Yo también tengo música. (Una biografía)
uando cantó aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor, me entregó el secreto para no envejecer.
Cuando cantó todo camino puede andar, me regaló la libertad.
Cuando me contó que su duende al fin había nacido, aprendí a sentir al mío, que está conmigo hasta hoy.
Y peleé por salvar mi piel, me reí, me dejé crecer, largué mi voz y mis palabras. Y me pensé niña y entendí mis insomnios jugando con nada sobre la alfombra. Y cuando fui adulta hice crecer niños, entonces intenté cuidarlos bien y creo que pude transmitirles la alegría del sexo, su aura misma. Después o mientras, cuando escribí una novela habitada por muchos padres y muchos hijos, usé de epígrafe una parte de esa canción.
Porque él me escribió, él me hizo llorar. Gracias, Flaco. Hoy sos todo del viento y yo, una de tus melodías.
Rubia y cheta
Entro a un negocio por Callao, hacia Recoleta, que anuncia saldos de hermosos vestidos de verano. Mientras escucho hablar a una madre rubia con su hija adolescente, rubia y cheta, que miran vestidos a mi lado, elijo algunos modelos y observo su precio. Asombroso: 54, 90, los más caros 120$. "Demasiado barato", me encuentro murmurando en voz alta. La señora me escucha y sonríe: "baratos y lindísimos", asiente. "¿Y si los cosieron bolivianos que trabajan doce horas y viven encerrados en un taller?", le pregunto, y ya no estoy segura de probarme el vestido que tengo en la mano. "Mientras cosan bien no hay problemas", contesta la otra. La miro para ver si espera que ría de su chiste negro pero no hay un atisbo de humor en su expresión. "¿Lo dice en serio?", digo incrédula. "Yo no sé nada de política", responde ella muy segura. "¿Hay que saber de política para estar contra la esclavitud?", le pregunto. "Ellos eligen", contesta serenamente. En ese momento su hija la llama al probador para que vea cómo le queda el vestido, ella me da la espalda y yo quedo paralizada observando el perchero. Lidio con la náusea, con mi deseo de comprar, con la ridícula esperanza de que la ropa colgada me diga su secreto. Entonces escucho una vocecita triste, adolescente: "A mí nada me queda mamá, estoy hecha una vaca". Gélida, llega la respuesta de la madre: "Y si comés así...".
Elsa Drucaroff
Buenos Aires, EdM, febrero de 2012
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