que tuvimos que hacer para llegar a los libros fue increíble, pero había que hacerlo. Digamos que no había otra oportunidad: había que hacerlo sí o sí. Pero fue una locura meternos en esos lugares. Ahora – diez años después, doce años después, no sé cuanto pasó – uno se pone a pensar. Treparse y entrar por atrás. Treparse por lugares donde dos días atrás había explotado una bomba y los cimientos podían estar flojos. Caminar por una medianera. Saltar alguna ventana. ¡Era una locura! Eso habla de nuestra inconsciencia. Digamos que éramos inconscientes pero, a la vez, teníamos la responsabilidad de hacerlo”.
Diego N. fue uno de los jóvenes voluntarios que fueron al rescate del archivo y biblioteca del IWO (Idisher Visnshaftlejer Institut - Instituto Judío de Investigaciones) yacentes entre los escombros de la AMIA, pocos días después del terrible atentado del 18 de julio de 1994. Fundado en Vilna en 1925, el IWO se propuso como objetivo el estudio y la preservación del patrimonio cultural del pueblo judío. En 1928 inauguró su sede en Buenos Aires. Tras el saqueo y destrucción del IWO lituano durante la Segunda Guerra Mundial, su sede porteña fue trasladada a la AMIA y comenzó a funcionar en forma independiente, convirtiéndose en uno de los archivos de la cultura judía más importantes del mundo.
“Después de la AMIA, del IWO, quedé muy mal (…) soñaba cosas terribles. Por ejemplo, que abría un libro y aparecía una mano, ¿viste? Soñaba cosas terribles.” (Maite Zunino)
“Lo peor eran los olores. No se borran.” (Saúl Gusis)
En terribles condiciones, con los cuerpos de muchas de las víctimas aún aplastados por los restos del edificio, cientos de voluntarios trabajaron frenéticamente para salvar los más de sesenta mil libros, manuscritos, cartas, audios, afiches, fotografías, dibujos, cuadros y videos que habían quedado a merced del invierno porteño. Cuando los escombros fueron trasladados a otros lugares, hubo quienes los siguieron para continuar con el rescate.
“¿Cómo no íbamos a rescatar los libros? ¡Si estábamos rescatando vida, vida pura!” (Martín)
Si bien los libros que habían quedado irrecuperablemente dañados fueron, según lo prescribe el ritual, enterrados en el cementerio de La Tablada, lo cierto es que los rescatistas lograron salvar la mayor parte. Hicieron posible que el IWO esté hoy más vivo que nunca: no sólo tiene una nueva sede, sino que también se halla muy avanzado el proyecto de digitalización de su archivo, que permitirá que cualquier ciudadano del mundo lo consulte en Internet. La poderosa bomba que esa trágica mañana de 1994 estalló para sembrar el terror y la muerte no pudo destruir las voces de la memoria. Menos aún pudo con la pulsión de vida de aquellos que las rescataron de la destrucción.
(Los testimonios se han extraído de Compte, R., Crónica de los jóvenes que rescataron la memoria, Editorial Generación Joven, Bs. As., 2006)
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
Imprimir
No hay comentarios:
Publicar un comentario