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La música como sustituto de la voluntad. Levi cuenta que en Auschwitz, las autoridades habían organizado una banda de prisioneros. Tocaban en varios momentos del día, cuando iban o volvía de los pesados trabajos, por ejemplo. Los imagino: espectros desesperados prendidos a los instrumentos. Su repertorio estaba formado por marchas y canciones populares que les gustaban a los alemanes. En un momento, Levi se lastima un pie y lo internan por dos meses en la enfermería. Desde su catre, escucha la música como una especie de ruido lejano: “llega asiduo y monótono el martilleo del bombo y de los platillos, pero sobre su trama las frases musicales se dibujan tan solo a intervalos, a capricho del viento”. En este caso, la música no es un salvoconducto para una realidad mejor, todo lo contrario, es la “expresión sensible de la locura geométrica”. Nada ni nadie se escapa de los campos, ni siquiera el sonido, que se trasforma en un aliado de los nazis. Levi dice que el ritmo de la música empuja a los hombres cuando están completamente quebrados: no tienen voluntad, el ritmo dispone por ellos. Dice que es lo último que los sobrevivientes olvidan del Lager. Una pesadilla de armonías, el horror cifrado en el sonido.
Dos
Hay un pianista. Estoy sentado en la cocina y lo escucho practicar. Siempre el mismo fragmento. Es una escala que sube y termina en un arpegio sinfónico. Pienso que debe ser parte de la obra de un compositor romántico. Hace varios años que lo escucho. Mi edificio es un laberinto acústico: no sé de dónde viene el sonido. El pianista practica a veces por la mañana y a veces por la tarde. Es constante y esforzado. No incursiona con otras piezas ni calienta los dedos con escalas, como hacen todos los pianistas. Imaginé que se trataba de alguien que recién se iniciaba con el instrumento. Hace dos semanas me enteré que estaba equivocado. Me crucé en el ascensor con un periodista de La Nación a quien conozco. Se especializa en música. Venía a visitar a un amigo. Es un pianista reconocido, me dijo. Ahora sé que el músico vive en el tercer piso y que tiene un Steinway de media cola. Hice mis averiguaciones. Reconozco al pianista cuando me lo cruzo en el hall de entrada. El tipo es alto y pesado como un barco. Tiene los ojos desviados. Resulta incómodo mirarlo. Parece que uno se metiera en su intimidad. Derrida exige para ciertas lecturas una mirada bizca, estrábica: “un ojo en cada columna, en cada mirilla, para no perder de vista la precipitación de la diseminación literal”. Quizás esta mirada profunda, estroboscópica, sea uno de los ingredientes que evidencie el talento del músico.
Jorge Consiglio
Buenos Aires, EdM, Septiembre 2013
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1 comentario:
Excelente texto, Jorge Consiglio. Un cruce de narración y ensayo en justa medida. Prosa corta, rítmica, precisa. La reflexión esta en el centro pero suena como si fuera musica de fondo, bajo continuo.
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