ESCRITORES EN SITUACIÓN

Máquinas y escritores: las notas de Scalígero y Rodolfo Walsh, por Miguel Vitagliano



Scalígero ganó buena parte de su fama anotando los márgenes de libros ajenos con relatos propios.  Era filósofo, médico, botánico, pero por encima de todo fue uno de los sabios más reconocidos del siglo XVI. El emperador Maximiliano I lo nombró paje cuando apenas tenía 12 años, en 1496, y años más tarde accedió a convertirse en capitán de su ejército, aunque esa no era su actividad preferida, demasiado tiempo le quitaba a las letras y al arte, que había aprendido con Durero. Su mayor notoriedad, de todos modos, la consiguió a partir de 1525, al ser nombrado médico del obispo de Agen, ciudad francesa en la que murió a los 74 años. 

Tal vez fue de Durero de quien más haya aprendido sobre el valor de los detalles y  el solapado estallido que se esconde en la combinación de materiales diversos. Porque aunque atesoraba libros, lo que realmente le interesaba a Scalígero era profanarlos con letras de distinta procedencia. Introducía cuestiones de botánica en libros de filosofía, o aspectos médicos en un tratado de metafísica al que terminaba por derivar hacia los misterios del cuerpo humano, o de la vida en general, y en particular su vida, porque Scalígero solía contar también su biografía en esos márgenes. Los coleccionistas buscaban con particular reverencia sus libros entre los cuantiosos libri annotati.
Como otros humanistas de su tiempo, Scalígero utilizaba una máquina para leer y escribir: un cono que giraba sobre un eje y en el que podían colocarse docenas de libros abiertos. Puesto junto a la mesa de trabajo donde se leía un libro, el giratorio permitía acceder con una celeridad antes inaudita a la información de distintos volúmenes. La tarea no debía interrumpirse para buscar el dato requerido, ya estaba allí, al alcance de la mano. Todas las letras posibles se mantenían a la espera del escritor-lector. Sin duda que el giratorio tuvo una notable incidencia en la fecundidad de los libri annotati. Scalígero utilizó a la perfección esa máquina de leer, sobre todo para alimentar esa otra que era exclusiva de su ingenio, la de intervenir los textos con comentarios que los desviaban  de su cauce. Uno de sus trabajos más reconocidos fue el tachado íntegro de un libro, palabra por palabra, y al que en el margen de cada página anotó repetidamente un mismo vocablo soez.
Profanar la cárcel del sentido con el virus de una letra. Sin duda. Vale mucho más eso que pensar en un adelanto de la hipertextualidad contemporánea. Interferir el sentido, hacer saltar el curso de una máquina, como cuando se dice  “hacer saltar la banca”. Eso mismo fue lo que sucedió con el poemario de Pablo Neruda que escribió para España durante la guerra civil. Como no había papel para imprimirlo, un grupo de milicianos republicanos hizo saltar la banca: echó al molino cuanto podía suplir ese material. Las páginas en las que se imprimió el libro se hicieron a base de jirones de ropas y trapos ensangrentados. Cada cosa se había salido de lugar para inventar una nueva.  De eso se trataba; acaso allí también pueda buscarse una posible  respuesta a la pregunta de qué está hecha la literatura.
Las aspas del molino como las hélices de un avión. El molino también mataba fascistas. La literatura era un molino. (https://escritoresdelmundo.com/2012/12/maquinas-y-escritores-una-hoja-de-parra.html)
Neruda cuenta en sus memorias que años después vio expuesto un ejemplar de esa edición en una sala reservada de la Biblioteca de Washington.
Cuestiones de máquinas. El sentido nunca está suelto. Ni es huérfano.
Cuando Scalígero murió pronto surgieron sus detractores. No negaban sus teorías sino el sentido que él había decidido para su vida. Decían que no había ninguna prueba de todas las experiencias que había relatado antes de convertirse en médico del obispo de Agen. Que todo lo que se conocía de su vida era lo que Scalígero había escrito en los márgenes de libros ajenos.
El sentido quiere controlarlo todo. Nunca está suelto, por eso ata.
A mediados de 1976, a pocos meses del golpe del militar en Argentina, Rodolfo Walsh creó ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina) para informar a la población lo que los diarios ocultaban. Diseñó una red de informantes y periodistas, y entrenó a cuatro militantes con los que venía trabajando en Montoneros desde hacía un año para conformar una mesa de redacción que no sólo produjo los cables, también los imprimía y distribuía para que llegaran a la población como a distintos medios y organismos de derechos humanos del exterior. Tenían cuatro Olivetti mecánicas, un mimeógrafo y un escáner para interferir las comunicaciones de la policía.
Lucila Pagliai cuenta que Walsh le enseñaba a leer entre líneas los diarios, revistas, discursos oficiales y actas empresariales pero también los avisos de apariencia más intrascendente y las notas necrológicas. Dice: “Había que buscar y saber leer, hacer inteligencia de la noticia o del dato publicado discriminando la paja y el trigo, interrelacionar, evaluar, interpretar para producir cables de alto impacto que perforasen el bloqueo informativo.” (1)
Encontrar el espacio para escribir la letra. Sacar de quicio la máquina de control. Confundirla sobre su propio eje. Porque, como asegura Lila Pastoriza, hasta la misma sigla ANCLA intentaba ser un virus inoculado en el interior de las fuerzas represoras: una parte del ejército sospechaba que los cables eran un ardid de la marina, y una parte de la marina sospechaba que se trataba de una celada que el ejército hacía contra la marina.
ANCLA alcanzó a producir y difundir más de doscientos cables durante 1976 y 1977, entre ellos el del 1 de abril del 77 que informaba sobre el secuestro de Rodolfo Walsh, titulado “Denuncian secuestro de renombrado escritor argentino”. Se trataba de una noticia que cualquier medio de prensa podría haber escrito (y no hicieron), trazando un recorrido sobre su biografía intelectual.
Ninguna mención se hacía de la Carta a la Junta que el escritor acababa de echar al buzón y que sus compañeros de ANCLA ya habían estado distribuyendo (2). Se había discutido bastante sobre la necesidad o no de que la carta llevara la firma de Walsh; una cuestión estratégica: la firma de un escritor reconocido acrecentaría el impacto que se buscaba, romper el cerco informativo.
Letra y nombre se convertían en la máquina de un mismo molino.
Walsh se defendió de sus secuestradores con un pistola 22. No tenía la vana intención de detener los múltiples disparos, su principal intención era resguardar el funcionamiento de la máquina; es decir, que no pudieran detenerlo con vida. La 22 se había convertido en letra para matar fascistas.  

                                                   Miguel Vitagliano
                                           Buenos Aires, EdM, diciembre 2012

(1)     Loterszatain, C. y Bufano, S.: ANCLA. Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina 1976-1977, Buenos Aires, Ejercitar la Memoria, 2012.
(2)     Jozami, E.: Rodolfo walsh. La palabra y la acción, Buenos Aires, Página 12/Grupo Norma, 2011   
            
                                                                                                                
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