sa casa de la calle Riobamba era prefabricada, una miniatura.
En esa casa escribía en el armario. Un espacio entre el baño, la cocina y el dormitorio, que se abría para escribir y se cerraba para guardar. Era el antecedente del archivo digital, pero entonces yo no lo sabía. Tipeaba por las noches, culpable por molestar, por no compartir el lecho, por la luz encendida.
En esa casa me embaracé, sufrí mi primera pérdida, y los espasmos se fueron sólo cuando permití que la sangre arrasara con todo.
En esa casa pinté lila y blanco los muebles del dormitorio, la alacena verde y amarilla, los muros rosados.
En esa casa fui joven y tuve tres perros: Violeta, Zorba, Bakunin. A Violeta la atropellaron y debí entregarla al veterinario para su sacrificio. Todavía hoy, cuando siento pena, me acarician sus ojos dulces. Zorba huyó del estruendo del año nuevo. Bakunín se quedó hasta la muerte. Cuidando el lugar de quien no volvería. Yo.
Miedos, utopías, nacimiento y muerte, la revolución, el amor: la ascensión del Chimborazo.
Todo permaneció intacto en esa casa que esta noche me visitó en sueños, envuelta en celofán, como un regalo de Christo, anexada a mi vida hasta el fin del mundo.
Voy a entrar en ella.
Esther Anrdadi, Berlín, octubre de 2011
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1 comentario:
¡Qué hermoso, hermoso texto!
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