Un hombre cuyo rostro refleja alegría y tranquilidad va conduciendo su automóvil, al compás de la música de Rossini. La ruta lo lleva hacia la boca de un túnel, entra en él y la situación cambia radicalmente. En la semioscuridad comienzan a oírse crujidos, caen piedras de la bóveda del techo, se abren grietas y a través de ellas va fluyendo agua. El hombre, desesperado, se da cuenta que ha quedado atrapado dentro del túnel. Súbitamente, vestido con su pijamas, salta de la cama y se encuentra ante su psicoanalista, que lo tranquiliza diciéndole que el Banco de Roma se ocupará de librarlo de sus peores pesadillas. Acto seguido, las puertas del banco se abren y el hombre, aún en pijamas, se dirige hacia las ventanillas de las cajas, en donde encontrará la confortable cama que le garantizará un sueño tranquilo.
He aquí uno de uno de los tres anuncios publicitarios para televisión que Federico Fellini realizó para el Banco de Roma en 1992. En septiembre de ese mismo año el tríptico se presentó, sin mucho suceso, en el Festival de Venecia. La relación de Fellini con la televisión era de larga data. A partir de 1970 la RAI financiaría, en colaboración con otras productoras, varias de sus películas, a saber, Los clowns (1970), Ensayo de orquesta (1978), Y la nave va (1983), Ginger y Fred (1986), Entrevista (1987) y La voz de la luna (1990). Ya desde la época en que filmó Los clowns Fellini vio en las producciones para la televisión una posibilidad de liberarse tanto de los largos preparativos como de los problemas, conflictos y condicionamientos propios de la industria del cine. Buena prueba de ello fue Ensayo de orquesta: contra lo acostumbrado, la película se rodó en un clima casi festivo en las cuatro semanas previstas, sin salirse nunca del presupuesto ni surgir ningún gasto imprevisto. Con la televisión Fellini sentía que renovaba el aire y llegaba a muchos de los espectadores que los cines comenzaban, lenta pero sostenidamente, a perder. “Condenar la televisión - según rezan sus palabras más citadas en este sentido - sería tan ridículo como excomulgar a la electricidad o la teoría de la gravedad”.
Claro que no todo era un lecho de rosas. Durante los años ochenta Fellini adoptó una postura crítica frente a la televisión vista desde una perspectiva fundamentalmente empresarial. Refiriéndose a cadenas privadas de empresarios como Silvio Berlusconi, llegó a escribir en un editorial publicado en 1985 en el semanario L´Europeo que “esas televisiones no merecen sobrevivir”. Más aún, lo que más lo ofendía era la costumbre de insertar anuncios comerciales en medio de la proyección de las películas. “La constante interrupción - seguía escribiendo en el editorial - de las películas emitidas por las cadenas privadas son pura y simplemente un abuso, y no sólo contra el autor y su obra, sino también contra el espectador. Se acostumbra a éste a un lenguaje entrecortado, balbuciente, a una periódica suspensión de la actividad mental, a una constante dispersión de la atención, que acabará haciendo de él un idiota incapaz de concentrarse, de reflexionar, de establecer nexos mentales y previsiones, un idiota insensible a esa musicalidad, a esa armonía, a esa euritmia que siempre tiene una narración… El único resultado de alterar una sintaxis articulada es crear una ilimitada audiencia de analfabetos”. Llegó incluso a iniciar acciones legales por estos motivos. Aparecida en esos mismos años, Ginger y Fred puede ser leída como una dura crítica hacia esta clase de televisión.
El 19 de enero de 1992 el Corriere della Sera celebraba el septuagésimo segundo cumpleaños del gran riminés con el siguiente titular: “Fellini, cumpleaños de un desempleado”. Tras La voz de la luna Fellini no había podido volver a conseguir financiación para sus proyectos. Los productores temían que sucediera lo de siempre: costos exorbitantes y plazos prolongados, con indudables obras maestras que eran rentables en contadas ocasiones. La situación se mantuvo igual al año siguiente, volviendo una vez más el Corriere della Sera a la carga con el tema. “¿Qué ocurre en nuestro cine?” fue la pregunta que sacudió a la opinión pública italiana. Más allá de las promesas y manifestaciones de apoyo, en definitiva nada se hizo. De allí que el director aceptara con agradecimiento la oferta para realizar los anuncios del Banco de Roma. Su muerte en 1993 los convirtió en sus últimos trabajos. No deja de resultar algo paradójico que, tras su actitud militante frente a la inserción de anuncios comerciales durante la emisión de películas por televisión, la obra de uno de los mayores creadores el cine de todos los tiempos se cierre justamente con tres anuncios comerciales para televisión. La consolidación del argumento de la rentabilidad haría que, contra sus deseos, las cadenas privadas no sólo sobrevivieran, sino que florecieran de una forma que Fellini nunca hubiese podido prever. Era el triunfo del mundo de Berlusconi, como un sufrido Nanni Moretti se encargaba de puntualizar en películas como Aprile (1998) o El caimán (2006).
Alcides Rodríguez,
Buenos Aires, EdM, Diciembre 2012
La mayor parte de los datos y citas se han extraído de Kezich, T., Fellini, la vida y las obras, Tusquets, Barcelona, 2007
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