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Un librero se confiesa: Sasturain y Enzensberger, por Raúl Tamargo


ace algunos años, la hija de Juan Sasturain cumplía alguna actividad muy cerca de mi librería. Su padre la acompañaba y ocupaba el tiempo de espera revolviendo libros en los estantes.
    Ante la presencia de un autor prestigioso, es habitual que mi pensamiento quede disminuido, al borde de la parálisis, de modo que, en contra de mis deseos, evito la conversación. En este caso, la simpatía natural de Sasturain venció esa tara, aunque nuestras charlas nunca prosperaron demasiado.
    En una de sus visitas, encontró un libro de poemas de Hans Magnus Enzensberger, a quien yo conocía, pero de quien no había leído nada. Me lo recomendó especialmente.
    El libro era Poesías para los que no leen poesías. Seguramente había sido yo mismo quien lo había clasificado, le había asignado un precio y lo había ubicado ordenadamente en los estantes. No obstante, no había reparado en el autor ni en el título, que ahora me parecía seductor.

    He sido un lector voraz de poesía durante mucho tiempo, de manera que no me sentí aludido por el título. El atractivo provenía de la experiencia con lectores (y autores) que aseguran no leer poesía por diferentes razones, todas las cuales me parecieron siempre meros prejuicios. Tal vez Enzensberger había descubierto la manera de vencerlos.
    Lo cierto es que leí Poesías para los que no leen poesías apasionadamente. Luego pensé que tal vez el efecto de esa lectura habría sido otro si no hubiese mediado la recomendación de Sasturain.
    Meses después, y de manera inconsciente, puse a prueba la hipótesis. Publiqué un largo poema del libro titulado Canción para los que saben, en unas gacetillas que envío a mis clientes semanalmente. Varios de ellos festejaron sinceramente esa publicación.
    Mucho más adelante, me hice de otro ejemplar que puse a la venta (el primero, el que había descubierto Sasturain, quedó en mi biblioteca personal para siempre) y lo vendí de inmediato a una de las personas que habían recibido la gacetilla. Cada vez que me visita, me recuerda el episodio y yo veo en ese gesto un agradecimiento solapado.
    Comprobé que la poesía de Enzensberger tenía luz propia y podía andar por el mundo sin la tutoría de Sasturain, que yo no era un lector tan influenciable como había sospechado y que podía, a la vez, servir de puente entre una serie de poemas extraviados por las caprichosas políticas editoriales y los que no leen poesía.
    Naturalmente, la experiencia demostró que el autor de Manual de perdedores es un excelente mediador, algo que afortunadamente también descubrió la televisión argentina. Será por eso que echo de menos sus visitas a mi librería.



Raúl Tamargo
Buenos Aires, EdM, enero de 2012
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