APUNTES

Los niños de Pedro Melenas, por Alcides Rodríguez


“La K es de Kate, golpeada por un hacha”

“La G es de George, asfixiado bajo una alfombra”
“La I es de Ida, que se ahogó en un lago”
“La F es de Fanny, completamente succionada por una sanguijuela”
“La L es de Leo, que se tragó unas tachuelas”
“La R es de Rodha, consumida por el fuego”


He aquí algunos ejemplos extraídos del alfabeto infantil que se lee en Los pequeños macabros (The glashycrumb tinies) del escritor, artista e ilustrador estadounidense Edward Gorey. Publicado en 1963, cada letra es la primera del nombre de un niño o una niña que, sin sospecharlo, será víctima de un particular tipo de muerte.




Las historias contadas en este alfabeto impactan sin necesidad de recurrir a maneras morbosas o asqueantes para contar el inevitable final de cada una de las criaturas. El aire decimonónico que hay en los niños dibujados por Gorey y su trágico destino recuerdan los que aparecen en un clásico de la literatura infantil del siglo XIX, Pedro Melenas (Struwwelpeter), del médico alemán Heinrich Hoffmann. Publicado por primera vez en 1845, el libro se hizo inmensamente popular. A lo largo de un siglo y medio conoció más de quinientas ediciones y varias decenas de millones de ejemplares en todos los formatos, incluido el digital. Se tradujo a numerosas lenguas de todos los continentes, encargándose el mismísimo Mark Twain de la traducción al inglés. En una carta publicada en 1892, dos años antes de su muerte, Hoffmann revelaba por qué se le había ocurrido la idea de crear Pedro Melenas. Durante la navidad de 1844 buscaba un libro para regalarle a su pequeño hijo. Su disconformidad con las historias de piratas y los libros moralistas que le ofrecían en las librerías lo llevó a escribir el libro que, según su entender, su hijo necesitaba. Convencido de que los niños pequeños no son capaces de comprender el sentido de los elevados conceptos morales que se les intenta inculcar, Hoffmann recurrió a la imagen impactante como estrategia formativa. “El dibujo - escribía en la carta – de un desarrapado, sucio, de un vestido en llamas, la imagen de la desgracia le instruye (al niño) más que todo lo que se pueda decir con las mejores intenciones”. Un editor amigo suyo, Zacharias Löwenthal, lo convenció de publicarlo. El título original, Historias muy divertidas y estampas aún más graciosas para niños de 3 a 6 años fue cambiado en su tercera edición por el de Pedro Melenas: Estampas muy divertidas y estampas aún más graciosas debido a la popularidad que se había ganado Pedro Melenas, el personaje que “asustaba” a los niños por tener el pelo y las uñas desmesuradamente largos. En 1890 otro autor, Julius Lüthje, publicó una versión femenina del personaje, Elisa La desgreñada (Struwwelliese).
    Pedro Melenas formaba parte de una galería de personajes a los que les sucedían cosas terribles por no hacer caso de las buenas recomendaciones de los adultos. Allí estaba el caso de Paulina, la niña que por jugar con fósforos terminaba incinerada y convertida en un montoncito de cenizas.


O el caso de Gaspar, el niño fuerte y saludable que rechazaba airadamente los deliciosos y nutritivos platos que se le ofrecían por no ser de su agrado. La sucesión de viñetas mostraban cómo la terca actitud de Gaspar lo conducía hacia una delgadez espantosa que terminaba, como es de imaginar, en su muerte por inanición. Como remate final de la historia su tumba quedaba coronada con una sopera.


Terrible era también el caso del Pequeño Chupa-Dedo. Haciendo caso omiso de los ruegos de su madre, el Pequeño Chupa-Dedo no mostraba ninguna intención de abandonar la mala costumbre de chuparse los dedos todo el tiempo. La historia terminaba con la súbita irrupción de un sastre que, provisto de una tijera gigante, le cortaba al pobre niño cada una de las puntas de sus dedos para que nunca más pudiera chupárselos. En la película Struwwelpeter (1955) el director alemán Fritz Genshow realiza una fiel representación de este episodio del libro de Hoffmann.


    La cinta blanca (2009), una película de otro director alemán, Michael Haneke, se centra en los extraños sucesos que ocurren en una pequeña comunidad campesina prusiana en vísperas de la primera guerra mundial. Extrañas muertes y maltratos teñidos de una sutil crueldad logran que el espectador vaya descubriendo, a pesar de que los protagonistas miren hacia otro lado o traten de ocultarlo, tenebrosos costados de la vida diaria de tan bucólico, alegre y aparentemente tranquilo ambiente. Los niños del pueblo no están de ninguna manera al margen de todo ello. Al fin y al cabo, de ellos surgirán los nazis del mañana.


¿Puede sorprender entonces que en un año tan decisivo como 1941 dos británicos, los hermanos Robert y Philip Spence, publicaran, tomando como modelo el libro de Hoffmann, una parodia del nazismo bajo el título de Struwwelhitler? Tanto en los relatos que conforman Pedro Melenas como en la historia contada en La cinta blanca respira toda una concepción decimonónica de la infancia. El enorme y sostenido éxito editorial de Pedro Melenas es un signo manifiesto de la vitalidad que esta construcción tuvo a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. Quizás las “mejores intenciones” que Hoffmann plasmara en su libro terminaran constituyéndose en un lenguaje capaz de habilitar la aparición de otras “mejores intenciones”, como aquellas que en su momento supo narrar Ingmar Bergman. En este sentido, el alfabeto que Gorey dibujó casi veinte años después de la segunda guerra mundial tiene la virtud de brindar las letras que permiten leer un modelo de infancia en el cual hubo espacio suficiente para incubar, como sucediera con aquel bergmaniano huevo de la serpiente, buena parte de lo más terrible de la historia del siglo XX.

Alcides Rodríguez,
Buenos Aires, EdM, Diciembre 2011

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