Empecemos por las circunstancias (1). Adúriz escribió este libro con la sospecha de que sería el último. Esto tiene peso, y no solamente afectivo. De lo que se trata, además, es de ver de qué modo dichas circunstancias se cuelan en la escritura poética, en qué medida la escritura poética puede ser leída como huella indeleble de la enunciación pragmática de un hombre, o de lo que creemos que es un hombre, o de lo que suponemos que puede ser un hombre, en fin: la escritura como una forma materialista de resurrección.
Por eso, este es un libro casi póstumo. El casi abre una distancia mínima, sutil, abismal. No se trata del típico libro editado por los herederos: las efemérides más o menos ordenadas que alguno encontró de casualidad en algún cajón. Tampoco se trata de un libro maldito: un grueso volumen de sentencias inoportunas y blasfemas que ese mismo autor atesora en algún lugar recóndito de su taller, sabiendo que el futuro le dará publicidad como si se tratara de un pregón a la vez profético y guarango. No; Los Nada es un libro escrito al filo de la muerte. Esta es la circunstancia, la condición extra textual desde donde Adúriz concibió este singular conjunto de poemas. Pero como dije arriba, de lo que se trata, entonces, es ver de qué modo este hecho fortuito puede leerse en la escritura, en las huellas que sedimentaron en la escritura. Curiosamente (y es lo que propongo), que la muerte le esté soplando la nuca al poeta (y cuando escribo esto, quiero decir el hecho palpable y concreto de la muerte, no la conjetura abstracta de cualquier especulación existencial), repito, entonces, que la muerte le esté soplando la nuca al poeta, es un dato que pone un horizonte de lectura desde donde se puede ordenar este volumen en un doble movimiento, en tanto un hito dentro de una serie, y en tanto volumen en sí mismo. Me explico: Adúriz venía desarrollando una labor poética en la que podía leerse una cierta insistencia o trabajo con la lengua y la tradición; este volumen, en consecuencia, puede ser inscripto dentro de esa serie. Pero además, en algún sentido, el libro también funciona solo, como un microcosmos que se abastece a sí mismo. Uno y otro movimiento se encuentran en un punto esencial de la poética de Adúriz: el desgarro siempre latente que se deja leer entre dos órdenes yuxtapuestos, la forma clásica de los poemas y el fraseo moderno, prosístico que los habitan. Este desgarro estético puede ser rastreado en algunos de sus últimos libros. Como si Adúriz se hubiera propuesto rescatar las formas clásicas para inyectarles la savia arrabalera y maleducada de la vida moderna, o lo que tiene de caótico la vida cotidiana de las metrópolis. Y de este modo engendrar un nuevo clasicismo, o un clasicismo que pueda sintonizarse en el dial de nuestra era, una era que parece agresivamente incómoda frente a cualquier gesto de lirismo. Se podría decir que Adúriz quiso escribir un soneto despojado de cualquier artificio, buscando que la forma sea un accidente, un detalle, la simple huella del trabajo artesanal del poeta. En los libros anteriores a Los nadas, se puede rastrear esta pulsión de escritura: Canción del samurai (2004) y La verdad se mueve (2008) serían los resultados más logrados de esta búsqueda, un punto de llegada. Esto es así (2010), el libro inmediatamente anterior a Los Nada, también se puede leer la misma pretensión formal, ahora combinando pequeños textos en prosa con haikus que simulan ser desprendimientos del textos principal y que ofician de comentarios al pie, a la vez ambiguos y enigmáticos. En consecuencia, Los Nadas seria el dramático y apurado punto final de esta búsqueda estética.
Teniendo en cuenta esta aproximación general que acabamos de hacer, lo primero que nos impresiones en Los Nada, es el modo en el que rápidamente toma forma el desgarro estético del que hablé hace un rato. Quiero decir: es un libro compuesto por treinta poemas. Son poemas que asumen una forma reconocible a la distancia: a simple vista se percibe una precisión métrica en los versos, a la vez que un tipo estrófico determinado. Pero esa estabilidad formal (también en ese primer vistazo) aparece no sé si puesta en cuestión, no creo, pero si, sutilmente desbordada, o hasta aguijoneada por versos que parecen querer salirse del renglón riguroso de la forma, como si las palabras o el fraseo algo atolondrado del poeta buscaran en la rigidez de la forma la contención de un fervor apasionado que pide pista y hasta por momentos parece incomodarse por la puesta a punto que implica cualquier estética. Veamos algunos ejemplos al azar.
En el poema que abre el libro, 671, Aníbal, Adúriz nos narra la caída de un hombre. Lo hace de un modo concreto, centrando el poema en una anécdota, en la imagen de esa anécdota, en la precisión descriptiva de esta imagen. El efecto metafórico, entonces, se nos da por añadidura, como si el poema hablara de la que habla sin hacer gala de su artificio, como si el poeta, simplemente, nos estuviera contando un cuento; dice: No hagas macanas, Aníbal, pensá / en nosotros, recordó justo antes / de sentir una especie de humus / revoloteando abajo, un espesor de barro / removido por primera vez en su vida. Y a la confesión íntima y hasta por momentos, metafísica, Adúriz agrega una pincelada política, siempre en un tono medio burlón, eludiendo la sentencia enfática de los sermones: …la multiplicación de los míseros / rogando famélicos la llegada del ángel vengador. Unas páginas más adelante, nos encontramos con dos poemas combinados: La señora y La señora y el colibrí. El primero pone el foco en la vida cotidiana, en los quehaceres domésticos, y desde ahí sugiere una trascendencia: Con paso hábil y ademanes precisos / hace lo suyo: esa labor absoluta / de dación oscuramente intensa. El segundo, combina la escena cotidiana de la mujer colgando la ropa en el patio de la casa con el vuelo del colibrí que, rápidamente, se transforma en el ajustado símbolo del amor conyugal. En Joyas de lo diverso, un extenso poema en cuatro partes, Adúriz vuelve a meterse con lo familiar, con sus hijos. Y lo hace convencido de la limpidez de sus versos, sin culpa, sin temor, o en todo caso, escapándole a cualquier patetismo al creer fervientemente que la poesía está para eso, para festejar el gesto mínimo de la vida cotidiana.
En la poesía de Adúriz se puede leer, entonces, la tensión dilemática en la vida de un hombre traducida en una estética: la forma poética como el recipiente privilegiado donde se deja caer la savia de la vida, ese caos estrepitoso, algo amorfo, contradictorio, impredecible.
Marcos Bertorello
Buenos Aires, Argentina, EdM, abril de 2012
(1) Javier Adúriz falleció el 22 de abril del 2011.
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