APUNTES

David Viñas: Del Adán Buenosayres a Tartabul, por Susana Cella


Hablar de David Viñas suele ser sinónimo de aludir al impetuoso polemista que enfáticamente pronunciaba sus cuestionamientos. Si es la obra el tema, habitualmente se nombra un texto cuyo origen se remonta a la década del sesenta, y que siguió escribiéndose, como si su autor hubiera respondido lisa y llanamente al imperativo del devenir. Se trata, obviamente, de Literatura argentina y realidad política, del que alguna vez se llegó a decir que quizá fuera “la novela” de Viñas. Según se interprete, podría pensarse que tal juicio disminuye su lugar de novelista, o incluso que subestima esa manera de escribir crítica. Aunque, visto desde otra perspectiva, esta afirmación podría estar valorizando la obra al reconocer en esa escritura aquello que puede atraer de una novela: las vívidas imágenes de los personajes, la sutil organización de una trama y la expectativa que despierta un episodio, todo lo que, referido a la literatura –a su modo de hacerse y sus protagonistas- le otorga el siempre anhelado sitio de centralidad en el imaginario social. Por otra parte, el hecho indiscutible es que Literatura argentina y realidad política es un hito en la historia de la literatura argentina, ha dejado su rastro y derrotero en un modo de organizar y leer los textos, que, a favor o en contra, no puede soslayarse.

    Pero esa obra, con toda su importancia, no relega a las demás, y quizá basten dos ejemplos para demostrarlo, uno de cada género: el ensayo Indios, ejército y frontera y la novela Los dueños de la tierra. Cada cual con sus rasgos propios, pero al mismo tiempo, con algo en común, una zona que comparten y de la que ambos se benefician, la lucidez en el análisis, para la novela, y la contundencia de un andamiaje narrativo o de puesta en escena que concretiza un problema, para el ensayo. Desde luego, está en todos ellos el estilo inconfundible del autor, y, no menos importante, la obsediente relación entre literatura y política.
    A partir de la inicial novela Cayó sobre su rostro de 1955, la narrativa de Viñas fue sucediéndose durante más de medio siglo hasta llegar, como desenlace, a un texto en el que el gesto abarcativo se reitera, pero esta vez en la configuración –y hablar aquí de configuración es más que adecuado- de una novela sorprendente, Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX.
    Desde el título, con esa típica “o” a la que Viñas no renuncia, aparece, característico del autor, su gesto de desafío, que en la novela se verifica de muchas formas. ¿Quiénes son esos últimos argentinos del siglo XX? ¿A quiénes aluden personajes como el Chuengo, Piti, Tapir, Moira, Griego, Tartabul, Paula, para nombrar a los principales? ¿Tienen un carácter representativo? ¿Hasta dónde se expanden al desplegarse sus respectivas historias? Bien puede decirse que precisamente a un largo período, que de un modo u otro, lleva a contemplar el siglo entero, pero en particular, las cuatro décadas finales y el despuntar del nuevo.
    Como si se tratara de una especie de metáfora, lo de “últimos hombres del siglo XX”, sería algo así como una memoria y balance, no precisamente fijados en planillas simétricas. Hacer memoria, en el sentido de recordar y asimismo en el de escribir lo que se recuerda, pero no en tanto nostalgia o evocación, sino como conflicto presente, incisivo, es precisamente lo que la novela logra. Refrescar la memoria. Efecto y efectividad. Sentido. Muchas frases o situaciones que Viñas incluye en la novela, resultan, en el pasado argentino, reconocibles, y más, tangibles, ya que no se deshace ni abstractiza el tiempo sino que al contrario, está ahí, espeso y lacerante. Nada más lejos de esta escritura que los eufemismos, al contrario, se trata de llamar a las cosas por su nombre, de poner el punto sobre las íes. Sin embargo, y aquí otro de los retos, qué nombre tienen las cosas, ciertas cosas, en cierto lugar. En respuesta, Viñas parece meter la mano, a fondo, sin temor de ensuciarse o lastimarse, en el magma de la lengua, a fin de incorporar todo lo que venga bien para hacer el recuento de lo que esos últimos argentinos hicieron. Surgen así palabras coloquiales, cultas, de otra época, palabras asociadas por semejanza, palabras inventadas, diminutivos varios, derivaciones de una palabra, a veces extrañas, nombres propios abundantes, sean de marcas, de localidades, de personas (de los más diversos ámbitos). Tal variedad y mezcla se amalgama por un tono común, el tono distintivo de un habla específica. La novela está escrita en el idioma de los argentinos, con sus expresiones y modalidades usadas antes y ahora, o sea, en un espesor que nuevamente remite a la acumulación de años, de hechos vividos, de calles y barrios de Buenos Aires, de próceres o de otros últimos argentinos, contemporáneos, y con sus nombres y apellidos reales.
    Sin otra regla de orden que su propio impulso expresivo, con ritmos acordes a cada situación, el lenguaje dista de ser convencional para tornarse un lenguaje rebelado. La rebeldía tiene su riesgo, y precisamente es en la zona de riesgo donde se ubica el relato, por eso el lector podrá hacer cualquier cosa menos recibir apaciblemente eso que lo interpela, lo desconcierta y no cesa de plantearle inquietudes de todo tipo al hablar, en una lengua propia y extrañada a la vez, de los recovecos y sinuosidades de la historia nacional. Y lo hace en diez grandes capítulos dentro de los cuales pueden aparecer cartas, diálogos, anécdotas, citas, epígrafes, apuntes, etc., el denominador común es que todo eso está fragmentado, no hay tampoco un orden cronológico, más, la temporalidad está dislocada. La historia hecha de retazos a su vez rasgados.
    Con Tartabul, el ademán impugnador de Viñas se manifiesta de un modo peculiar al lanzar esta novela a un escenario como reto contra el facilismo, la liviandad, la pobreza idiomática, y los clisés narrativos o lingüísticos. Sus palabras tienen peso, sabor, volumen y densidad, como cuerpos. En este aspecto, cuando Guillermo Saccomano concluía en un artículo que es “difícil separar la marca en el cuerpo de la marca en el papel” quizá sea precisamente porque Viñas alcanza un acercamiento máximo entre escritura y experiencia, o dicho de otro modo, porque inscribe el cuerpo en carne, sangre, gozo y dolor. Con el trazo horadante que no es sino la incitación de su legado.


Susana Cella (Buenos Aires)
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