APUNTES

Sobre Mundo soñado y catástrofe de Susan Buck-Morss, por Pablo Luzuriaga


Entre 1988 y 1993, Susan Buck-Morss visitó el Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias Soviéticas (posteriormente Rusas) y trabajó a la par de una nueva generación de intelectuales que analizaban la cultura soviética como sistema de poder. Intelectuales de occidente, junto a pensadores del otro lado, mientras el muro caía. Mundo soñado y catástrofe. La desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste es el libro que escribe a partir de esa experiencia.
                En el prólogo define al trabajo como un modo de pensar los mundos soñados por las masas en el momento de su desaparición. Según cuenta, en esos encuentros se produjo  la primera edición de Walter Benjamin al ruso, el primer taller sobre deconstrucción y la primera conferencia a propósito de Heidegger en el mundo soviético. Entre los participantes figuraron Derrida, Habermas, Fredric Jameson, Jean-Luc Nancy, Žižek y otros.   

Para evaluar la utopía de masas, Buck-Morss propone una reflexión que interpela al mismo tiempo tanto al proyecto soviético como a occidente: la contradicción entre la legitimidad de la violencia Estatal y la democracia de masas. Parece irrefutable –asegura- la paradoja por la cual los regímenes políticos que dicen ejercer el poder en nombre de las masas elaboran una zona en la cual el ejercicio del poder está fuera del control de las masas, un terreno librado a la arbitrariedad y el poder absoluto. En ese sentido inicia su análisis desde la crítica benjaminiana de la violencia: cuando la policía interviene para reprimir las manifestaciones populares, sean huelgas de trabajadores o manifestaciones pacifistas, el propósito no es proteger la ley sino el monopolio del derecho a establecer la ley. Allí donde la soberanía democrática se enfrenta al pueblo con la violencia que monopoliza como la encarnación legítima del pueblo, de hecho está dando fe de su “no identidad con el pueblo”.
                En ese sentido Buck-Morss propone pensar ese terreno sin control del poder como una zona de guerra. En línea con C. Schmitt (pero para distanciarse del filósofo alemán a través de una crítica radical), define a la guerra como el punto de partida de la política: la soberanía habla en nombre del colectivo siempre y cuando defina a un enemigo. Todo Estado define a la guerra como su propósito y esencia misma de su ser, tiene derecho a mandar a la muerte a las mismas personas en cuyo nombre gobierna. Pero, insiste Buck-Morss, el razonamiento de Schmitt supone una trampa lógica; el colectivo del pueblo que constituye la soberanía no existe hasta que la soberanía está constituida: no hay colectivo hasta que el soberano, en el acto de definir al enemigo común, no constituye al colectivo. Cualquier recusación posterior a la legitimidad del soberano puede ser definida como un acto enemigo, por más que provenga del interior del colectivo. La existencia del pueblo, en este sentido, depende del derecho a reivindicar el monopolio de la violencia.
                De esta forma, Buck-Morss se propone abordar el análisis tanto del imaginario político que supone la guerra de clases, como aquel que supone la guerra de los Estados nacionales, la crítica de la violencia como un punto en común para poder pensar ambas experiencias. Bajo estas coordenadas, por ejemplo, para las naciones-estados la dimensión principal que domina su belicosidad es el “espacio”, mientras que para la guerra de clases, por el contrario, es el “tiempo”. Este intento por desarrollar una crítica común a ambas formas de la política moderna supuso en el contexto de la caída del muro un importante borrador para pensar los años que vendrían.
                La sociedad de masas y su cultura están en el centro del análisis del libro. Se trata de una reflexión sobre el presente de un tiempo que en muchos sentidos podríamos pensar como el principio del nuestro. En más de una perspectiva los años ochenta son el “origen” de hoy: en marzo de 1989 nació la World Wide Web, en noviembre de ese mismo año cayó el muro.
                La utopía de masas, impulsora de la modernización, es la clave de la incógnita. En 1989 podríamos ubicar una bisagra a la hora de periodizar la moderna cultura de masas. Podríamos usar a esa fecha y a este libro como un punto de partida para repensar la actualidad.  Al volver de la URSS, Derrida escribió este otro trabajo sobre las crónicas de viaje al mundo soviético; siendo la suya probablemente una de las últimas.

Pablo Luzuriaga (Buenos Aires)
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