APUNTES

Jorge Leónidas Escudero: La herida más mortal, por Jorge Consiglio


La palabra poética del sanjuanino Jorge Leónidas Escudero está enhebrada en los giros de la paciencia. Requisito indispensable en el ánimo de un hombre que usa su vida para avanzar sobre el horizonte. Su búsqueda: alimentarse de hallazgos. Escudero tiene el pulso firme para sostener una ilusión que, igual que un deseo, siempre se renueva.
La destreza del poeta consiste en barajar lo inefable, en tener la intuición para aprehender aquello cuyo nombre es fuga perpetua. El lenguaje lírico se amasa con una materia discreta que discute con la certeza y la tautología. De hecho se rige por el desconcierto y el azar.  Y Escudero, en ese sentido, tiene oficio: el hombre conoce la emoción que provocan las cartas; sabe traducir, además, el resplandor que se desprende de los caballos en plena carrera. Otra pasión del sanjuanino son los minerales. Fue, igual que los personajes de Jack London, un buscador de oro. Lo que implica ser dueño de un paladar habilitado para encontrar esperanzas en el vientre de una piedra, en el austero vientre de una piedra. Dice el poeta: “O será mi destino perseguir con denuedo/un metal que relumbra cada vez más lejano/o seré como el humo que tiene la porfía/de buscar hacia arriba y perderse en el viento”.

En el 2001, Ediciones en Danza publicó A otro hablar, cuidada antología del poeta sanjuanino.  El libro abarca toda su producción publicada hasta el momento, desde su primer poemario La raíz de la roca (San Juan, 1970) hasta Serendear (San Juan, 2001). Después, en el 2011, la misma editorial publicó su Poesía Completa con el resto de los libros no incluidos (por ser posteriores en su edición) en la mencionada antología. No obstante, en estas líneas me propongo dar cuenta de A otro hablar, a pesar de que el libro no es tan reciente, en virtud de mi gusto personal (disfruté enormemente con su lectura) e inspirado en el criterio de ciertos devotos del jazz que conservan intacta la pasión (y el discurso que ésta reaviva) por ciertos discos del género, con independencia de lo que el músico compuso y grabó después.
A otro hablar tiene dos partes. La primera consta de un conjunto de poemas seleccionados por el propio autor; en la segunda, la elección de los textos le corresponde a Javier Cófreces, editor de la colección y lector apasionado de la obra del sanjuanino. El libro abarca aproximadamente treinta años de producción de textos. En ese lapso la voz del poeta es homogénea, es una “voz de pecho adentro”, como gusta decir Escudero en “Catitero”. El discurso fluye con naturalidad a pesar de que el ritmo es sincopado. Hay un constante stacatto determinado por un discurso con pellizcos coloquiales (regionalismos) que plantea diminutas tramas narrativas. De allí el choque de alientos: el hiato de lo lengua cotidiana, ese hipo repentino que quiebra el sonido –y fragmenta la sintaxis- en medio del verso, mezclado con la cadencia regular, apacible, de los relatos. Mediante este recurso, Escudero hilvana en sus textos no sólo el mundo artesanal que hace a su imaginario sino también el silencio –siempre poblado- que es, ni más ni menos, que la identidad de ese mundo. Este silencio, esencia constitutiva de la materia ficcional (“cierta clase de queso/vale por los agujeritos vacíos que tiene”, dice el poeta en “Dibujo del cero”) es el mismo al que se refiere Kafka en “Desenmascaramiento de un embaucador”. Es el silencio inevitable, la mudez ontológica, en el que todos –y todo- se dejan oír, porque, como sostiene el autor de El proceso, se siente desde siempre y para siempre su propiedad. Y justamente sobre este silencio, entendido como ingrediente unificador de todo lo que es, se asienta el eje comunicativo en la obra de Escudero. En este caso, el hecho de compartir esa sustancia elemental es equivalente a la identificación con una misma lengua, una lengua difícil, que nace a la fuerza (“¿Y qué puedo decir con la lengua trabada?/esto, y la sombra piso,/palabras huecos alzo, tomo/de la cola un ratón y lo suelto,/no es lo que busco.”). De allí que el yo lírico, en los textos del sanjuanino, recurra a menudo a la segunda persona para generar el diálogo que cierre el circuito comunicativo o, directamente, interpele al lector. Busca hacerlo partícipe de un imaginario elemental sostenido por oficios terrestres. Los héroes de Escudero son arrieros, mineros, catiteros, buscadores de oro, pero también, jugadores extremos y enamorados sufrientes que adelgazan el perfil en un bar. Todos ellos comparten el mismo gesto: están situados de cara a la espera (“digo que busco a Dios en cada arremetida/y que estoy esperándolo cuando orejeo un naipe.”). Sus modos son serenos; basculan con delicadeza entre la resignación y el paroxismo. Parecen conocer de antemano su destino. Saben que existir “Es mirar hacia un lado y a la vez hacia otro/y entre ambas miradas estar en peligro,/ya que el hombre se esquizofreniza/en pos de lo inalcanzable”.
                                                             Jorge Consiglio
                                         Buenos Aires, Argentina, EdM, marzo de 2012
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