MAPAS COMPARTIDOS

Palabras: “Desorientarse”, por Dardo Scavino


o sé que en cuestión de religiones la verosimilitud no es de rigor, pero hay que reconocer que los griegos se mostraban más realistas que sus vecinos galileos. Tomemos el caso del Dios cristiano y de Zeus, su predecesor. Desde toda la eternidad, la actividad sexual del primero se habría reducido a un único encuentro amoroso con la doncella nazarena, y ésta no habría perdido su virginidad ni siquiera después de haber conocido al todopoderoso, metamorfoseado en sombra para tan excepcional ocasión. Zeus, en cambio, tenía una actividad sexual copiosa, efectuada bajo el aspecto de diferentes seres y animales con el objetivo de burlar la vigilancia de su esposa. Y cuando amaba a una doncella, ésta se despedía para siempre de su himen.
    Es lo que le sucedió a Calisto, la ninfa más agraciada del séquito de Artemisa. Sabiendo que Hera la perseguiría, a continuación, para vengarse, Zeus convirtió a la ninfa en osa, aunque el relato de esta metamorfosis habría sido una manera de recordar su país de origen: la Arcadia o el país del oso, árktos. Lo cierto es que Artemisa descubrió esta artimaña y, furiosa por la pérdida de la castidad de la doncella, la atravesó con una de sus flechas. Para honrar su memoria, su amante olímpico la convirtió en la constelación que guiaba por las noches a los navegantes: la Osa Mayor que, como recordaría Homero, “no se baña nunca en el Océanos”.
     “La misma Calisto que erraba por los campos de Arcadia convertida en osa”, escribiría Propercio más tarde, “ahora guía a las naves con sus estrellas por las noches.” Aunque los romanos pensaban que las siete estrellas de esa constelación eran siete bueyes, y la denominaban, como consecuencia, Septentrion, seguían recurriendo a la variante griega arcticus para referirse al norte, y a su opuesto, anti-arcticus o antarcticus, para aludir a las antípodas.
    Pero el Dios venido de Jerusalén no tardó en reclamar sus derechos sobre los territorios romanos, y cuando logró someterlos, sus adictos empezaron a construir los templos en dirección al Oriente, es decir, hacia el lugar del Nacimiento o la Aurora. A los peregrinos les bastaba entonces con observar la capilla más cercana, para llegar, precisamente, a orientarse. De modo que, desde aquel entonces, nos encontramos con esta curiosa sinonimia: desorientarse significa, para nosotros, perder el norte.
    En esta expresión, no obstante, se insinúa la huella de otro momento histórico crucial: cuando los rubicundos ocupantes de las islas llamadas británicas empezaron a surcar los mares y lograron que las demás lenguas europeas adoptasen, y adaptasen, los vocablos que ellos utilizaban para nombrar los puntos cardinales: north, south, east and west.
    Estas denominaciones tenían, es cierto, una ventaja. Para un español, por ejemplo, el sur era el mediodía porque se trataba de la posición en que se encontraba el sol a esa hora, es decir, cuando las sombras de los cuerpos apuntaban, cortas, hacia el norte. Pero bastaba con que los navegantes atravesaran la línea del Ecuador, para que esta denominación perdiera (nunca mejor dicho) sentido. Cuando hablaban de sud, en cambio, los españoles ya no confundían el punto cardinal con la posición del astro (a pesar de que el término south también provendría de una palabra germana que significaba sol). El inglés no sólo va a convertirse en la koiné de los mares sino también de la mundialización: la astronomía y la meteorología europeas perdían todo valor a medida que los navegantes se alejaban de este continente.
    Pero para que éstos pudiesen abstraer los puntos cardinales de las referencias europeas y de las mitologías religiosas hizo falta que sus pares musulmanes trajesen desde Extremo Oriente la brújula (que, dicho sea de paso, también les permitió a los franceses decirse déboussolés cuando están desorientados o cuando pierden el norte, sí, pero magnético). ¿Esto significaría que la técnica desacraliza y desterritorializa los lenguajes? A lo mejor. Preparémonos, en todo caso, para que dentro de unos años empecemos a hablar de gepesizarse, o algo así, a la hora de orientarnos.

Dardo Scavino (Buenos Aires / Bordaux)
Imprimir

No hay comentarios:

Publicar un comentario