En febrero de 1928 Enrique Mosconi, director general de YPF, fue invitado por el Departamento de Petróleo de la Universidad de México para dictar una conferencia acerca de sus experiencias al frente de la joven petrolera estatal argentina. Eran tiempos en los que el gobierno de Plutarco Elías Calles impulsaba una ley petrolera que generaba persistentes conflictos entre el Estado mexicano y los grandes trusts petroleros estadounidenses y europeos que operaban en el país. En el texto legal se precisaba, entre otras cosas, que la propiedad de todo yacimiento correspondía a la nación y que las empresas sólo podían explotar el recurso en carácter de concesionarios. El descubrimiento de los yacimientos, la extracción y el refinado de petróleo eran considerados actividades de “utilidad pública”. Se confirmaba por cincuenta años los derechos adquiridos a aquellas empresas que hubiesen hecho “actos positivos” antes de 1917, y prohibía expresamente a todo extranjero a recurrir a sus gobiernos para resolver las controversias jurídicas en torno a derechos y bienes en México. La oposición surgió en el mismo momento de la enunciación de la ley. Ni el gobierno de los Estados Unidos ni el de Gran Bretaña la aceptaron. Los trusts petroleros desplegaron una fuerte estrategia legal que se materializó en más de sesenta recursos de amparo, llegando incluso a la franca rebelión en relación al problema de los derechos adquiridos sobre los yacimientos. Las fuertes presiones internacionales (amenazas de intervención armada incluidas) y el deseo del presidente Calles por lograr una solución política del conflicto hicieron que el espíritu fundamental de la ley, que no era otro que proteger los recursos naturales de México y orientar buena parte de la explotación en beneficio del país, no llegara a materializarse. “Ojalá México no hubiera tenido nunca petróleo” cuenta Mosconi que le dijo Calles durante su primer encuentro.
Los problemas de México no eran ninguna novedad para Mosconi. Hacía tiempo que el director de YPF venía sosteniendo una larga lucha por consolidar a la petrolera estatal frente a los mismos poderosos trusts y sus aliados políticos argentinos. Lucha que se tornó más intensa cuando en 1928 los directivos de la Standard Oil, la Royal Dutch Shell y la Anglo-Persian, reunidos en el castillo escocés de Henry Deterding, conformaban un poderoso cártel petrolero que eliminaba la competencia entre las tres compañías, repartíendo salomónicamente cupos del mercado internacional y fijando los precios. Si bien YPF había dado algunos pasos fundamentales para poder posicionarse dentro del mercado argentino, todavía quedaban muchas tareas por hacer, sobre todo en relación al desarrollo de la infraestructura de la empresa. La fuerte competencia de las empresas extranjeras (el 70 % del mercado petrolero argentino estaba controlado por dos compañías, la WICO y la Anglo-Mexican, que fijaban el precio de los combustibles en todo el país) y ciertos problemas en el sistema de distribución de naftas habían hecho que en 1929 la petrolera estatal tuviese almacenados grandes cantidades de petróleo y combustible sin vender. Mosconi ideó una estrategia con un doble objetivo: resolver este problema y dar un paso más hacia el control estatal del petróleo argentino. Y lo más interesante del caso es que recurrió a tácticas similares a las que utilizó John D. Rockefeller para quedarse con el virtual monopolio del petróleo en los EE. UU. Sin mediar anuncio alguno, entre agosto y noviembre de 1929 YPF redujo un 17% el precio de los combustibles al público. Tomadas por sorpresa, las distribuidoras extranjeras no tuvieron otra alternativa que bajar sus precios. Los siguientes treinta años el gobierno argentino mantuvo, en términos generales, esta política de precios bajos, cimentando al mismo tiempo la perdurable imagen de un YPF amigo del consumidor argentino. El punto débil del plan era que la expansión del consumo interno obligaba a recurrir al petróleo importado, y había claros indicios de que las compañías extranjeras estaban dispuestas a desabastecer el mercado para contrarrestar la baja general de precios lanzada y sostenida por YPF. Para dar respuesta a este escenario más que probable Mosconi tenía preparada una nueva sorpresa. La compañía soviética Iuyamtorg, dedicada al intercambio comercial entre la URSS y América del Sur, había inaugurado en 1926 una sede en Buenos Aires. A mediados de 1929, poco antes de iniciar su política de precios bajos, YPF firmó un contrato con los soviéticos. La petrolera argentina le compraba combustible a la Iuyamtorg a cambio del compromiso soviético de destinar lo percibido a la compra de productos argentinos derivados de la ganadería y la agricultura. Este acuerdo colocaba en las manos de Mosconi el combustible necesario para contrarrestar cualquier baja en la oferta de petróleo importado. Durante tres años la URSS enviaría a la Argentina 268.750 metros cúbicos de combustibles a un precio fijado por contrato. Una vez más, las grandes compañías internacionales que operaban en el país quedaron descolocadas. Si no acompañaban las restricciones de precios impulsadas por YPF corrían el riesgo de disminuir considerablemente su participación en el mercado interno argentino.
En su conferencia mexicana Mosconi explicó los progresos de YPF y sus difíciles relaciones con las compañías petroleras internacionales. Instó a los gobiernos latinoamericanos a establecer lazos de cooperación petrolera para combatir a los “trusts explotadores”. La vehemencia de su discurso fue tal que el embajador de los EE. UU. en la Argentina, Robert W. Bliss, presentó una protesta formal ante el Ministerio de Relaciones Exteriores por las duras críticas de Mosconi a la política estadounidense en América Latina. Más allá de las quejas del diplomático, las palabras del director de YPF encontraron en México oídos receptivos. Un primer paso se dio en 1934, cuando el gobierno mexicano creó Petromex, una empresa de capitales mixtos que tenía entre sus objetivos regular los precios internos de los combustibles. El paso siguiente fue el decisivo: en 1938 el entonces presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación y nacionalización de la industria petrolera mexicana. Para hacer frente a las necesidades de producción y comercialización de combustibles, el gobierno cardenista creó las empresas Petróleos Mexicanos y Distribuidora de Petróleos Mexicanos, cuyas estructuras se inspiraron en el modelo de YPF. No fue una casualidad. Diez años antes Cárdenas había estado entre el público que había aplaudido calurosamente a Mosconi en su conferencia de la Universidad de México.
Los problemas de México no eran ninguna novedad para Mosconi. Hacía tiempo que el director de YPF venía sosteniendo una larga lucha por consolidar a la petrolera estatal frente a los mismos poderosos trusts y sus aliados políticos argentinos. Lucha que se tornó más intensa cuando en 1928 los directivos de la Standard Oil, la Royal Dutch Shell y la Anglo-Persian, reunidos en el castillo escocés de Henry Deterding, conformaban un poderoso cártel petrolero que eliminaba la competencia entre las tres compañías, repartíendo salomónicamente cupos del mercado internacional y fijando los precios. Si bien YPF había dado algunos pasos fundamentales para poder posicionarse dentro del mercado argentino, todavía quedaban muchas tareas por hacer, sobre todo en relación al desarrollo de la infraestructura de la empresa. La fuerte competencia de las empresas extranjeras (el 70 % del mercado petrolero argentino estaba controlado por dos compañías, la WICO y la Anglo-Mexican, que fijaban el precio de los combustibles en todo el país) y ciertos problemas en el sistema de distribución de naftas habían hecho que en 1929 la petrolera estatal tuviese almacenados grandes cantidades de petróleo y combustible sin vender. Mosconi ideó una estrategia con un doble objetivo: resolver este problema y dar un paso más hacia el control estatal del petróleo argentino. Y lo más interesante del caso es que recurrió a tácticas similares a las que utilizó John D. Rockefeller para quedarse con el virtual monopolio del petróleo en los EE. UU. Sin mediar anuncio alguno, entre agosto y noviembre de 1929 YPF redujo un 17% el precio de los combustibles al público. Tomadas por sorpresa, las distribuidoras extranjeras no tuvieron otra alternativa que bajar sus precios. Los siguientes treinta años el gobierno argentino mantuvo, en términos generales, esta política de precios bajos, cimentando al mismo tiempo la perdurable imagen de un YPF amigo del consumidor argentino. El punto débil del plan era que la expansión del consumo interno obligaba a recurrir al petróleo importado, y había claros indicios de que las compañías extranjeras estaban dispuestas a desabastecer el mercado para contrarrestar la baja general de precios lanzada y sostenida por YPF. Para dar respuesta a este escenario más que probable Mosconi tenía preparada una nueva sorpresa. La compañía soviética Iuyamtorg, dedicada al intercambio comercial entre la URSS y América del Sur, había inaugurado en 1926 una sede en Buenos Aires. A mediados de 1929, poco antes de iniciar su política de precios bajos, YPF firmó un contrato con los soviéticos. La petrolera argentina le compraba combustible a la Iuyamtorg a cambio del compromiso soviético de destinar lo percibido a la compra de productos argentinos derivados de la ganadería y la agricultura. Este acuerdo colocaba en las manos de Mosconi el combustible necesario para contrarrestar cualquier baja en la oferta de petróleo importado. Durante tres años la URSS enviaría a la Argentina 268.750 metros cúbicos de combustibles a un precio fijado por contrato. Una vez más, las grandes compañías internacionales que operaban en el país quedaron descolocadas. Si no acompañaban las restricciones de precios impulsadas por YPF corrían el riesgo de disminuir considerablemente su participación en el mercado interno argentino.
En su conferencia mexicana Mosconi explicó los progresos de YPF y sus difíciles relaciones con las compañías petroleras internacionales. Instó a los gobiernos latinoamericanos a establecer lazos de cooperación petrolera para combatir a los “trusts explotadores”. La vehemencia de su discurso fue tal que el embajador de los EE. UU. en la Argentina, Robert W. Bliss, presentó una protesta formal ante el Ministerio de Relaciones Exteriores por las duras críticas de Mosconi a la política estadounidense en América Latina. Más allá de las quejas del diplomático, las palabras del director de YPF encontraron en México oídos receptivos. Un primer paso se dio en 1934, cuando el gobierno mexicano creó Petromex, una empresa de capitales mixtos que tenía entre sus objetivos regular los precios internos de los combustibles. El paso siguiente fue el decisivo: en 1938 el entonces presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación y nacionalización de la industria petrolera mexicana. Para hacer frente a las necesidades de producción y comercialización de combustibles, el gobierno cardenista creó las empresas Petróleos Mexicanos y Distribuidora de Petróleos Mexicanos, cuyas estructuras se inspiraron en el modelo de YPF. No fue una casualidad. Diez años antes Cárdenas había estado entre el público que había aplaudido calurosamente a Mosconi en su conferencia de la Universidad de México.
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
1 comentario:
Al parecer algunas cualidades argentinas pueden buenas. Creo que el asunto YPF es un buen medidor de nuestros aciertos y errores, que como pais nos determinan.
Publicar un comentario