(La Vanguardia, 20, VIII, 2015, Sucesos) En una región de los Urales, Rusia, un profesor de literatura retirado, de 53 años, mató de una puñalada a un amigo, de 67 años, en medio de una acalorada discusión. No se trató por negarse a devolver un volumen del siglo XVII, ni por descubrir que lo había plagiado, tampoco por el mezquino placer ante un texto, la causa abarcó mucho más, la imposibilidad de dirimir cuál era “la única verdadera literatura”. Acaso la víctima tuviera sólidos argumentos o la bebida impidió que su contertulio replicara con los suyos, pero murió luego de asegurar que “la prosa era la verdadera literatura”.
El defensor de la poesía se dio a la fuga. Una semana después fue detenido y llevado a la delegación de Sverdlovsk de la policía federal.
Al parecer no se trató del único incidente de esa naturaleza. En septiembre de 2014 un hombre recibió un disparo en una discusión sobre Kant en la zona del Rostov del Don; no hay acuerdo si la polémica fue sobre la Crítica del Juicio o sobre la noción de Imperativo Categórico.
¿Por qué habría de resultar absurda la muerte de quien defiende lo que considera “la única verdadera literatura” y no también absurdas tantas otras muertes de apariencia racional? El hecho muestra poco de la literatura y mucho de todo lo demás, aunque casi no hubo diarios que se hayan ocupado de la noticia y La Vanguardia no la coloque en tapa sino en “sucesos”, como si todos los restantes no lo fueran.
Anselmo Parino, EdM, enero 2016
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