Giovanna Rivero es, sin exageración, la más poderosa narradora boliviana del presente y su fuerza radica, como lo veremos en breve, en su definitiva y axiomática peculiaridad. Una peculiaridad a la que llamaré “voz propia” y que a estas alturas ya ha probado que no solo es “exportable”, como lo demuestra su imparable conquista de nuevos territorios (geográficos y simbólicos), sino que se presenta con el augurio de una larga permanencia. Y no es mi intención hacer aquí una valoración sentimental: Giovanna Rivero es, y sospecho que seguirá siendo, difícil de olvidar porque su literatura se te queda como un escozor, como un aguijonazo dado por su oficio limpio y sin concesiones, del que se elevan una perturbadora inteligencia y una rara —cuando no incómoda— belleza. Veamos.
¿Por qué poderosa? La fuerza narrativa de Giovanna proviene, por una parte, de la calidad de su pluma. Eso es indiscutible. Su potencia mana de una concienzuda técnica, lograda al pie del trabajo disciplinado y puesto al servicio de la modelación de un estilo, que más que un estilo es una búsqueda permanente. Esta preocupación por la perfección, si podemos llamar así su autoexigencia, está unida, sin embargo, a su vocación aventurera, lo que se traduce en los riesgos artísticos que toma en cada giro, en cada desafío, en cada exploración. Para ser más gráfica recurro a una imagen prosaica que pudiera ser descrita en términos de las horas-silla que Giovanna dedica a leer y a escribir. Horas que por supuesto son evidentes en su evolución y en los tremendos saltos entre un libro y otro y entre un género y el siguiente.
Entonces, como venía diciendo, la fuerza de Rivero procede, por una parte, de su oficio; y, por otra, de su hondura. La densidad del alma humana está en sus relatos y ella logra sopesarla, dinamitando los estereotipos en todas sus tentaciones vulgares y obvias. Los personajes de Rivero fugan del cliché. Pueden ser fatales sí, complejos y no exentos de ruido y confusión. Pero nunca de manera gratuita. Y también trascender en su humanidad, redimiéndose en gestos por estos días anacrónicos como la valentía, la bondad o el amor. Mas no para complacer al lector ni tampoco en la búsqueda de una salida fácil. En esto siempre me ha parecido que Giovanna es una digna heredera de Carson McCullers, la prodigiosa y celebérrima escritora sureña, que la crítica solía ubicar a caballo entre William Faulkner y Truman Capote por el retrato no desprovisto de ternura de sus miserables personajes. Pues bien, hay algo de esa poética desolada, por momentos grotesca y ambivalente, en Rivero. Pero hay también otra cosa, porque la búsqueda de esta escritora boliviana no es solo estilística, como puede preverse, sino profundamente filosófica-metafísica y es por ello que toca con recurrencia temas como la infancia, la pérdida (de la fe o lo que es lo mismo: la quiebra moral-política-amorosa), el cuerpo (y sus marcas explícitas e implícitas), el abandono, la locura… pero sobre todo el “margen”.
Hago un paréntesis para hablar del margen en la obra de Giovanna Rivero, que tantas veces ha querido ser cuadriculada como una escritora “erótica”, “feminista”, “gótica”, porque esto me permite explicar su singularidad. Tengo la sensación de que la constante femenina en su literatura es un vehículo natural, inherente a la propia sensibilidad de la autora, pero en ningún modo un fin. Y que, en cambio, el “margen” subyace como una raíz invisible, gruesa y profusa, de ramificaciones anteriores y posteriores, que todavía van a dar que hablar. “Yo era de provincia —dice Giovanna en una crónica imperdible, recientemente publicada en ‘Escritores del Mundo’—. Nunca he dejado de serlo. La impronta de esa pertenencia al margen aprende a disimularse, cuando es necesario, pero está ahí, lista para brillar y traicionar.”
Y ese margen, “listo para brillar y traicionar”, es sin lugar a dudas lo que la hace una escritora tan peculiar. Por eso es que su voz se convierte en rugido cuando se desdobla del Montero enorme que tiene en las espaldas y construye un universo simbólico original, un sistema ético y estético, una cosmogonía total e incluso una posición política frente al mundo. La nueva novela de Giovanna Rivero, “98 segundos sin sombra” —que ha sido lanzada hace unas semanas por la editorial Caballo de Troya—, planta su germen allí, precisamente: en el margen y en él la escritora lo arriesga todo. No sin desgarro, no sin dulzura y menos sin impertinencia. No digo más porque toca a los lectores juzgarlo. Solo adelanto que se nos viene la Rivero más radical, lo cual será siempre una gran noticia para sus lectores.
Magela Baudoin
Santa Cruz, Bolivia, EdM, abril 2014
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