PIES DE IMAGEN

Frutas sobre la mesa, por Miguel Vitagliano


La canciller alemana Ángela Merkel sirve té, o acaso café, en el desayuno de trabajo del 21 de julio en Bruselas, junto al Primer Ministro de Grecia, Yorgos Papandreu, y el Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy. Un día antes Merkel había convocado a Sarkozy a la ciudad de Berlín, no a la capital de la UE (Unión Europea), para ultimar los detalles del “plan para salvar” a Grecia. La foto de AFP (Agence France-Presse) parece mostrar lo que quizás en otro momento alguien hubiera definido como el revés de la trama. En la imagen todo está a la vista: Merkel oficia de anfitriona aun estando en Bruselas, no en vano Alemania acredita cerca del 20% de la totalidad del presupuesto de la UE; Sarkozy de espaldas, definiendo un segundo lugar dentro de los primeros en llevar adelante las decisiones; y el premier griego algo incómodo ante el rescate financiero de 158.000 millones de euros, que más que paliar la crisis de su país pretende sostener el cada vez más debilitado reino de la moneda única. Cada uno de los 11 millones de griegos pasará a ser deudor de 46.181 euros. Pero la fotografía pone sobre la mesa algo más, es un remedo de naturaleza muerta donde los jugos y el agua mineral escoltan galletitas y frutas. Sin camareros ni manteles, ni platos para las manzanas.
     Una austeridad inusual, presumo, en las invitaciones a compartir la mesa en cualquier hogar, sea citadino o campesino. Una austeridad de lo íntimo que tiende a proponer en plano de igualdad a los personajes fotografiados y a quienes observamos la imagen. William Shakespeare fue quien por primera vez expuso ante el público de la Europa moderna a un príncipe fatigado, molesto con su propia vestimenta y con ganas de beber cerveza. Aunque la historia de la literatura no nos permita reconocer, como decía Roland Barthes, en qué momento de un drama los espectadores de siglos anteriores derramaban conmovidos sus lágrimas, sabemos que esa escena de Enrique IV produjo un impacto muy particular en el público porque el propio amigo del príncipe Enrique replica sorprendido al escucharlo: “¿A eso hemos llegado? Yo pensaba que la fatiga no se atrevería con alguien de sangre azul? ¿Puede un príncipe ser tan poco refinado para desear una bebida tan floja?”
     El príncipe Enrique, el futuro Enrique V de comienzos del XV, fue en aquel drama histórico de Shakespeare estrenado en 1597 el primer noble igualado en la intimidad del hombre común. El príncipe tenía los mismos apetitos y debilidades que cualquiera de los espectadores en el teatro El Globo. El personaje construido por Shakespeare dejaba al desnudo, en definitiva, al hombre que había detrás del personaje del príncipe construido por la Historia. Desde el siglo XX, especialmente el cine y la televisión han explorado tanto esa tendencia de igualación entre mandatarios y representados que la sorpresa se nos ha adormecido. Con frecuencia estamos expuestos a las vacilaciones íntimas de reyes y presidentes, tiranos y demócratas, los hemos visto dudar en bunkers, despachos, automóviles y aviones oficiales, descalzos, ansiosos, inseguros, tartamudos, sedientos, inapetentes, incluso mirándose a sí mismos en televisión… Tan habitual se nos ha vuelto el artificio que las confesiones públicas de los mandatarios reales acerca de sus “deslices”, generalmente sexuales, adquieren para muchos visos de ficción y hacen que reclamemos la realidad. Cuando Shakespeare sostenía que el mundo era un gran teatro, lo decía reconociendo una resistencia en la escucha y, sobre todo, lo decía como un desafío que aspiraba a poner por delante las fuerzas dinámicas de la vida ante la estática rigidez del status quo. Lo que llama la atención es que hoy se tome ese principio pero con un fin opuesto. ¿Por qué AFP habrá decidido publicar esa fotografía del desayuno de trabajo y no otra? ¿Quién es el verdadero artífice de esa imagen de poses instantáneas?
     Una foto que pretende anclar y verificar un acontecimiento del presente, y que, sin embargo, parece apelar al público de fines del siglo XVI. En otras palabras: niega el transcurrir histórico, o al menos a quienes pretende dirigirse buscando su empatía como público de un teatro del pasado. Fue Erich Auerbach el primero en llamar la atención sobre el impacto popular de ver y oír a un príncipe que se igualaba en la intimidad a cualquier mortal. Lo escribió en uno de los capítulos de Mímesis (1942), una de las obras más importantes de la teoría literaria del XX que el gran profesor alemán compuso durante su exilio en Estambul. Pensaba en Mímesis como la memoria de Occidente reunida a través de su literatura, un legado para los futuros sobrevivientes de la destrucción que estaba perpetrando el nazismo. A juzgar por las obras analizadas en Mímesis, cabe decir que Occidente abarcaba para Auerbach exclusivamente el mapa de Europa. Auerbach murió en 1957 en EE.UU, el mismo año en que se plasmó el primer bloque para la construcción de la comunidad continental europea. Fue, sin embargo, durante la década del 80 cuando el proyecto cobró un vigoroso impulso, liderado desde Francia por François Mitterand y en Alemania Federal por Helmut Kohl. En 1999 la UE colocó como corona de su proyecto la instauración de una moneda única, el Euro, que una década más tarde corre serios riesgos de disolverse.
     En la fotografía, el premier griego parece seguir con atención un comentario de su par francés. Yorgos Papandreu es hijo y nieto de dos encumbrados políticos que lo antecedieron en la función de Primer Ministro de Grecia. Desde su columna en The New York Times, Landon Thomas Jr. sostiene que el actual mandatario “está siendo forzado a imponer un régimen de austeridad que podría revertir muchos de los logros sociales alcanzados por su padre” (ver.: Clarín, 23/VII/11), quien fuera elegido en el cargo en reiteradas ocasiones entre 1981 y 1996. Sugiere, además, como un dicho de otros –“algunos cuestionan”, escribe- que le faltaría habilidad para comunicarse en griego, su segunda lengua después del inglés, para argumentar “por qué el país ya no puede darse el lujo de mantener el Estado que su padre construyó”.
     No deja de asombrar que el Estado deba regularse según los designios del mercado; es decir, como si en las últimas décadas los principios de la oferta y la demanda hubieran adquirido carácter de garantía de la cosa pública. Antes de dejar la vida librada a la suerte del mercado y convertirnos en posibles sobrevivientes de una destrucción en cadena, podríamos pensar perentoriamente, asumiendo los ajustes técnicos del caso, que el llamado Estado de Bienestar –lo aludido por Landon Thomas Jr.- sea un modo estratégico de concebir el Estado en tiempos en que el mercado quiere arrebatarle su lugar. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, propone no sólo imbricadas las crisis a ambos lados del Atlántico, en Bruselas y en Washington, sino también considera imbricadas la ineficacia de las respuestas para superarlas: recortes del gasto público que no miden las consecuencias que ya ha enseñado la historia. No duda en referirse a “la falta de sabiduría de las élites políticas” que ante la situación de crisis hacen “caso omiso de las lecciones de la historia” (ver: El País, 23/VII/11).
     Tres años después del estreno de Enrique IV, Shakespeare dio a conocer Enrique V, el drama histórico en el que el joven príncipe se nos presenta como rey. Enrique V planea su avance sobre Francia, reclama buena parte del territorio galo que le pertenecería por herencia. Mientras en Ruán, en el palacio real, la princesa Catalina se desvive por aprender inglés como si supiera de antemano del matrimonio que ya le ha asignado la Historia, los nombres más comunes del cuerpo -“esas palabras que suenan mal en boca de una mujer”, como replica su doncella devenida en maestra de idioma-, en Inglaterra el rey Enrique ordena a sus consejeros “Leed la Historia”, para que no olviden que cada acción no sólo tiene la respuesta de los adversarios directos sino que cuando se hace temblar la tierra de otro siempre estamos expuestos a que haya terceros que nos sacudan el propio territorio.

Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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