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Melodías de la basura, por Alcides Rodríguez.


Tras una breve y fulminante enfermedad moría en 1794 José Antonio Ortiz, un luthier y profesor de música muy apreciado en la Buenos Aires virreinal. Ni los atentos cuidados del doctor Cosme Argerich, un prestigioso médico de la ciudad, pudieron salvarlo. En el inventario de sus bienes figuraban claves, violines, contrabajos, flautas, flautines, guitarras y un equipo completo de herramientas propias del oficio. Junto a todo ello dejó una colección de partituras que incluía obras de Haydn, Boccherini, Clementi, Davaux y otros grandes maestros de su tiempo. También figuraban algunas obras suyas para clave, órgano, e incluso una ópera. Nacido en las misiones jesuíticas como Cristóbal Pirioby, cambió su nombre indígena al llegar a la capital del virreinato del Río de la Plata.
La música fue una pieza clave en la estrategia evangelizadora jesuita. Con la llegada a las misiones del padre Juan Vaiseau, un destacado músico habituado a deleitar los imperiales oídos de los Habsburgo, los jesuitas iniciaron en 1617 la formación de músicos profesionales. Hacia 1691 otro músico, el padre Antonio Sepp, llegó a la reducción de Yapeyú y la convirtió en un gran centro de difusión musical. La escasez de instrumentos europeos se resolvió gracias a la habilidad de los artesanos indígenas. “Los indios fabrican muy buenos instrumentos musicales, entre ellos: trompetas, clarinetes, arpas, clavicordios, salterios, fagotes, chirimías, tiorbas, violines, flautas, etc.” comenta el padre Sepp en su Continuatio oder Fortsetzung der Beschreibung der denckwuerdigen Paraguarischen Sachen (Ingolstadt, 1710). Coros, cantantes y orquestas de indígenas asombraban por la calidad de sus ejecuciones a todo aquel que visitara las reducciones. Impresiones similares causaban sus instrumentos, sobre todo algunos de excepcional complejidad. Bajo la dirección del padre Florián Paucke, un eximio violinista, se construyó en la reducción de San Javier un órgano de cinco registros que, según los testimonios, sonaba a las mil maravillas. Con la expulsión de los jesuitas en 1767 músicos y luthiers indígenas siguieron su camino, perdiéndose su rastro definitivamente a lo largo del siglo XIX. Según los inventarios llevados a cabo tras la expulsión, en las misiones habían quedado más de mil instrumentos de todo tipo.
    Como en otros países de la región la desigualdad, la pobreza y la exclusión social son problemas de larga data en el Paraguay moderno. Una dura realidad que golpea en especial a niños y adolescentes, casi siempre con las peores consecuencias. En 2002 el director Luis Szarán creó Sonidos de la Tierra, un programa que tiene como objetivo la integración social y comunitaria de niños y jóvenes de escasos recursos a través de la música. Un año más tarde el ambientalista y músico Favio Chávez Morán, coordinador académico de Sonidos de la Tierra, le propuso a Szarán llevar el proyecto a las familias de los trabajadores del vertedero de Cateura, el sitio de disposición final de los residuos de Asunción y su área metropolitana. En un principio el plan era formar luthiers para reparar instrumentos, pero al poco tiempo tomó forma la idea de construirlos con el propio material del vertedero. Surgió así toda una serie de instrumentos construidos con latas, maderas, cucharas, botones, tenedores, tapitas, tuberías de agua y toda clase de materiales reciclables. Nicolás Gómez, ganchero de Cateura, es desde hace años el luthier de casi todos ellos. Sorprendidos por la viabilidad de estos instrumentos tan peculiares, Szarán y Chávez Morán impulsaron la formación de una orquesta de niños y jóvenes provenientes de sectores de bajos recursos. Hoy en día la Orquesta de Instrumentos Reciclados es una realidad que ha dado conciertos en muchos países del mundo y nuclea alrededor de veinticinco jóvenes músicos que van rotando continuamente. Para aquellos que muestran aptitudes musicales Sonidos de la Tierra se ocupa de brindarles facilidades para que puedan desarrollar una carrera profesional, llegando incluso a tener la posibilidad de ocupar un lugar en la orquesta sinfónica de Asunción.
    La música ocupó un lugar de fundamental importancia en la aspiración jesuita de construir su utopía cristiana en América del Sur. Que los indígenas pudieran cantar y ejecutar con precisión música sagrada europea era, para los padres de la orden, prueba palpable de sus aptitudes para vivir en la fe de Cristo. Lejos de las utopías del barroco, la música es para los miembros de la Orquesta de Instrumentos Reciclados un vínculo con el arte y un camino de reinserción social. A la manera de los luthiers indígenas del pasado, ellos mismos se proveen de sus instrumentos. La diferencia es que lo hacen con la fuerza de quienes se resisten a ocupar el lugar de marginalidad y exclusión que un orden social injusto les tiene reservado. Una fuerza que tiene el poder de transformar la basura en belleza.
Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, diciembre 2012


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