El video de la cantante y compositora Eugenia Brusa donde se pone la ropa pesada de su historia familiar cumple con uno de los requisitos más productivos del arte contemporáneo: no es sencillo decidir a qué género pertenece, ni siquiera es tan simple definir que el video sea un ejercicio estético. Su economía está llevada al extremo, cuanto menos dice más significa. Los poco más de doce minutos frente a la cámara de su computadora están acompañados de gestos con el rostro y muy poco texto. La literalidad es aplastante: su padre y su abuelo pertenecieron a la Marina argentina y ella, hija y nieta del silencio, pregunta y pone en escena lo no dicho. Al comienzo del video observa a la cámara con una clara expresión de duda y angustia. El texto dice: “tengo esto”. Nos da la espalda y toma de afuera del cuadro el saco oficial de la marina, los botones dorados y las charreteras de su padre y la gorra blanca de su abuelo, uniforme con el que se viste. “Cap. Brusa” se llega a leer en un momento cuando el interior de la gorra pasa por la cámara.
El uniforme le queda grande pero es claro que ella quiere ponérselo, hacerse cargo del peso; hasta que se baja la gorra y se tapa los ojos, el texto dice: “tengo vergüenza”, llora, se tapa la boca, cae la charretera y a partir de allí se evidencia la incomodidad. Más que vergüenza dice tener miedo. “Les pregunté qué estaban haciendo ellos”. “Tu abuelo siempre estaba en los barcos”, “yo era cadete, estudiaba en la escuela naval”, es todo lo que obtiene por respuesta.
Pocos minutos después desarma la gorra del abuelo y le quita el escudo de la marina, juega, lo usa de vincha hasta que cae sobre su boca, parece un bozal y como si fuera una enfermera maldita de la historia reciente pone el dedo índice sobre su boca representando al silencio que la ahoga. Luego se mete dentro del saco, apenas se la ve, se ven sus manos, sus dedos largos, al final se pone de nuevo la gorra y sólo vemos el uniforme y ni un centímetro de su piel.
El video dialoga con una serie compuesta por otras obras que interrogan el vínculo complejo entre la generación que protagonizó los años setenta y sus hijos: podría incluirse en el biodrama Mi vida después de Lola Arias. Como pocos casos aborda la problemática familiar e histórica desde el punto de vista de las Fuerzas Armadas y el silencio respecto de lo acontecido. “Marina Brusa” al decir muy poco habla mucho más de la actualidad del pasado reciente (hasta qué punto el pasado es presente) que cualquier obra que intente reponer la totalidad de aquella experiencia o enunciar alguna verdad definitiva. El drama de la vergüenza y el silencio está en los gestos de su cara; la posibilidad de que la peor tragedia argentina sea parte del pasado se halla en el conjuro que las nuevas generaciones puedan hacer de todas las historias familiares: el video “Marina Brusa”, que habla de una familia militar al tiempo que “Marina” Brusa también puede ser esa que ella quiere no ser para poder ser Eugenia. Como si fuera esta una ficción que sólo dura el título y el resto de la obra fuera puro testimonio histórico, personal, biográfico y familiar.
El hecho de que la cámara sea la de su computadora (en distintos momentos parece observarse a sí misma en pantalla) le dan al testimonio un doble carácter: por un lado lo pone en serie con los infinitos videos que circulan por la web donde vemos internautas frente a monitores, el grado cero de los cuerpos conectados a la masividad capilar de la comunicación digital; por el otro, nos pone en la incómoda situación de estar espiando a alguien cuando se mira a un espejo y se pregunta quién es en la más profunda intimidad. Hipermasividad digital junto al más resguardado secreto personal ponen en escena uno de los nudos más densos de la historia argentina. Estos doce minutos son como un bisturí que corta la trama esquiva de lo real.
¿Hasta cuándo puede durar la posdictadura? ¿Ya terminó? ¿Todavía persiste? ¿Va a ser acaso un tiempo siempre presente a través de la ausencia de la desaparición? Este año se van a cumplir treinta años de posdictadura. Este video pone en evidencia el hecho de que hay condiciones de posibilidad de los discursos completamente novedosas, en gran medida por el cierre del ciclo que implican los actuales juicios.
Algo en su historia, al tiempo que la conjura para quitarla de su vida (ponerse el saco para sacarse el peso), parece asumido como un valor: sueña con puertos. Un resto de ese mundo de los barcos y las historias de alta mar, sin la política que incluye en este video, debe haberla llevado a ser cantora de boleros. Con “Eugenia Brusa y los Bombones de Murano”, trafica desde otros tiempos melodías que con un claro gesto anacrónico interrogan la pertinencia de lo actual. Como si Eugenia Brusa fuera la que elude el presente para traer del pasado esas melodías, y “Marina Brusa” fuera la ficción con la que quiere hacerle brujerías a lo real.
Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, Febrero 2013
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