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Gálvez y Gombrowicz. O la inconformidad de tocarse la oreja, por Guillermo Korn




“¿cuáles eran las posibilidades de comprensión entre esa Argentina intelectual, estetizante y filosofante y yo? A mí lo que me fascinaba del país era lo bajo, a ellos lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París.”

Witold Gombrowicz



Suele repetirse que Argentina es un país con poca memoria. Podría decirse además, con pocas memorias literarias. Las de Manuel Gálvez son una fuente inagotable de anécdotas y una cantera de cruces inesperados entre escritores. La edición en cuatro tomos (Amigos y maestros de mi juventud, En el mundo de los seres ficticios, Entre la novela y la historia, En el mundo de los seres reales), publicados por Hachette, o más tarde en dos volúmenes, por Taurus, trae –por fortuna– un índice onomástico de los autores mencionados.
    El más aludido, claro está, es el propio autor. Gálvez el memorioso, no omite contar quién lo elogió, quién lo ninguneo y qué merecimiento le fue esquivo. Para entendernos: tan mencionado como Noé Jitrik en los tomos de la Historia Crítica de la Literatura Argentina, que aparece bajo su dirección. Más que Borges, dijo alguno con malicia. Volvamos. Ahí puede encontrarse la referencia a Séneca, a Belisario Roldán o a Joseph Roth, entre otros muchos. Muchos más quedan fuera. Entre otros Witold Gombrowicz.


¿Qué haría suponer la existencia de un vínculo entre dos escritores que tienen estilos tan distintos? ¿Hay, acaso, cruces? Mientras Gombrowicz nacía en Małoszyce, Polonia, Gálvez estaba editando la revista Ideas, en Buenos Aires. Los veintidós años que los distanciaba se acortarían en la queja compartida sobre el mundo literario y sus alrededores.

El uno, polaco, hijo de terratenientes. El otro, hijo de una familia criolla vinculada a la política santafecina. El autor de Transatlántico estudió en el colegio católico Saint-Stanislas-Kostka, en Varsovia. El de El uno y la multitud profesó esa religión por siempre. El uno, terminó Derecho sin practicarla. El otro, hizo la misma carrera en Buenos Aires, sin interesarle y apenas la ejerció, con “resultado pavoroso”. El lenguaje de los barrios bajos fue una tentación común. Gombrowicz hurgó un poco más allá.

¿Alguna otra cosa? Sí, lo consabido que Wiltold vino a la Argentina por dos semanas, invitado por la agencia marítima Gdynia-América, y se quedó más de veinte años. Fue en 1939, cuando Gálvez publicaba Vida de Hipólito Irigoyen. El hombre del misterio, un éxito como pocos. Unos años después, cuando se daba a conocer la versión castellana de Ferdydurke, comenzaba a leerse El santito de la toldería, dedicado a Ceferino Namuncurá. Dos niños, uno lo aproximaba al humor y la vanguardia, el otro clamaba por la “beatificación del hijo de la Pampa.”

Las líneas dedicadas por el autor de Nacha Regules en los días en que la novela aparecía editada, significaba una entrada al mundo literario que Gombrowicz sentía hostil. Puede pensarse que no era ese único valor que encontraba en el viejo escritor argentino. “Gálvez me brindó una exquisita cordialidad y me ayudó en muchas cosas, pero la sordera que sufría lo confinaba a la soledad.”, diría más tarde. Era otro modelo de escritor, distinto a los que les reprochaba “no haber elaborado una relación con la cultura mundial, más acorde con su realidad, realidad argentina”. Alguien que aún sordo y viejo, escuchaba nuevas voces. Como testimonia esta carta:


Buenos Aires, 3 de junio de 1947

Mi estimado amigo:

Como no me conformo con tocarme la oreja derecha cuando lo vea, ahí va mi opinión sobre Ferdydurke. No he leído en mi vida libro más original, ni más raro. No se parece en nada a Rabelais, salvo en la invención de palabras. Pero pertenece a una corta familia de libros muy raros, entre los que yo colocaría, además de la obra de Rabelais, el drama Le roi Bonibance, de Marinetti, varios libros futuristas, dadaístas y ultraístas y algo de Ramón Gómez de la Serna. Si Ferdydurke no es una obra genial, está muy cerca de serlo. Tiene usted una imaginación formidable y un poderoso sentido dramático. Sobre lo segundo le diré que muchas escenas me han apasionado por su dramaticidad, a pesar de tratarse de asuntos en cierto modo absurdos, como me apasionaron escenas realistas o sentimentales, escritas por verdaderos maestros.
     Acaso lo que más me ha gustado sea el capítulo “Filidor forrado de niño”. Lo mismo la pelea en la casa de los Juveliones.
    A pesar de ser, en apariencia, lo opuesto a una novela realista, hay en su libro un fondo realista y humano. Ha dado usted una representación en cierto modo simbólica de la realidad. O mejor que simbólica, algebraica.
   Hay un extraño humorismo en su libro. Y cosas excelentes como ésta (página 263): “Después de echar la pregunta, dio un paso tras ella...”. Igualmente he encontrado observaciones psicológicas dignas de Stendhal, Bourget o Proust. Ejemplo (pág. 264): “El hombre debe adelantar el disparo con un interno anímico disparo”.
     Cien cosas más tendría que decirle, pero me falta el tiempo y, lo que es peor, me está volviendo una neuritis que tuve en el brazo derecho y que no me permite escribir mucho a máquina.
    Algunas intenciones que hay en su libro son difíciles de ser comprendidas, y no sé si las habré alcanzado. Ya hablaremos. No quiero olvidarme del enorme contenido que hay en su libro: contenido filosófico, poético, idiomático, etcétera.
    La traducción me parece buena, sin conocer el original. Encuentro algunos errores. La palabra “directriz” es femenina y está empleada como masculina.
    En vez de “facha” (aunque ésta tiene relación con faz) en el sentido de rostro, yo hubiera empleado una vieja palabra nuestra: escracho, poco usada actualmente.
   Cambiando de tema: recibí carta del editor de Poznan. Está tan interesado que inmediatamente le escribió a Maffey. Por cierto que este señor no me ha contestado: eso es muy argentino.
    Deseo conversar con usted. Le mostraré las dos cartas de los editores.
    Usted podría venir el sábado por la tarde, a las tres, por ejemplo. O el domingo por la mañana, en el caso de que yo no vaya al Tigre a visitar a mis nietitas.
    Si mi casa le queda lejos, podemos tomar el té en el centro, a las cinco o cinco y cuarto, el día que le convenga. Pero tiene que llamar primero por teléfono. Felicitaciones por su libro y saludos afectuosos de su amigo.

Manuel Gálvez

Guillermo Korn
Buenos Aires, EdM, noviembre de 2012
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