PIES DE IMAGEN

Apuntes para una historia de la memoria futbolística, por Rubén Mira


El fútbol como medida del tiempo.

El fútbol es una de las medidas más nobles del paso del tiempo. Cuando un futbolero ve que los jugadores veteranos empiezan a ser más jóvenes que él, siente que está entrando, definitivamente, en la edad adulta. Es en ese momento en que empieza a hacerse memorioso; es decir, a aportar a la memoria del fútbol la parte que a él le corresponde y un fragmento de lo que su generación aportará a esa historia. Cuando ese momento llega, el futbolero sabe todo lo que hay que saber sobre la retórica de la memoria futbolera porque en ella se formó desde la infancia.

Comenzar a ir a la cancha y participar de la memoria futbolera son una misma experiencia. Se va a la cancha con los mayores y los mayores hacen memoria. Por eso, en la experiencia futbolera, pasado y presente conviven naturalmente. El futbolero se forma a la vez, estando ahí, en la cancha, y actualizando el pasado a través de su iniciación en la memoria futbolera.

Mito y retórica en la memoria futbolera.

La memoria futbolera es mistificadora. Construye de manera oral, colectiva y anónima el pasado mítico del fútbol. De estas tres características, lo oral, lo colectivo, lo anónimo, proviene la modalidad de su retórica y es gracias a su economía que la memoria futbolera es tan resistente, tan tenaz, tan duradera. Sus objetos de construcción mítica son tres: los partidos memorables, las jugadas prodigiosas, los grandes cracks. Sus construcciones pueden y suelen acoplarse de manera aleatoria, pero se alinean en función de un objeto compartido, de una tarea contextualmente anacrónica: la paciente elaboración de mitos colectivos.


Lejos de su época de necesidad histórica, la trasmisión oral necesita de procedimientos de una astuta sencillez para persistir. Por eso, la retórica de la memoria futbolera privilegia la metonimia y recae en la analogía. Con el mismo procedimiento con el que Herodoto reconstruyó el número multitudinario del ejército persa al decir que el agua del río Éufrates no alcanzaba para darle de beber a sus caballos, mi tío Isaac definió el partido con el que Argentina y Uruguay retomaron relaciones futbolísticas muchos años después de que los uruguayos nos molieran a patadas en la final del treinta. “Había tanta gente”, dijo el tío, “que cuando la pelota iba para arriba yo la veía, cuando jugaban por abajo, no veía nada”. Otro ejemplo de un procedimiento similar es el modo en que mi padre define al Chueco García, atípico puntero izquierdo de Racing y la selección nacional: “El Chueco era tan elegante que la única vez que jugando se cayó al piso, el diario Crítica tituló en primera plana “SE CAYÓ EL CHUECO GARCÍA”.

Para ilustrar a Corvatta, el viejo futbolero puede decirle a otro no tan viejo que “jugaba como Houseman”, y ése le diría al iniciado Juan José López que Corvatta se parecía a Iniesta. Esta forma simple de la analogía suele derivar en una composición que busca precisar el detalle: la analogía por anexión. Así, para describir a Bertoni, el futbolero puede decir: devolvía paredes como Dani Alvez, le pegaba fuerte como Batistuta y manejaba los dos perfiles como Forlan.

En el desplazamiento de la analogía simple a la anexión es donde la retórica de la memoria futbolera adquiere su lógica comunicativa, porque ahí la analogía pierde su carácter descriptivo para transformarse en complicidad. La construcción del monstruo analógico futbolístico necesita de la colaboración creativa inmediata entre quien lo compone y quien lo reconstruye. Una colaboración espontánea basada en la confianza -casi nunca cuestionada- de su potencial.

Tiempo y espacio en la memoria futbolera.

Para destacarme el tipo de jugador que era el gran crac de Racing Orestes Omar Corvatta, Sergio Renán recurrió a la jugada ejemplar. Cerca del área rival, me contó Sergio, Corvatta se enredó antes de patear un centro. Entonces comenzó a retroceder con la pelota buscando la claridad necesaria para centrear. Para eso tuvo que eludir a un rival y se le acercó otro más. Corvatta lo eludió también y siguió, gambeteando hacia atrás. A medida que iba retrocediendo le salían rivales y Corvatta los eludía en una apilada infernal, pero contra su propio arco. Ya cerca del área de Racing Corvatta, se dio vuelta y con la pelota al pie, de cara al arco rival, volvió a pasar en el sentido contario a los rivales que antes había pasado, hasta llegar al área contraria y tirar, finalmente, y sin dificultades, el centro que no había podido hacer y que dio origen a la jugada.

Cuando Renán contaba la anécdota, contaba algo que seguramente estaba más cerca de su deseo que de la realidad, guiado por la intención de hacerme vivir la anécdota, pero también, por el deseo de vivirla de nuevo o haberla vivido él también. En el movimiento inverso, yo deseaba la anécdota como realidad, como acontecer concreto, por dos motivos: para poder vivirla a través del relato de Sergio, y también para que Sergio la hubiese podido vivir. La memoria futbolera no ocurre, entonces, en el cruce entre dos tiempos ni en el espacio de lo verdadero y lo falso, sino en el punto de intersección entre un deseo de actualización del pasado y un deseo de presencia retrospectiva: el aquí y ahora continuo del gran mito del fútbol.

Este cruce de deseos, de credulidades cómplices, que anima el trasfondo de las ficciones míticas en general, adquiere en la memoria futbolera un régimen pasional sostenido, colectivo y hasta comunitario. La leyenda urbana sostiene que si se juntasen a todos los futboleros que dicen haber visto debutar a Maradona se llenarían cuatro o cinco estadios. Y, sin embargo, ¿quién podría negarles el privilegio de haber visto esa fecha fundacional? La memoria futbolera trabaja en una zona intermedia entre la verdad y el sueño que se nutre de una complicidad afectiva basada en el deseo.

Memoria futbolera versus mitificación poética del futbol.

La memoria futbolera no metaforiza. Sus procedimientos son naturales o están revestidos de una naturalidad que le fue dando su propiedad colectiva, su tradición oral y su autoría anónima. Exabruptos tales como “¿De qué planeta viniste? Barrilete cósmico…” poco tienen que ver con la memoria futbolera. Sólo la mitificación poética se exacerba en la metáfora.

La memoria futbolera posee una sabiduría narrativa no planificada y cede a su objeto, no a su forma, el privilegio del asombro. Disimula la construcción, porque sus recursos narrativos pertenecen a la naturalidad del habla. Su forma narrativa básica es la anécdota breve, su cautela instintiva, el cuidado del débil equilibrio libidinal que se establece entre el relato y lo ocurrido, entre el relato y el deseo de ocurrencia, entre la verdad y el sueño. Su disciplina narrativa no responde al continuo autosuficiente del cuento, forma parte de un continuo narrativo cuyo objetivo se encuentra más allá de la forma en sí de la anécdota individual. Cada anécdota posee el saber inconsciente de formar parte de un relato mayor: memoria colectiva del futbol. Ese saber inconsciente preserva su forma de la tentativa literaria.

La memoria futbolera se opondría tanto a la mitificación poética del fútbol como al cuento de temática futbolística. Estas dos prácticas mantienen con la memoria futbolera una relación de aprovechamiento y de control. No contribuyen a la horizontalidad y la reversibilidad de roles dentro de un espacio emocional común, sino que lo vuelve vertical y lo somete a las jerarquías propias de lo mediado.

La mitificación poética y la proliferación de cuentos de fútbol sólo puede tener lugar allí donde la memoria futbolera cede, se intelectualiza, o mejor dicho, se vuelve propiedad privada bajo el imperio de lo mediático y la cultura libresca, regida por la autoría y el narcisismo. Ambas prácticas persiguen la ambición de llenar, trabajan sobre la idea de lo completo. La memoria futbolera, en cambio, es una aceptación colectiva de lo incompleto, provocando con pocas palabras un silencio productivo. Ese silencio podría ser lo pasado que vuelve como perdida, pero también como espacio fértil para una nueva situación emocional.

Memoria futbolera versus archivo.

La memoria futbolera construye su mitología de grandes héroes, los jugadores del pasado, en la voz de nuestros héroes cotidianos, nuestros padres, nuestros amigos, aquellos a quienes queremos y a los que, por una razón u otra, respetamos y valoramos como trasmisores del pasado futbolístico. Es debido a esta verosimilitud afectiva que la memoria futbolera no necesita de la verdad referencial para imponerse. Ella es su propia verdad.

Tecnológicamente, fútbol y archivo nacieron juntos. Por eso una historia de la memoria futbolera no puede sino ser la historia de la tensión entre memoria y archivo. El vacío sobre el que trabaja la memoria convoca la ilusión, el archivo en cambio, nos enfrenta a la desilusión de la imagen. Desde lo temporal, también memoria y archivo difieren. Mientras que la memoria actualiza el pasado en el presente, el archivo transforma el presente en pasado y al pasado en lo inamovible. La ley de la memoria se fundamenta en lo afectivo, el régimen del archivo es probatorio.

La memoria futbolera está amenazada por el archivo. Nada puede destruir a la memoria futbolera sino la ilusión de reemplazar sus procedimientos por una totalidad probatoria. Gracias al archivo, quien quiera ver cómo jugaba Bochini puede ver partidos enteros de Bochini, pero en ese ver, lo que Bochini fue y lo que Bochini es, se habrá perdido para siempre.

La chancha Seoane.

Mi padre tiene hoy 92 años y es un gran propagador de la memoria futbolera. Vio jugar muchas veces a casi todas las leyendas del fútbol argentino, pero sólo una vez vio jugar a la chancha Seoane. La chancha fue emblema de Independiente y sólo se puso otra camiseta, la de Boca, para participar en la memorable gira europea en la que, Seoane mediante, se consagraría el fútbol argentino en el mundo. Seoane, decía la memoria futbolera recién nacida, había sido un jugador extraordinario, el mejor de todos. Mi padre lo vio jugar ya retirado y veterano, en un partido amistoso, pero le resultó suficiente para afirmar, aún hoy, que Seoane fue el Maradona de su época.

Años después, mi padre trabajaba en el frigorífico La Negra. En la época de la guerra, en la orilla sur del Riachuelo, había varios establecimientos: La Negra, La blanca, el Anglo. Cada cambio de turno reunía una multitud de obreros, eran miles de trabajadores los que entraban y salían. Enfrente de La Negra había un viejo bodegón, se llamaba Siempre Vive. Tenía mesones largos en donde los primeros en llegar compartían la comida, mientras por atrás los demás se amontonaban, esperando turnos para pedir su puchero. Conseguir un asiento en el Siempre Vive era un prodigio del destino. Y sin embargo, junto a una ventana, quedaba un lugar vacío con un cubierto servido que nunca nadie ocupaba. Un lugar reservado para un comensal que sólo cada tanto aparecía, y compartía anécdotas y recuerdos con los obreros de los frigoríficos. Ese era el lugar reservado, todos los días, y a cualquier hora, para la Chancha Seoane.

En la esperanza de ese plato, en ese lugar siempre disponible, la memoria futbolera se revela como un modo indispensable y ejemplar de construcción colectiva de la historia.


Rubén Mira
Buenos Aires, EdM, septiembre 2013


Jesús Mira, en la foto de Josefina Tommasi
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