Así como algunos nombres propios los ligamos a algunas caras de personas conocidas, a los que les tenemos mayor o menor aprecio, algunos lugares nos aparecen asociados a un concepto.
Digamos, por ejemplo, Siberia. Inmediatamente se nos aparece como un lugar ligado a exilios políticos y deportaciones. Como se cantaba en nuestra infancia la sentencia de una prenda: “a Berlín, a Berlín”. Aún hoy, cuesta asociar esos lugares a otros significados y experiencias. Quizás porque primero los zares usaban aquel lugar para reclusión de presos políticos. Más tarde llegó el tiempo de los Gulags. Siberia, entonces, como sinónimo de ostracismo y trabajo forzoso. El propio Lenin padeció allí por tres años. Zona aislada de la Rusia europea, hasta que las vías férreas del Transiberiano acortaron las distancias.
Tras la revolución de 1905 y su derrota, Simón Radowitzky logró zafar de la prisión siberiana exiliándose a la Argentina. Paradojas del destino le hicieron conocer otra Siberia: el penal de Tierra del Fuego. Allí las condiciones no eran mejores, pero eso sería el tema de otro artículo.
La cosa es que pese a la desinformación internacional que los diarios locales proveen, ahora podemos empezar a asociar la actualidad de aquella región con otras imágenes, más coloridas y vitales.
El cable cuenta que en Barnaúl, una ciudad atravesada por el río Obi donde las temperaturas llegan a cuarenta grados bajo cero, se pretendía realizar una manifestación contra algunas irregularidades de las elecciones últimas que dieron como ganador a Vladimir Putin.
Los ciudadanos intentaron mostrar la unificación de sus reclamos, pero llegó la prohibición y hubo que imaginar nuevas estrategias. No iban a dejarse intimidar así nomás por una prohibición de la Municipalidad. Si hasta podría mostrarse la correlación de fuerzas de otro modo.
A pesar de las diferencias sociales, de género y hasta de hábitat, numerosos cuerpos macizos enfrentaron las inclemencias del frío y de la censura. Nuevos rostros, en la felicidad del reclamo comunitario, sostuvieron sus pancartas contra viento y marea, o mejor aún, contra el viento y la nieve. Ni el mentado Radowitzky llegó a imaginar jamás que objetos similares a los que fabricaba en sus últimos días del exilio mexicano, podrían servir para algún tipo de reclamo.
Pero la protesta, que los ciudadanos derivaron a sus pequeños representantes también se frustró. Fue prohibida, porque los manifestantes –dijo un portavoz del gobierno local: “…especialmente los de importación, no sólo no son ciudadanos de Rusia, sino que además ni siquiera son personas.”
Guillermo Korn
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