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Todos somos la china, por Miguel Vitagliano


Ruoxiaoanl es la prostituta que más conmovió a China en 2011. Desde comienzos de enero había decidido contar las intimidades de su oficio –una actividad ilegal en el país-, que ejercía en la alta sociedad de la ciudad de Hangzhou. Apenas conseguía estar un rato a solas corría al calor de su laptop a postear las confesiones en su blog. A los 250.000 lectores diarios les contaba asuntos que los otros clientes, quizás, estaban menos interesados en escuchar. O tal vez no, resulta imposible probarlo. Que había perdido la virginidad en un juego infantil con una muñeca a la que disfrazaba de soldado, que entre sus amantes estuvieron los siete hombres más poderosos de la provincia de Zhejiang, que entre sus dones estaba la extraña capacidad de sus genitales que eran capaces de hablar una lengua extranjera que ella, juraba, no sólo jamás había aprendido sino que continuaba sin comprender. A veces escribía en su blog una entrada diaria, otras tres o cuatro, como si el oficio no dejara de alejarla para traerla tan cerca. Y esto último sí puede probarse: fueron 401 entradas las que tuvo su blog hasta que las autoridades de China lo cerraron a mediados de septiembre.
    Como suele suceder en los actos de censura, éste también propuso ser un remedio para la cura de todos los males; un truco perfecto para mantener a salvo la propia enfermedad: las confesiones de Ruoxiaoanl no eran verídicas sino escritos ficticios de un varón. El escritor, de apellido Lin, de 31 años, tuvo que pagar una multa de 80 dólares y realizar un mea culpa público para recuperar su libertad. Es decir: se lo acusaba de ejercer un oficio fingiendo que ejercía otro; ambos prohibidos en definitiva. El asunto de Lin-Ruoxiaoanl tiene sendas resonancias en la historia de la literatura universal. Basta con recordar la frase de Flaubert ante las acusaciones de tomar “una vida real” para convertirla en personaje de una novela y su respuesta “Madame Bovary c´est moi”; o los provocativos dichos de Baudelaire comparando a los escritores con prostitutas en tanto están obligados a actuar por dinero. Y en la literatura argentina, por ejemplo, es bien conocido el invento de César Tiempo: creó una prostituta poeta llamada Clara Beter y la convirtió en una entidad tan real que varios escritores de su generación, en los años veinte, trataron de localizarla en ciudades y lupanares como si se tratara del prístino ejemplo de la redención posible.
    Pero el episodio de Lin-Ruoxiaoanl encontró a fines de 2011 una noticia que resuena en otro compás aunque es parte de la misma circunferencia: la decisión de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) “de aplicar un canon a radios y televisión por derechos de autor colectivos por el uso de textos literarios” (La Nación, 30-XII, 2011). Sin duda se trata de un remedio de amplio espectro para dejar intacta la enfermedad de fondo: el 46 % de los adultos en el país lee entre 1 a 3 libros por año (informe de CEPLM, 2010). ¿De qué manera la “iniciativa de la SADE” podría ofrecer un aporte para resolver la situación? ¿De qué modo utilizaría lo recaudado por ese posible “canon”? ¿Para difundir la literatura nacional? ¿Para otorgar pensiones a escritores sin recursos o imposibilitados de trabajar? ¿Para clasificar y preservar de una vez por todas las cajas húmedas con manuscritos de Sarmiento, entre otros autores, que siguen deteriorándose en los sótanos de la institución, tal como fue denunciado por la prensa un año atrás?
    Difícil sería encontrar a un escritor argentino de menos de 60 que esté asociado a la SADE, difícil sería encontrar algún pronunciamiento de importancia para el trabajo de los escritores por parte de dicha asociación en los últimos cuarenta años; así todo se podría juzgar parcial o tendenciosa esta aseveración, pero lo innegable es que los diarios no han encontrado ningún escritor que estuviese al tanto de “la intención de la SADE” y que, sin embargo, afectaría a todos por igual, socios y no socios. Ante los trémulos trascendidos de “la intención SADE”, las emisoras de radio no han vacilado en sumar el suyo: si no pueden leer al aire un texto de ningún escritor argentino sin un pago previo, leerán autores extranjeros. En otras palabras: la mano invisible del mercado es una mano negra.
    Si algo desesperaba a las autoridades de China del diario de Lin-Ruoxiaoanl es que veían amenazado su control: hubo entradas en el blog que fueron repetidas más de 10.000 veces en la red china. En un tiempo donde la palabra padece el descrédito acerca de su influencia en la sociedad, los censores insisten en reivindicar que sigue manteniendo poder. Los escritores argentinos deberían estar preocupados por las buenas intenciones de la SADE, porque ya se sabe que Madame Bovary es Flaubert, lo que queda por aceptar es que la prostituta china somos todos.

Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, diciembre de 2011
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