APUNTES

Ciryl, el niño de la bicicleta, por Yaki Setton


¿Qué son estos niños y niñas del cine? De El pibe (1921) de Chaplin a El niño de la bicicleta (2011) de los hermanos Dardenne, pasando por Cabeza de Zanahoria (1932) de Duvivier, El mago de Oz (1939) de Victor Fleming, Alemania, año cero (1948) de Rosellini, La infancia de Iván (1962) de Tarkovsky, Mouchette (1967) de Bresson o Inteligencia artificial (2001) de Kubrick-Spielberg. Todos son niños singulares, auténticos, fuera de lo común con pocos años de vida que sin embargo parecieran acumular experiencias de siglos y siglos. Inmersos en un entorno más cerca de los cuentos de hadas y tan peligrosos como la vida real, estos pequeños juegan entre ladrones, ruinas, cadáveres y filicidas sin hesitar un segundo. Caminan y caminan con la respiración contenida porque saben que su vida corre siempre peligro. Ellos nacen, pelean, lloran, se salvan o mueren sin dejar de mostrar su pequeña gran humanidad, sin abandonar su destino ejemplar de seres excepcionales.

      Como ya lo han señalado Bruno Bettelheim o Robert Darnton el universo de los cuentos infantiles están en clave simbólica o sin solución de continuidad en el mundo de los adultos. De la misma manera, en El niño de la bicicleta los hermanos Dardenne nos desafían a reconocer y desconocer en este film realista la fábula siniestra y moralista, pero también cautivadora, quizás de otro Pinocho, de un Hansel o un Pulgarcito. Ciryl, el niño protagonista, se ve empujado por un insistente e inexplicable instinto en la búsqueda de su padre biológico que nunca se preocupará por él y al igual que en los mejores cuentos infantiles el niño se queda solo. Los personajes arquetípicos acompañan la persistencia del protagonista en caminar por el borde de la cornisa. Samantha es su hada madrina, Guy, el zorro de Pinocho aunque falta Gepetto; no hay padre ni madre que arme a Ciryl y por eso se construye solo a caídas de bicicleta, de golpes, de huídas y de robos. Nadie puede asegurar qué le ocurrirá al protagonista pero, como si estuviera protegido por su propia pureza, que es la ausencia de maldad y de bondad en su persona, él mismo avanza por instinto propio hacia adelante con su protectora que sin condena moral le permite crecer y sobrevivir en un mundo rapaz y cruel.
      El film se despliega, habitual en los Dardenne, bajo una narración y actuación seca, austera en tanto los hechos se suceden como si fuera un documento visual de la vida cotidiana. La cámara y sus movimientos, la luz no poseen ningún artilugio que los estetice: las cosas suceden y el espectador en su butaca asiste a estos hechos de la misma manera que un automovilista ve pasar a las niñas y niños en las esquinas haciendo morisquetas y pidiendo limosna mientras el semáforo en rojo los detiene. Ni siquiera la música, algo inhabitual en los directores belgas, los desvía de su cometido: se cuenta lo que es necesario contar, nada demás nada de menos, porque se revela poco sobre las razones y los móviles de los sujetos que viven dentro del relato.

      Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne narran en El niño de la bicicleta una fábula que de forma original se sostiene, como es común en ellos, sobre un código naturalista y de conflictos de clase aunque para el cierre nos han guardado una gran sorpresa. El film se da vuelta como una media y lo que era una historia de lo real se vuelve maravillosa sin dejar de ser verosímil. Así, con un simple pase mágico, las dos cabezas de los hermanos belgas ejecutan en la coda final una afrenta al ojo acomodado del espectador. 

Yaki Setton 
Buenos Aires, EdM Mayo 2012
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1 comentario:

José Luis Rueda dijo...

Espero que la película me resulte tan estimulante como esta clara reseña.

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