Con el reciente fallo de la Corte son varios los genocidas que podrían quedar en libertad. Entre ellos, Alfredo Astiz, condenado a prisión perpetua en 2011. El 14 de enero de 1998, la revista Tres Puntos (año 1, núm.28) publicó una entrevista de Gabriela Cerruti a Alfredo Astiz, quien entonces estaba en libertad. Habían pasado ocho años desde que el presidente Menen decretara el indulto a los genocidas y en esos días de verano planeaba algo nuevo: construir en la ESMA, que había sido el mayor centro de secuestro, tortura y desaparición desde 1976-1983, un monumento a “la reconciliación”.
Aquí van dos fragmentos de aquella entrevista a Astiz:
1. -¿Se acuerda de todos los operativos que hizo?
-No, fueron muchísimos. Era el trabajo de todos los días. Llegaba a la mañana, me daban la orden y salía. Por eso es terrible toda esta hipocresía de por qué no discutíamos o nos negábamos. Yo no discutía, primero porque soy milico de alma, y lo primero que me enseñaron es que hay que obedecer a los superiores. Pero, además, porque estaba de acuerdo. Eran el enemigo. Tenía mucho odio adentro. Habían matado a dos mil de los nuestros. ¿Sabés por qué mata un milico? Por un montón de cosas: por amor a la patria, por machismo, por orgullo, por obediencia. Si todo eso no está muy alto, uno no sale todos los días a hacer su trabajo.
2. -¿Cómo fue la muerte de Dagmar Hagelin (1959-desaparecida en 1977)?
-Yo no estuve en ese operativo.
-Todos los testimonios lo acusan a usted.
-No está probado. El mejor testigo que tenían dijo que no era yo, que era un rubio de ojos marrones. Lo que pasa es que la causa prescribió. Además, yo sé quién fue. Yo hubiera preferido que no declararan prescripta la causa, porque entonces se hubiera sabido quién fue.
-¿Quién fue?
-No voy a decirlo. Yo hablo por mí. No soy como (Alfredo) Scilingo (ex militar que hizo pública las aberraciones perpetradas contra detenidos-desaparecidos). Por eso me respetan tanto en la Armada. Nunca voy a hablar en contra de un camarada. Es una canallada. Todos hicimos todo, sabíamos lo que hacíamos. Scilingo tiene muy mala fama.
-Scilingo dice que se arrepintió. ¿Usted se arrepiente de algo?
-No, yo no me arrepiento de nada. No soy perfecto, puedo haberme equivocado en algo menor, pero en lo grande no me arrepiento de nada. Scilingo es un traidor. Y hay una cosa que aprendí de mi madre y que es el único consejo que puedo dar: cuídate de los traidores. El que traicionó una vez traiciona siempre.
-¿Lo dice usted, que traicionó a las Madres de Plaza de Mayo y las entregó para que desaparecieran?
-Yo nos las traicioné, porque no era una de ellas y me convertí. Yo lo que hice fue infiltrarme, y eso es lo que no me perdonan. Porque me infiltré dos veces. Cuando me acusan de otras cosas me enojo, pero de eso me río.
-Usted las entregó para que desaparecieran.
-Cumplí con mi trabajo. Además, toda esa historia del beso de la entrega es un verso. Yo no estaba ese día.
-¿No le da asco pensar que se infiltró en un grupo de madres que pedía por sus hijos desaparecidos?
-Eran Montoneras. Recibían órdenes de los Montoneros. Yo respeto a los que piden por sus hijos desaparecidos, pero las madres que lo usan para comerciar, por dinero o por política. ¿Vos respetás a Hebe Bonafini?
-Por supuesto.
-Pero es subversiva, ella no quiere el orden democrático.
-Son madres que lucharon solas contra una dictadura.
-Yo respeto a (Graciela) Fernández Meijide, porque le secuestramos un hijo. Pero ¿Alfredo Bravo? A Bravo no le secuestramos ningún hijo.
-Lo secuestraron a él.
-Alguna vez voy a escribir yo la historia. No la escribo porque es una tara que tengo: me duele la mano de agarrar la lapicera. Yo que hago tantas cosas físicas, las manos no me sirven para escribir. Igual, yo no creo que haya que decir la verdad. No es cierto que la verdad no ofende. La verdad ofende. Si acá hacemos un contrato social nuevo, tiene que ser así: de estas cosas no hablamos más. No hace falta saber.
De nada se arrepentía Astiz en 1998, ¿ahora sí se arrepentiría? Sorprende el “montón de cosas” que iguala cuando alude a porqué mata “un milico”. Aunque tal vez tendría que sorprender la sorpresa, porque la reunión que proponía Astiz suena a “orden” conocido: una idea de patria en la que confluyen el machismo y lo autoritario. También iguala en “montón” los reclamos de la Madres: el autoritario se asume como el depositario de la única posible versión de la verdad, los que no coinciden con él engañan y se mueven con sub-versiones.
Sin embargo, pese a lo que vociferan los genocidas y acólitos en contra de los Juicios llevados adelante en democracia, Astiz no vacilaba en sostener que cumplen en la búsqueda de justicia. Dice: “Yo hubiera preferido que no declararan prescripta la causa, porque entonces se hubiera sabido quién fue”.
No menos curioso es la idea que tiene de la “traición”. Solo puede reconocer los hechos en una sola dirección: las Madres buscaban proteger a un joven que se hacía llamar Gustavo Niño, el siniestro alias que utilizó Astiz para traicionarlas mientras sólo sus camaradas de armas sabían que las infiltraba.
Para Astiz “no hace falta saber”, pero todos los demás queremos saber más. ¿Cuánto sabe Astiz y no dijo? ¿Puede la Justicia permitir que oculte lo que el mismo Astiz aseguró que sabe? ¿Puede la Justicia dañar a la sociedad con su distracción? ¿O no deberíamos pensar que se trata de una distracción?
Anselmo Parino
Buenos Aires, EdM, abril 2017
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