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La retórica de Ramón Alcalde y los treinta mil de Martín Kohan, por Pablo Luzuriaga


En De la gramatología Derrida investiga relaciones entre las "regiones" de la lingüística y la filosofía. Propone una lectura del Curso de Lingüística General como exponente, y al mismo tiempo ruptura, de la metafísica occidental de la presencia. Ferdinand de Saussure, tal como Platón en Fedro, desdeña la escritura: la inscripción de caracteres es un apéndice del habla. El soporte escrito del significante es la traducción gráfica de un sonido, cuya imagen es, a su vez, soporte del significado. Imperio del fono. Hablar como acto primero, la escucha de la propia voz como acto de presencia. La escritura es diferida, no sería más que el mero registro, signo del signo, inauténtico. La ideología de quien dicta y escribe. Pero, también, la arbitrariedad del signo habilita la instancia deconstructiva; aunque provenga del fono dicho, el significante es inmotivado, no está determinado por la presencia del significado ni por la fuente de este en quien habla, sino por relaciones con un sistema impersonal. La arquitectura completa de la lingüística se organiza en base a la oposición binaria fonológica, que por la negativa reitera una metafísica que, al mismo tiempo, pone en cuestión. Mientras tanto, la escritura persiste en segundo plano, tal como Sócrates persuade a Fedro en el texto de Platón.

Fedro es uno de los dos lugares donde Platón desarrolla su retórica: técnica del discurso que junto a la poesía y la escritura es relegada a una zona de sospecha y menosprecio. Frente a la dialéctica (la filosofía sobre lo probable), la lógica (la ciencia de lo necesario) y el habla (del maestro, la autoridad). El otro lugar es Georgias, "sobre la retórica". En contraste con Platón, las investigaciones retóricas de Roland Barthes reivindican la figura de Georgias, el sofista. La "mala" retórica de Georgias se preocuparía más por cómo decir, según un criterio de eficacia y elegancia, y la "buena" retórica sería el camino hacia un territorio en el que la mostración evidente de la verdad hace innecesario el convencimiento. La retórica de Georgias atiende al oyente; se preocupa por el sentido de la oportunidad, cuándo decir y de qué manera para lograr un fin: más allá de la verdad o falsedad, de la bondad o maldad atribuible a los objetivos. La verdad según Platón no depende de las circunstancias, ni de quien la contemple. La retórica es apenas un camino para sacar a los interlocutores de la ignorancia, un modo de arrastrarlos desde la profunda oscuridad de la caverna, no es el fin último. Según las investigaciones de Barthes, a Giorgias le debemos  haber elevado la prosa a discurso retórico analizable: una corriente de la retórica que, escondida de la metafísica de la presencia, se extiende hasta la estilística o la nueva crítica.

Los Estudios críticos de Ramón Alcalde (editados por el sello Conjetural, de ediciones "Sitio"), la antología de escritos del ensayista argentino realizada pocos años después de su muerte, dedican un capítulo a Fedro; incluido por los editores en la sección "Retórica y poética". A diferencia de los demás artículos de la sección (también póstumos publicados por las revistas Conjetural y Xul en los años noventa), el "Fedro" de Alcalde fue publicado por primera vez en este libro, que, como indica en la solapa, reúne escritos de distintos momentos históricos y diferentes prácticas de escritura. "Poética y retórica" se alimenta de las clases que Alcalde dictaba en la Universidad de Buenos Aires. "Fedro" tiene ese propósito: está organizado de un modo en el que cuesta encontrar qué es lo que Alcalde piensa sobre las definiciones de Platón. Se trata de una lectura sin ética alguna. Es una descripción del diálogo Fedro; una interpretación de los recursos retóricos puestos en funcionamiento en la voz de Sócrates, para convencer a Fedro de que él tiene razón y no Lisias. Alcalde señala el desdén por la escritura, pero no opina al respecto.

Entre los estudios también aparecen tres clases sobre retórica propuestas a partir de las investigaciones de Roland Barthes; pero, según el mismo Alcalde advierte, concentradas en un aspecto de la retórica cuyo desarrollo Barthes, adrede, reduce al mínimo posible. Desde 1970, constata Alcalde, tiene lugar una transformación en los estudios sobre retórica que trasciende la clásica formulación como instrumento para la descripción y el análisis de obras literarias. Barthes estudia con detalle la inventio, la dispositio, pero no habría desarrollado lo suficiente la elocutio. El argumento del crítico francés es que a esta última fue reducida la retórica en general; y, en particular, a un una parte de la elocutio: las figuras. Sobre la elocutio, Alcalde dicta la tercera clase. Los griegos la llamaban lexis. El latín elocutio deriva en fenómenos como la "elocuencia", la fórmula griega, en cambio, tiene más que ver con el lenguaje en general: habla, dicción, estilo, palabra, oración, "palabra con un significado no usual", lengua, expresión hablada o escrita, teoría de la expresión artística verbal. El estudio de la elocutio sería el antepasado de la crítica literaria. Una tradición que, según Alcalde, después deriva en la lingüística del habla, descriptiva, libre de la preceptiva o del "arte" del estilo, o en la filología de Spitzer, Curtius, Hartzfeld, Amado Alonso o Raimundo y María Rosa Lida.

Una de las explicaciones que propone Alcalde para comprender la dimensión de la elocutio refiere a la tendencia moderna que la reduce a lista de figuras retóricas. La profusión de términos, explica, tiene que ver con la aplicación de nomenclatura greco-latina a las lenguas modernas. Esas clasificaciones son eficaces cuando corren detrás del objetivo que se propuso Fontanier en su Tratado de las figuras: "la distinción más exacta posible en todas las estructuras, para llegar luego a una especie de tabla kantiana de las categorías en las que quedaran a la vista las operaciones mentales elementales (ellas sí numerables de modo finito) que median entre las formas lógicas del pensamiento y las formas simbólicas de su expresión por el lenguaje". La "frondosidad de terminología", por otro lado, responde al hecho de que el objeto que analiza y pretende describir implica múltiples fenómenos específicos. El problema radica en dar con los principios clasificatorios, un asunto resuelto por la botánica y la entomología, pero no por la retórica. Alcalde, incluso, se permite disentir con Barthes en este punto, lo acusa de ceder ante el binarismo.

La elección de las palabras no se reduce a un trabajo de ornamentación en el que un significante puede ser sustituido por otro sin que ello modifique el sentido. Alcalde propone un axioma para explicar un hecho fundamental del lenguaje artístico y literario: "dos expresiones (palabra, sintagma, oración) distintas nunca mientan lo mismo, lo mismo no puede ser mentado por dos expresiones distintas". El estudio de la elocutio se concentra en esas elecciones. Ellas no dependen de un "repertorio sacralizado de palabras ornamentales o de agrupamientos mágicos de las palabras en general" sino de un trabajo buscado, en que se hace "converger" un significado singular con un significante.

"Pero no es un significado que esté constituido previamente al acto de significación (como las almas de los niños por nacer que vagan por el Elíseo a la búsqueda de un cuerpo o para encarnarse en un nuevo avatar o metamorfosis: antes era ninfa y ahora es laurel) sino un significado que adquiere su entidad plena sólo al ser expresado por este significante y no por otro, por semejante o equivalente, para los fines prácticos que sea. La aclaración importante es que aquí "significante" no incluye exclusivamente lexia, tipo "formón" o "hidrato de bario" sino, por una parte, a sintagma, y por otra a morfema. Doy dos ejemplitos: caseus: pressum lac, en la I Bucólica de Virgilio y "deprimencia" en lugar de "depresión", en Cortázar. O "grone" frente a "negro" (aquí la transformación es metasegmental) y en inglés (USA) negro, nigger, coloured." (Alcalde, 1996, p. 92)

Las convergencias entre el significante elegido y el sentido singular se tienen que dar, según Alcalde, dentro de tres coordenadas: el emisor, el receptor y la situación de habla o contexto. La gramática, la lingüística y la lógica tienen poco para decir sobre esto, según Alcalde: aquello que define como el "juicio retórico" (al que compara con el "gusto estético"), en cambio, sabe sobre esas convergencias porque al ser capaz de producirlas es también el indicado para "reconocerlas y evaluarlas". En el juicio retórico (¿y el gusto estético?) se fundamenta la eficacia de la intervención pública de Martín Kohan en relación a la política de Derechos Humanos con la que el gobierno actual despliega un manto de sospecha sobre los fundamentos de nuestra democracia: abrir una discusión pública sobre el número de los detenidos-desaparecidos como si se tratara de muertos en una guerra y no un colectivo aniquilado de forma sistemática y planificada.

En el programa televisivo del diario La Nación, Martín Kohan dio una clase de retórica. Dejó a su interlocutor, el ex ministro de cultura de la Ciudad –que había expresado serios inconvenientes para manifestar opiniones por medio de la voz y un alto conocimiento sobre cómo contonear su cuerpo en cámaras– sin poder de convencimiento. Durante la entrevista a Lopérfido, que antecede a la mesa en la que hablan Kohan, Marcelo Larraquy y Guillermo Martínez, el director saliente del Teatro Colón alude a un artículo que Kohan habría publicado, diciendo que lo había leído con interés. Hacía referencia a una entrevista radial que había brindado Kohan días antes en la que explicaba por qué no habría que discutir el número. En ese momento María O´Donnel pregunta por primera vez fuera de cámara a Kohan si quiere responder y recibe de parte del escritor una negativa. Poco después, O´Donnel da por terminada la entrevista con el director teatral saliente y pasa a la mesa de los escritores comenzando por el autor de Fuera de lugar (2016). A partir de ese momento, entre el minuto veinte y el veintuno, Kohan inicia una breve y condensada clase de retórica:

A la pregunta de O´Donnel en relación a la entrevista que acababa de suceder: ¿qué les pareció?, Kohan responde: "Bueno, no corresponde responder en ausencia". Con esa introducción, breve, ya indicó dos cosas: va a responder y lo va a hacer desde su propio territorio, al ser convocado minutos antes no fue, esperó que vengan. Esta entrada refiere a lo que viene más adelante. O´Donnel baja el tono de la discusión y dice: "bueno, no responder, [sino] qué sensación te deja". Kohan cumple, acepta entonces responder y comienza acercando una posición: "con algunas cosas estoy de acuerdo". Esta breve aclaración ya anticipa los futuros desacuerdos, aunque en cierta medida lleva a Lopérfido al terreno de la conversación respetuosa, de hecho, minutos antes, cuando el director saliente nombra en la entrevista a Kohan y a Larraquy lo hace para usarlos a su favor. Kohan es lapidario: "en algunas cosas estoy de acuerdo, que habla a lo bestia es una cosa que él dijo y yo estoy de acuerdo". En efecto ese es uno de los argumentos con los que se había excusado el director teatral saliente en la entrevista: a veces dice las cosas sin pensar de un modo brutal, como si fuera un signo de transparencia y honestidad. Kohan retoma el significante "hablar a lo bestia" y lo invierte para hacerlo converger en un sentido por completo nuevo: en el hecho mismo de que hable como bestia radica el problema que justifica los duros cuestionamientos que recibió tras poner en duda el número de los detenidos-desaparecidos: frente a un tema sensible como ese, un funcionario público no puede "hablar a lo bestia".

El golpe abre una brecha, desajusta a los interlocutores y a la audiencia. ¡Con qué tranquilidad está diciéndole frente a las cámaras que es un bruto! En medio de la distracción y en el marco de ese punto de partida –un cross a la mandíbula– introduce argumentos: "Porque hay errores, lo que se señala como errores, nadie es perfecto yo menos que nadie, pero una sistematicidad del error eso ya se llama síntoma [aquí deja a un lado el tono cordial y comienza a darle un matiz de tensión y enojo a su alocución], cuando cometen una y otra vez el mismo tipo de errores...". En este tramo –en el que se podría señalar una alusión (aunque mínima) a la Carta Abierta de Rodolfo Walsh (lo que se señala como una cosa, es otra)– de forma implícita vincula los dichos del director teatral saliente a una política general del gobierno: los que cometen "errores" de forma sistemática en relación a la política de Derechos Humanos (Mauricio Macri diciendo que él no tiene idea sobre el número, el intento fallido de cambiar el feriado nacional, los dichos de Lopérfido, los carteles de los diputados durante el aniversario del golpe, etc.) son quienes están a cargo del gobierno, la discusión no es con este hombre que habla como una bestia. Incluso, podría pensarse que en la generalización radica una de las claves de la intervención: que Lopérfido haya sido funcionario público de cultura es parte del síntoma, no sólo lo que efectivamente dijo, sino que hayan estado dadas las condiciones para que pueda decir.

Cuando ubica el problema en el terreno de una disputa con el gobierno de Mauricio Macri en general, vuelve al asunto de la interlocución. El que está hablando no es el oponente frente al que Lopérfido organizó sus respuestas: "No fui interlocutor [en referencia al pasaje en que es convocado por O´Donnel]. Como no soy violento, no soy fanático, hay una fijación con el kirchnerismo, no soy kirchnerista, entendí que la conversación no era conmigo". Se desmarca por completo de la defensa, la deja tirada a un costado y sigue camino. En la frase: "entendí que la conversación no era conmigo", subraya la negativa con firme entonación y una breve pausa, podría también aquí interpretarse una alusión a otra intervención televisiva de hace poco tiempo: el "conmigo no" de Beatriz Sarlo. Conmigo no, quiere decir: yo con vos no hablo porque vos contra mí no podés hablar y yo no estoy con vos. "Sin ser ninguna de esas cosas sí digo", de ese modo continúa su intervención contra un discurso que está mirando para otro lado y no sabe el golpe que va a recibir desde un lugar por completo imprevisible. El error: "Alguien que no quiere llevar [alude a los dichos del propio Lopérfido], y yo creo que no hay que llevar, un tema tan áspero, tan crítico y tan complejo a una dicotomía numérica se equivoca gravemente diciendo ocho mil". El error es síntoma de una política.

Luego, la mesa de escritores continúa. Guillermo Martínez reclama por la liberación de Milagro Sala y opina sobre la importancia de mantener el listado de desaparecidos como una lista abierta. O´Donnel recupera una salida por la tangente de Lopérfido, la idea de que en realidad el problema es otro: discutir sobre los años setenta. Larraquy propone una observación sobre este supuesto, comenta que en el acto último del 24 de marzo se recordó la lucha en general de las organizaciones revolucionarias de la época, sin ningún tipo de reivindicación específica a la lucha armada. La crítica generalizada a las políticas del gobierno actual persiste, incluso, Larraquy y Kohan reclaman que el gobierno diga qué es lo que piensa sobre el terrorismo de Estado, en términos afirmativos. "No piensan nada", dice Kohan, cometen "errores" que como síntoma indican qué es lo que piensan, sin elaborar un discurso. Larraquy aprovecha que todavía es su turno, refiere al "error" de Lopérfido e, incluso, desde su posición como periodista, lo habilita como interlocutor. Ahí es cuando O´Donnel, por tercera vez y por fin con éxito (sonríe de nervios) logra lo que venía buscando hacía rato: darle a Lopérfido la oportunidad de un cruce con los escritores. La ocasión de medirse ante tres escritores respetuosos que jamás lo insultarían; salir, ni siquiera empatado sino perdiendo pero por poco, de ese round le hubiese dado un respiro que no tenía hacía meses. En cualquier otro escenario Darío Lopérfido sigue siendo objeto de escraches públicos. El canal del diario La Nación es su espacio más amable, quizás por eso María O´Donnel tuvo con él una posición intransigente: como si hubiesen convenido en la antesala: venís a mi programa pero no te dejo pasar una. Y así fue, cuando el ex Ministro de Cultura mostró inconvenientes para conjugar el verbo "equiparar" fue ella quien lo corrigió con desprecio.

Antes de acercarse a la mesa de los escritores, Lopérfido dice: "no estoy microfoneado"; Guillermo Martínez quiere hablar, se muestra incómodo frente a la intriga televisiva (el juego de Olmedo cuando iba tras las cámaras, la distancia que hace evidente la mediación de la técnica), no quiere esperar que Lopérfido haga su juego de suspenso, pero la conductora interrumpe al escritor y responde al director teatral saliente: "sí, estás microfoneado". La periodista deja en claro su intención: es el momento clave del programa, el cruce va a tener lugar, hay viralización en puerta. Lopérfido, lánguido, un tanto desarreglado, se acerca a la mesa de los escritores, por un instante da la espalda a la cámara, lleva el sillón a cuestas, más bajo que las sillas de la mesa. Corrige la diferencia de altura apoyando sus codos y el torso arriba de la mesa. Este gesto postural lo traslada sin escalas a una posición de cercanía, casi íntima; es su momento:

"Martín, te dije que leí con mucho interés tu documento, yo creo que a muchos, lo hablábamos un día con Ernesto Tenembaum, nos irritó tanto, tanto el cambio que se hizo de ese consenso de los ochenta que provocamos reacciones muchas veces equivocadas y desmesuradas porque nos habían cambiado la historia. Entendés, o sea, nos habían cambiado una historia, que vuelvo a decir, donde el héroe de los Derechos Humanos en este país, para mí, fue Raúl Ricardo Alfonsín donde el Juicio a las Juntas fue un acto de una valentía histórica tremenda y yo no reivindicaría jamás el terrorismo de Estado".

La conversación se corre de eje, Lopérfido menciona el decreto de Alfonsín donde habilita el juicio, O´Donnel lo acompaña, completa información sobre ese decreto subrayando una distancia con Lopérfido que no se termina de decir y, entonces, Kohan pide la palabra, con la autoridad de la moción de orden:

Kohan: Una sugerencia respetuosa. Cuando un tipo de intervención que vos llamás deformación de un relato, que no es, por otra parte, la versión que yo suscribo...

Lopérfido: de la historia...

Kohan: un segundito... que vos considerás deformación de la historia y yo lo considero otra versión de la historia, que por otra parte no suscribo, abierta a discusión, te provoca una alteración o una obnubilación y te irrita muchísimo, sugerencia modesta y respetuosa, no es el momento de tomar la palabra y hacer declaraciones públicas y menos si sos funcionario. Porque no era ocasión de decir ocho mil, por lo que eso implica, respecto de una cifra, verdaderamente abierta.

Lopérfido, intenta interrumpir, él mismo había reconocido que se trataba de una cifra abierta: Sí...

Kohan: un segundito... porque la cifra treinta mil, no solo es abierta, es abierta en el sentido más fuerte de la noción de una cifra abierta, es una interpelación al Estado, es una exigencia de respuesta [el tono sube, se va elevando en arenga, Lopérfido quiere meter un bocado y Kohan ni siquiera le pide un "segundito"] exigencia indeclinable...

Lopérfido: Martín todas las cifras son abiertas...

Kohan: No, cuando se estrella un colectivo con cincuenta personas encima son cincuenta muertos, no es una cifra abierta [casi a los gritos, como pidiendo no ser interrumpido]

Lopérfido explica que todas las cifras de las tragedias políticas son abiertas que no sabemos cuántos bosnios murieron, Kohan vuelve a la carga. No todas las listas de muertos son cifras abiertas, y aquella que responde a la de los detenidos-desaparecidos no es universalizable a todos los casos de las tragedias políticas: porque treinta mil refiere a la desaparición forzada de personas, y al terrorismo de Estado, en argentina. Se trata de una consigna política. Lopérfido se queda sin palabras. De la lectura del "artículo-documento" de Kohan había entendido que el escritor decía que treinta mil era "una hipótesis", algo con lo cual estaba de acuerdo, como si se tratara de una hipótesis sobre la cuantificación empírica de un número de cuerpos que son la prueba del delito; hipótesis que más o menos podría variar la dimensión del delito según sea corroborada por la empiria: todo lo contrario a lo que dijo Kohan por radio: la desaparición forzada, la sustracción de los cuerpos impide la cuantificación empírica definitiva, para siempre, el río nunca va a devolver todos los cuerpos que fueron arrojados en sus aguas.

Esta explicación que había dado Kohan en un programa radial días antes se hizo viral los días del último aniversario del golpe. La explicación, como su intervención televisiva, también se fundamenta en el "juicio retórico" que define Alcalde. El significante treinta mil converge con un sentido singular, no es un número que pueda contarse. No sería tanto un número (30000), sino más bien un sintagma escrito (treinta mil) que ya no pertenece a las voces de uno y otro frente a las cuales se puedan medir las palabras dichas del funcionario que lo quiere transformar en número. Una palabra escrita, como un libro impreso, como dictamen judicial escrito, para dar a entender un sentido singular "áspero, crítico y complejo", uno que todo alto funcionario del Estado argentino debería comprender. El consenso es definir la política represiva de la última dictadura como la aplicación de un plan sistemático denominado terrorismo de Estado; hablar de números como si se tratara de una guerra o de un accidente no está dentro del "consenso". "Macri, basura, vos sos la dictadura" es una consigna literalmente equivocada, pero en términos connotativos quiere decir otra cosa: tus acciones, ni siquiera tus palabras porque no las pronunciás, hacen evidente que no estás dentro del consenso democrático que vino después de la dictadura, por eso, en términos políticos, estás ahí. Una disputa política de la democracia en la que el kirchnerismo, como nunca antes, supo articular un discurso público del Estado desde el punto de vista del peronismo. Hoy sabemos qué han dicho los radicales en los años ochenta, sabemos qué hizo el peronismo en los noventa y los 2000, está quedando claro qué es lo hace el macrismo sin decir, o haciendo decir a la Corte Suprema de Justicia. La crítica literaria, a través del juicio retórico de Martín Kohan, vuelve a cumplir un papel fundamental al momento de analizar esos discursos.



Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, Mayo de 2017


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