Este pingüino estilizado, vestido con los atuendos que según la tradición patoruzú son los del gaucho y recostado en una cámara de fotos, amistoso y sonriente, iba cosido a las chaquetas de los 12 hombres que el seis de enero de 1962 pudieron denominarse los primeros argentinos en llegar por el aire al Polo Sur. No menos sugerentes eran los nombres pareados de los bimotores estadounidenses Douglas DC-3 y Douglas C-47 en que concretaron lo que entonces era una proeza: sobre los respectivos fuselajes se leía “Y total para qué” y “Té vas a preocupar”, osadía bautismal también en su desdoblamiento.
Los norteamericanos de la base Amundsen Scott manifestaron asombro al verlos llegar en aeronaves diseñadas veinte años antes, para la Segunda Guerra Mundial. Los expedicionarios, todos miembros de la aviación naval, desplegaron una bandera argentina y una placa en honor a los primeros expedicionarios: “La República Argentina a Amundsen, Scott y sus hombres, en el cincuentenario de su llegada al Polo Sur. Homenaje de la Aviación Naval de la Armada Argentina en su primer vuelo al Polo Sur”. Después, el comandante de la expedición se refirió a “la soledad, el frío, los huracanes, las nieves, las grietas, la larga noche invernal soportados estoicamente por las expediciones” anteriores, y enmarcó el propio anevizaje en la “generosa cooperación internacional” donde “la República Argentina ha estado presente desde hace más de medio siglo”.
Once años más tarde, ese mismo hombre, nacido en 1920 en Tucumán, se trasladaba en un Dodge Polara por la ciudad de Buenos Aires conducido por su chófer, cabo primero. En el semáforo de Junín y la entonces Cangallo recibió desde una motocicleta seis tiros que pusieron fin a su vida. El contraalmirante Hermes José Quijada moría bajo las balas del ERP, que lo había sentenciado luego de que en 1972 el militar leyera por TV la versión oficial de lo que ya se conocía como Masacre de Trelew, presentando como resultado de un intento de fuga frustrado el fusilamiento de 16 guerrilleros en la base aeronaval Almirante Zar de la ciudad chubutense. Su ejecutor, el guerrillero del ERP Victor José Fernández Palmeiro, murió también en la emboscada porteña, abatido por el cabo chofer.
Nada se reconoce en 1973 de la camaradería aventurera, de la exploración pacifista y cooperativa (el matizado pero evidente nacionalismo de la empresa no la empaña), de la despreocupación ante los riesgos, ni mucho menos del humor que evocaban el pingüino y el nombre de las naves en 1962. Quijano, tucumano y mestizo en Buenos Aires y en el Polo (alguien que difícilmente haya dejado pasar un día de su vida adulta sin peinarse), ha definido para entonces su vida y su carrera en el compromiso con lo que en sus términos sería la lucha contra el Marxismo Internacional, el terrorismo etc. No es que elegir la carrera militar en el siglo XX pueda haber sido otra cosa que una toma de partido radical en relación con una forma de sociedad, pero los símbolos del anevizaje argentino en el Polo nombran otras posibilidades. Hoy desaparecidas bajo la colosalidad de lo imborrable.
Diego Iturriza
Buenos Aires, EdM, Abril 2012
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