En enero de 1026, Frontiers in Psycholgy dio a conocer un artículo de dos profesores de la Universidad de Johannes Gutenberg, de Alemania, Sarah Hirschmüller y Boris Egloff, quienes analizaron los últimos mensajes de los internos del corredor de la muerte de Texas, EE.UU, y comprobaron que la mayoría contenían palabras “positivas”. Los autores llegaron a la conclusión que los individuos, ante la inminencia de la muerte, intentan sobrellevar lo ineludible.
Una rara manera del análisis. ¿Cuál habría sido su conclusión si en los mensajes hubieran prevalecido otro tipo de expresiones? La “teoría”, más allá de la expresa voluntad de los autores, daría lugar a varias sugerencias. Que la pena de muerte muestra una especie de purificación en su antesala y que, por lo tanto, no es tan deleznable. Y que existe algo que otros, los no científicos, los que no tienen un saber académico, llamarían “alma”. Pero, ¿cuáles serían las conclusiones si los mensajes hubieran sido exactamente lo opuesto? ¿Cambiarían en algo los efectos de la investigación? Un buen ejemplo de cómo se puede arribar a lo mismo diciendo lo contrario. Como mínimo eso.
Una actitud muy distinta podríamos encontrar en un episodio de la vida de Roman Jakobson (1896-1982), el lingüista y teórico de la literatura, que trabajó con Jean Piaget e inspiró algunas hipótesis de Lacan. Cuentan que ya siendo un hombre mayor, en los días en que enseñaba en Alemania, sufrió un accidente de tránsito al salir de la Universidad. Los estudiantes rápidamente fueron a socorrerlo. Jakobson estaba tirado en medio de la calle y repetía frases en distintas lenguas, en las más de quince que conocía. Pensaron que desvariaba. Días más tarde, cuando se repuso y dejó el hospital, Jakobson contó que lo había hecho porque creía que iba a morir y quería saber cuál era la última lengua en la que podía expresarse. A quienes lo escuchaban le resultó una falta de respeto preguntarle de qué le habría servido esa respuesta si, como creía, estaba por morir.
Habrá quienes crean que lo que se propone es comparar a Jakobson con los condenados, pero no es precisamente en esa dirección hacia donde podría conducirse la lectura.
La portada de El País del 2 de febrero de 2016 no incluye la nota, que es simplemente un suelto sin firma, aunque tiene nombres y apellidos, la KGB, Mao y la mierda. Un ex agente de la KGB, Igor Atamanenko, reveló que la organización había convencido a Stalin de que un análisis de la mierda podría dar frutos notables, por ejemplo analizar los niveles de Tryptophan y de ese modo saber que el responsable de esa cagada era una persona tranquila y accesible. En caso de hallar en la muestra una falta de potasio el resultado era muy distinto: nerviosismo y muchísimo insomnio. Unos inodoros especiales se prepararon para la estadía de Mao en Moscú en 1949. Nada quisieron decir de los resultados.
No son pocos los que piensan que todo era una treta para amenazar a los mismísimos investigadores y que sospecharan hasta qué punto ellos podrían ser controlados ante la menor disidencia. Cosas de los totalitarismos. El mismo diario El País, en otro suelto dos meses más tarde, cuenta que la compañía que gestiona un lujoso edificio de Chicago ha tomado una terminante decisión ante las incesantes cagadas de perros anónimos: ordenó a las vecinos que entreguen muestras de ADN de sus mascotas para multarlos en cuanto aparezca una cagadita furtiva.
“La muerte del Lenguaje” es el título de un artículo de Tom Colls publicado por BBC News (16-3-16), donde se estima que unas 7 mil lenguas se hablan en el mundo y no pocas se hallan en peligro de desaparecer. Según un estudio realizado hace varios años, un 90 % de las lenguas habrán dejado de existir a fines del siglo.
Según la base de datos del grupo SIL International, hoy día hay 473 lenguas clasificadas en situación de peligro. El lingüista francés Claude Hagege es contundente al referirse a las causas: el desinterés de los hablantes con respecto al problema y la falta de cautela en la extensión sin límites del inglés que va arrasando con otros lenguajes.
Al referirse al desinterés de los hablantes, el lingüista apunta hacia el 94 % de la población que utiliza sólo el 6 % de las lenguas existentes. Entre las tres primeras más habladas en el mundo está, en primer lugar, el mandarín con 845 millones hablantes, el castellano con 329 millones y el inglés con 328. En el extremo opuesto de la lista hay 133 lenguas que son habladas por menos de 10 personas.
Cabe destacar que entre todas las lenguas, el castellano es la única que recorre la mayoría de las naciones de un continente. El único lugar en el mundo que luego de un vuelo de más de diez horas se puede descender del avión y hablar una misma lengua, u otra muy familiar, como es el caso del portugués. Distintos investigadores aseguran que, en poco tiempo, EE.UU. será completamente bilingüe. Algo que el Presidente Obama tuvo presente al elegir visitar Cuba y Argentina hace pocas semanas. ¿Quién podría pasar por alto las relaciones estrechas entre lengua, política y mercado? También España no ha dejado de pensar en el asunto y ha enviado al Rey a dar el discurso de apertura en el Congreso de la Lengua celebrado el pasado marzo en Puerto Rico. ¿Un congreso de la lengua de España o de la lengua castellana en sus distintas variedades hablada y escrita en las naciones que se independizaron de España? Antonio de Nebrija, el autor de la primera gramática castellana, lo había dicho con claridad al presentar su proyecto ante los Reyes Católicos en los días de Colón: “Todo Imperio necesita una lengua”.
Pero, ¿y si no quedan imperios, será el mercado el que tome lugar? ¿Cuál será la lengua que prefiere el mercado? ¿Acaso hay alguna que se llame lengua?
Anselmo Parino
Buenos Aires, EdM, abril 2016
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