

Lo que sucede con estas fotos es que despiertan la misma sensación que cualquier otra imagen suya, sólo que esta vez el juego está explicitado, la distancia es parte del asunto. Pero a fin de cuentas, ¿cuándo ha sucedido que Bowie nos deje romper esa máscara, que nos deje acercarnos y se nos revele detrás del gesto? ¿Cuándo ha dejado de ser perfecto? Ni las entrevistas pueden con el mito: ahí está sentado, confesándose, siendo lo más sincero que puede, pero siempre sobrevive una percepción ligeramente sombría: la de estar delante de alguien que, en efecto, sólo dialoga de verdad consigo mismo.

Veinticinco años atrás, Bowie jugaba al ping pong en kimono, con anteojos negros, en alguno de esos sucuchos que por entonces todavía le quedaban cómodos. El ping pong resulta imposible en el abrazo del kimono, el kimono desdibuja su mesura en la persecución de la pelotita. El smash ridículo de la segunda foto no hace otra cosa que recordárnoslo una vez más: Bowie no juega al ping pong, por más concentrado que simule estar. Es alguien que siempre, siempre, está solo.
José María Brindisi
Buenos Aires, EdM, noviembre de 2012
Buenos Aires, EdM, noviembre de 2012
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