Mitad mujer por lo volátil, lo impresionable, lo sensual y apasionada; mitad animal por lo irreflexiva, lo dócil o lo violenta, la esfinge argentina del siglo veinte son las multitudes --las masas urbanas-- vigiladas en el cambio de siglo por el dispositivo jurídico-científico de la criminología. En el reverso de los saberes médicos, la literatura trabajó con el carácter irrepresentable de las masas, y su inscripción problemática en los discursos estéticos y políticos. Pero que la masa sea irrepresentable no implica que la literatura, en paralelo con las tecnologías de reproducción masiva, se haya abstenido de darles una figura reconocible en el lenguaje. Pero allí donde el arte de masas, el cine, la radio, la música popular, produce aglomeraciones de cuerpos y multiplicación de voces, la literatura diseña geografías del miedo vacías, espacios liminales y amenazantes, al borde de la presencia, cubiertos de la huellas negativas de una multiplicidad latente, no actualizada.
“Casa tomada”, uno de los cuentos de Bestiario, de Julio Cortázar (1951), es el lugar común de esta distribución de lo sensible que pone a las masas en el umbral del sentido. En la tradición de la literatura de terror, de las mansiones embrujadas, el cuento está armado alrededor de un espacio familiar cercado progresivamente por una presencia amenazante que termina arrancando a los personajes de sus rutinas burguesas. En la mejor tradición de lo siniestro, el texto, literalmente, desfamiliariza el espacio de la casona paterna, donde el matrimonio de hermanos representa un linaje patrio que se extingue silenciosamente en actos de repetición estériles e improductivos. Representan el final de un linaje, no dejarán descendencia y viven austeramente de una renta que llegaba todos los meses de unos campos, según la lógica del patrón ausentista. Terminarán en la calle, con lo puesto, desalojados y sin lugar adonde ir, expulsados y en algún sentido liberados de eso que, entre el silencio, el ruido y el murmullo, no llega a articularse como una voz (“como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación”).
Desde los años ’60, la crítica extendió sobre “Casa tomada” el velo rústico de la masa—las mayorías silenciosas e invisibles del peronismo—, rondando y asaltando el orden cultural burgués. Pero esta lectura alegórica pasa por alto un detalle: que esa inminencia aterrorizante, que ese aire de pesadilla que parece contaminar las paredes, los muebles y los objetos de la casa, viene de adentro, del fondo mismo de la casa “silenciosa y profunda”. ¿Y si lo ominoso, apenas retenido por las puertas interiores, no estuviera afuera (los “monstruos” carnavalescos de “Las puertas del cielo”, digamos, la cultura popular invadiendo la calle y la noche)? ¿Y si esa presencia fantástica, espectral, que nunca termina de tomar forma, fuera inmanente al orden burgués de la casa? Lo que avanza desde el fondo de un interior burgués y se apropia de los personajes, cautivos del puro presente del hábito y la repetición, viene de un pasado de clase que se constituye sobre un núcleo de violencia reprimida, perdido en los orígenes de una linaje familiar que el carácter improductivo y no reproductivo de los personajes está bloqueando. El afuera es un pliegue íntimo y familiar de lo doméstico, un núcleo virtual domesticado a fuerza de repetición y olvido que en cualquier momento puede actualizarse. El problema para los hermanos no es entonces que no entren; el problema es que eso que espera agazapado no salga de la casa,“No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.” Como un castillo gótico, o como “La casa de Asterión” de Borges--el palacio habitado por el monstruo--, la casa proyecta su sombra siniestra sobre una ciudad donde se multiplican las voces y los rostros. El cuento termina con el lenguaje tocando el límite que define a la literatura fantástica: no explica, no resuelve, no juzga, no representa. Más bien, presenta o hace real un vacío que, de cuarto en cuarto, se fue acercando demasiado.
Fermín A. Rodríguez
EdM, diciembre 2013
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1 comentario:
Muy bueno, por fin una interpretación de casa tomada sin reduccionismos pavos
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