“Santísimo Padre, puedo estimar suficientemente lo que sucederá en cuanto algunos adviertan, en estos libros míos, escritos acerca de las revoluciones de las esferas del mundo, que atribuyo al globo de la Tierra algunos movimientos, y clamarán para desaprobarme por tal opinión.”
Con estas palabras dedicadas al papa Pablo III se abría el prefacio con el que Nicolás Copérnico presentaba su De Revolutionibus orbium coelestium libri VI. Si bien el manuscrito fundamental del libro estaba listo hacia 1530, la hegemonía de la teoría geocéntrica, respaldada por tantas autoridades antiguas y modernas, condujo al prudente Copérnico a la decisión de no publicarlo. Años más tarde, la insistencia y perseverancia de su discípulo Georg Joachim Rheticus, adherente apasionado de la nueva teoría, lograron que el maestro cediera. Quizás para evitar dudas de último momento, el propio Rheticus se encargó de llevar el manuscrito a la imprenta de Johannes Petreius, en Nüremberg. Más aún, solicitó cartas de recomendación al duque Alberto de Prusia para que Lutero y las demás autoridades protestantes permitiesen la publicación del libro. Si bien Copérnico era consciente de que sus ideas despertaban cierta hostilidad en algunos círculos, es probable que haya considerado que una difusión cuidadosamente restringida de su teoría ofrecía tan sólo el riesgo de ser protagonista de una intensa discusión entre estudiosos. En 1512 había dado a conocer el Commentariolus, un breve manuscrito que circuló entre un reducido de amistades y colegas, en donde exponía sus primeras hipótesis heliocéntricas, y no había habido reacciones de las que preocuparse seriamente. En Roma estaban al tanto de sus investigaciones. En 1533 el secretario papal Johann Widmannstetter le había enviado al papa Clemente VII, un humanista interesado en el saber y amigo de artistas como Rafael y Miguel Ángel, una carta en la que explicaba las bases de la nueva teoría. Un Clemente satisfecho premió el esfuerzo de su secretario con un manuscrito original griego de Alejandro Afrodisio. En 1536 Nikolaus von Schönberg, cardenal de Capua, le envió a Copérnico una carta en la que rogaba que comunicase los resultados de sus investigaciones a la comunidad de estudiosos. Esta carta fue incluida con posterioridad en numerosas ediciones de De revolutionibus. Tideman Giese, obispo de Chelmno y amigo de Copérnico, no vacilaba en declararse fervoroso partidario de la publicación de la teoría. Rheticus escribió y publicó en Gdansk un breve resumen del libro de Copérnico que apareció en 1540 bajo el título de Narratio Prima, y una biografía de su maestro que finalmente decidió no publicar.
Copérnico señalaba en el prefacio de De Revolutionibus algunas de las fuentes que le habían sugerido la idea heliocéntrica. Citando a Plutarco, sostenía que ya en la antigüedad clásica filósofos como Filolao el Pitagórico, Heráclides del Ponto y Ecfanto el Pitagórico habían sostenido la posibilidad de que la Tierra se moviera alrededor del Sol. En el capítulo décimo del libro I escribía, junto al diagrama del sistema heliocéntrico:
“Y en medio de todo permanece el Sol. Pues, ¿quién en este bellísimo templo pondría esta lámpara en otro lugar mejor, desde el que pudiera iluminar todo? Y no sin razón unos le llaman lámpara del mundo, otros mente, otros rector. Trismesgisto le llamó dios visible, Sófocles, en Electra, el que todo lo ve. Así, en efecto, como sentado en un solio real, gobierna la familia de los astros que lo rodean (…) En consecuencia, encontramos bajo esta ordenación una admirable simetría del mundo y un nexo seguro de armonía entre el movimiento y la longitud de las órbitas, como no puede encontrarse de otro modo.”
Era un momento en el que el hermetismo renacentista aún gozaba de amplia difusión entre los estudiosos, y en donde los autores neoplatónicos y pitagóricos solían prevalecer sobre Aristóteles como autoridad antigua de referencia. Al haber estudiado griego en Italia Copérnico estaba en condiciones de leer los clásicos en su lengua original. Tal como se lee en la cita, el hermetismo estuvo presente en su pensamiento(Ver El Sol del Inca Garcilaso, EdM, junio 2011). Más aún, toda su vida llevó puesto un anillo con la efigie de Apolo - dios del sol, de la luz y de las musas - tocando la lira, con la túnica sobre el hombro.
Si bien no consta que Copérnico haya leído la obra de Giovanni Pico de la Mirandola, es muy probable que haya tenido algún conocimiento de ella. Miembro destacado de la nueva camada de filósofos de la segunda mitad del siglo XV y artífice de la versión cristiana de la cábala hebrea, Pico se había trazado objetivos ambiciosos. En 1486 anunció la intención de dar a conocer una monumental síntesis del pensamiento aristotélico, platónico, cristiano, hermético y cabalístico, sin dejar de lado a filósofos musulmanes y judíos, en novecientas tesis que abarcarían todos los temas posibles. Las planteó ese mismo año en un texto cuyo título era Conclusiones philosophicae, cabalasticae et theologicae. Propuso además un debate público en Roma, invitando a cuanto sabio estuviera interesado en discutir con él. Debate y texto terminaron siendo prohibidos y Pico, temeroso de probables medidas represivas por parte de las autoridades romanas, se trasladó precipitadamente a Francia. Tras pasar un tiempo en prisión, pudo regresar a Italia gracias a las gestiones de Lorenzo el Magnífico.
Pico había escrito un texto cuya lectura debía abrir el frustrado debate romano. Se trataba del célebre De hominis dignitate, que se publicó en forma póstuma hacia finales del siglo XV, y del cual existe sólo un manuscrito con la redacción original. Defendía allí su postura de paz y armonía entre las distintas doctrinas y religiones, al mismo tiempo que brindaba la más clásica expresión de la idea renacentista del hombre. El hombre, expresaba Dios en el texto de Pico, era la única criatura del mundo que no tenía una forma predeterminada. Haciendo uso de su libre albedrío estaba destinado a elegirla. Ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, soberano de sí mismo, debía ser capaz de modelarse con la forma que su buen (o mal) juicio dispusiera. Podía convertirse en el más bruto de los animales o en el más espiritual y elevado de los seres. “Te he colocado - le decía Dios a Adán en el texto piquiano - en el centro del mundo para que desde allí puedas examinar con mayor comodidad a tu alrededor qué hay en el mundo”. La mejor perspectiva, se podría decir, para que el hombre pudiera conocer la naturaleza del universo y llevar a cabo la tarea de darse forma a sí mismo.
Hacia 1540 la célebre casa editora Giunta convocó al médico anatomista Andrea Vesalio para formar parte de un equipo de especialistas con vistas a preparar una nueva y ambiciosa edición latina de la obra de Galeno. Con característico celo humanista Vesalio consultó los originales griegos. Tras un minucioso análisis llegó a la conclusión de que Galeno aplicaba a la anatomía humana observaciones provenientes de disecciones zoológicas. Más aún, descubría que el gran médico de Pérgamo nunca había disecado un cadáver humano. Gracias en buena medida a la autorización de la enseñanza práctica de la anatomía humana otorgada entre 1523 y 1534 por el papa Clemente VII, Vesalio había llevado a cabo sus estudios con cadáveres humanos sin ser molestado. Este nuevo saber lo impulsó a lanzarse, con todo el ardor de sus juveniles veinticinco años, a la gran obra de su vida: rehacer todo el conocimiento de la anatomía humana. En tres años preparó un nuevo gran atlas; excelente dibujante, encargó sin embargo la iconografía a un grupo de grabadores y pintores profesionales, entre los que había miembros de la escuela de Tiziano. Las planchas de madera, grabadas en Venecia, fueron llevadas a Basilea en donde la prestigiosa casa editora de Johannes Oporinus, bajo la personal supervisión de Vesalio, imprimió y publicó la primera edición de De humanis corporis fabrica libri septem. El aire nuevo que atravesaba todas las páginas del gran tratado anatómico abrió caminos que otros no tardaron en seguir, como fueron los casos de Realdo Colombo y su De re anatomica de 1559 y Gabriele Falloppio con sus Observationes anatomicae de 1561. Con los años la perspectiva inaugurada por Vesalio cruzó las fronteras y los mares. En el siglo XVIII llegó al Japón Tokugawa la edición holandesa de las Tabulae anatomicae (1732) del alemán Johannes Kulmus, indudable deudor intelectual de Vesalio, que fue traducida al japonés por el sabio Sugita Gempaku y sus colaboradores. Siguiendo el camino del gran anatomista bruselense, Gempaku trabajó con cadáveres humanos. Comparó los resultados de sus disecciones con la información de las Tabulae y halló un notable grado de precisión en las descripciones y los grabados europeos, en contraposición a las ilustraciones de las tradicionales anatomías chinas que los médicos japoneses venían utilizando desde hacía siglos. Su traducción del tratado de Kulmus, impreso y publicado en 1774 en el propio Japón, marcó un punto de inflexión en la historia de la medicina y anatomía japonesas. Gempaku también llegó a preparar una traducción al chino. El camino señalado por Vesalio se hacía universal.
Entre 1501 y 1504 Copérnico había estudiado medicina en la Universidad de Padua. En 1537 Vesalio recibía de manos de la misma universidad el título de doctor en medicina, ejerciendo en sus aulas el cargo de profesor de anatomía hasta 1543, año en el que apareció De humanis corporis fabrica. 1543 fue también el año de aparición de De revolutionibus y el de la muerte de su autor, acaecida a los setenta años en el poblado centroeuropeo de Frombork. Resulta tentador imaginar a aquel hombre de la visión piquiana sentado en 1543 sobre el centro del mundo y leyendo, con absorbente y fascinada atención, las primeras ediciones de los libros de Copérnico y Vesalio para comenzar a mirar con otros ojos hacia los cielos y hacia sí mismo.
Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, Febrero 2012
En este mismo número de EdM, Alcides Rodríguez también ha publicado Sueños cósmicos II
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