NUEVA YORK 2.
dentro y afuera. Sarah Lawrence College está en Bronxville, a media hora de tren de Manhattan. Ir y volver por transporte público cuesta unos 20 dólares. Tengo la enorme suerte de haber sido invitada por Isabel de Sena a dar una charla para su curso. Camino por su campus verde y arbolado, con edificios del 1800 que imitan el Tudor británico. Me informan que allí enseñaron Adrienne Rich, Joseph Campbell y Kristeva, que asisten hijos de ricos y famosos. En esa universidad estudiaron la hija de Paul Newman y Joan Woodward, y la misma Joan Woodward; hoy estudia el hijo de Annette Bening y Warren Beatty. Nació como college para mujeres pero luego se hizo mixto; en los sesenta y setenta se volvió politizado y combativo. Me dicen que las artes, la creatividad y la escritura es lo que más se valora, que la danza y el teatro son su fuerte.
Según he visto, en el College no hay casi estudiantes negros ni latinos. Los pocos que hay llegan becados, pero como me dijo una brasileña también becada que está ya terminando su graduación, afroamericanos y latinos andan en pequeños grupos separados. Le pregunto si es así por racismo y ella dice que es sobre todo por dinero: los otros alumnos van a Nueva York varias veces por semana, algo que ni ella ni los otros pueden permitirse.
Hablo para unos quince alumnos de una clase de segundo nivel de español. Me miran silenciosos, con los ojos muy abiertos. Cuesta que contesten mis preguntas y cuando lo logro, susurran como si su voz fuera el dedito de un pie que sumergen prudentes en el agua a ver si quema, o probando si tocan el fondo o si se hunden. Son tímidos y sin embargo en sus ojos hay asombro e interés.
Como tengo que darles el contexto histórico de una novela sobre prostitución, les hablo de países pobres y países ricos y les digo que eso resume la clave de la trata de personas. Les hablo de inmigrantes, de esclavitud, de poder y humillación, les digo que la novela transcurre en 1927 pero que entre ese año y hoy cambiaron los países de origen de las víctimas y las nacionalidades de los proxenetas pero todo lo demás, incluyendo la enorme demanda de los prostituyentes de todo el planeta, sigue intacto. Abren cada vez más los ojos, callan cada vez más. Se ponen sinceramente mal, es evidente. Comprendo que les estoy dando malas noticias.
28/4/2012
NUEVA YORK 1. Mujercitas.
Por la mañana cruzo Brooklyn para volver a una pequeña librería frente al Prospect Park. Compro poemas de Adrienne Rich. En un polvoriento libro antiguo descubro una foto de Louise May Alcott. Me quedo charlando un rato sobre obras de la infancia con la muchacha joven que me atiende. Nunca había visto un libro de Luisa May Alcott que no fuera de la colección Robin Hood, nunca la había visto impresa llamándose Louise, ni le había visto la cara. Es como siempre me imaginé a Jo: algo fea, morena, ojos de fuego que miran de frente. Me parece que se parece a mí.
Días atrás fui al MOMA y me puse a buscar “El mundo de Cristina”, de Andrew Wyeth. Lo conocí hace cuatro años, allí mismo. Entonces ni sabía de Wyeth, simplemente caminé hacia un ascensor del museo y fue como si el cuadro me descubriera a mí. Me quedé clavada mirando mientras las lágrimas me asaltaban de improviso. Ahora quiero verlo de nuevo y hacerme una foto. Lo recordaba pequeño y contundente como Christine, como su tema, como el lugar que ocupan en el canon esas novelas para niñas que leía en la infancia. Sin embargo es más grande, más famoso.
Me acerco de nuevo: Christine sigue en el suelo, sola en el campo abierto y vacío, con el torso desesperadamente incorporado, aferrándose con sus manos (como garras) a la tierra y haciendo fuerza con los brazos; parece haber llegado arrastrándose hasta ahí, parece que sus piernas no pueden sostenerla. Quiere tragarse el mundo con sus ojos de fuego pero el mundo no es para ella. Enorme, amplio, el horizonte es alto, mucho más alto que sus ojos. Cristina no encaja. Cristina es una extranjera implantada en el paisaje por un fotoshop obcecado e invencible. Pura voluntad de existir y de mirar pese a todo, de ser en un mundo de pie a donde no puede levantarse.
Le pregunto a la librera por Daddy Long Legs, de Jean Webster. Papaíto piernas largas explica mucho de la mujer que soy y justo ayer he caminado por el verde campus de Sarah Lawrence College, porque fui a dar una charla, y mientras me contaban que nació en el siglo XIX como una de las primeras universidades para mujeres, imaginé a Judy Abbot con sus amigas, caminando por las lomas verdes y los edificios Tudor donde todavía hoy duermen y estudian los alumnos. De pronto deseo releerlo en inglés. La librera cree que no tiene Daddy Long Legs, me informa que no lo ha leído pero lo conoce. Pienso que a lo mejor para la generación de esa chica esa novela está vieja, sin embargo ella dice: “te alegrará saber que hace poco salió una edición nueva y muchas nenas lo compraron”. Habla dándome la espalda, levantando el cuello, estirándose todo lo que puede para ver si en el estante de arriba, adonde ninguna de las dos llegamos, quedó algún ejemplar para venderme.
25/IV/ 2012l
Acá hoy hay mucho sol de primavera. YPF volvió, los noventa están cada vez más atrás, hablar de un proyecto alternativo se vuelve concreto. Intentaremos subir a algún rascacielos, el Empire State Building o el Rockefeller Center: a lo mejor desde tan lejos atisbamos la patria y seguimos brindando con ella.
17/IV/2012
NEW ORLEANS 2. Mía.
Al final del barrio francés, en un bodegón atorrante que se llama Buffa’s, comemos increíbles camarones creole mientras van llegando muchachos y chicas del lugar que llenan la barra, toman alcohol en la puerta y se ríen a los gritos. Uno bastante borracho me salpica con cerveza cuando me acerco a pagar, y pide disculpas con un piropo. Mia, la moza, me sonríe cómplice. Nos hicimos amigas de un modo fulminante cuando ella, después de desear que disfrutáramos la comida, me hizo a mí de pronto una caricia en el cuello, así como al descuido, de paso hacia la cocina. Es negra, pero su padre es mejicano. “Estoy enamorada de esta ciudad”, le digo. Ella dice que también, y que vivió antes en Phoenix Arizona, y fue horrible. “Allá no llegaron los derechos civiles, no se puede ser negra ni latina.” Le cuento que venimos de Phoenix, que su impecable limpieza y sus veredas brillantes y secas por el sol del desierto me pusieron incómoda. “Esa ciudad es un peligro, no podés dejar a tu nene de tres años jugar en la calle”, confirma Mía y al mismo tiempo que entiendo que crió un hijo, como yo, y es mucho menos joven de lo que parece, caigo en la cuenta de que en el centro de Phoenix (donde de por sí camina poca gente) no vi caminar gente negra, nunca. Entonces pienso que hay cosas de un lugar que solamente se entienden cuando se está en otro. “Vos también sos mamá”, adivina Mía y me pregunta cuántos años tiene mi hijo. Después me informa, con enorme orgullo, que su muchacho ya tiene dieciséis y sigue estudiando. Agrega que cuando él haya crecido, si ella puede, va a estudiar también.
20/IV/2012
NEW ORLEANS 1.
Idelber dice que la ciudad está en un pozo, encapsulada entre el lago y el Mississipi; entonces sabe que puede desaparecer en cualquier momento, sumergida, y ese peligro inminente la vuelve hedonista. Sonia cuenta que los piratas llegaban a este puerto y arrojaban joyas a las mujeres que les mostraban sus pechos, acodadas a los balcones del barrio francés (esos balcones donde hoy se sigue entrelazando collares de todos los colores en los herrajes, que estallan de verde tropical, de flores).
Antonio cuenta que cuando Katrina, hubo gente que habló de Sodoma, Gomorra y el castigo divino. Y que a New Orleans la comparan con un tablero de ajedrez: ricos y pobres, blancos y negros, alternándose, mezclados por todo el espacio urbano.
En cualquier esquina, a cada rato, suena un saxo, una trompeta; en cualquier calle se reúne gente a moverse al ritmo de una banda que está tocando jazz. Cualquiera puede decidir que esta noche sigue el carnaval: algunos salen a divertirse disfrazados. En un bar, entre el bullicio, cenamos tarde sopa de tortuga como si fuéramos piratas.
Esta es la única ciudad que conozco en los Estados Unidos donde la noche existe y los bares están repletos en la madrugada. La única donde el asfalto y las veredas están perpetuamente rotos, donde siempre algún detalle no funciona, donde no es preciso buscar la comida de los inmigrantes (hindú, thai, peruana, mexicana, china) para comer comida de verdad y sentir gustos. La ciudad es ritmo, humedad, sexo, gambo que arde en la boca con delicia, boca ardida que quiere llenarse de cerveza helada.
Me cuentan que no hay especial violencia o gran índice de robos, y así lo percibo: los borrachos caminan por Bourbon Street con alegría, la gente me sonríe cuando paso a su lado y cuando estoy haciendo pogo en un bolichito de la periferia donde toca Kermit Ruffins, chicos negros que bailan a mi lado chocan sus botellas de cerveza rubia con mi Guiness y todos brindamos con el propio Kermit, que choca nuestras botellas en rítmica comunión.
“The city that has no care” bulle de día y de noche sin cuidado, descuidada, danzando en la miseria y en la felicidad. Danzo con ella y las preguntas terribles se diluyen, los orixas me habitan, el deseo vuelve a ser gloriosamente porque sí. En un bar pequeño y pobre, atendido por un muchacho con trenzas africanas, con un aro de plata que relumbra en el terciopelo negro de su lóbulo izquierdo, leo un cartelito. Dice: “Future is only a concept”. Salgo a la puerta, hay olor a porro. Aspiro: puro presente.
14/IV/2012
Elsa Drucaroff
Buenos Aires, Argentina, EdM, mayo 2012
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2 comentarios:
Muy bonito. Gracias por compartirlo. Moya
Que en el Sarah Lawrence College haya dado clase Joseph Campbell dista de ser un orgullo para cualquiera. Apto para cholulos, sí; claro. En realidad, un college menor,de bajo nivel académico. En las pampas argies se diría: lleno de chantas. Quitalo del CV, Elsa.
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