PIES DE IMAGEN

Ruinas sobre ruinas, por Alcides Rodríguez


Los artistas del siglo XVI europeo fueron los primeros en llevar la idea de ruina al terreno de la reflexión estética. No es difícil saber el porqué: la idealización del mundo grecorromano los impulsó a investigar las ruinas de los templos y palacios de la antigüedad que aún estaban en pie. Arquitectos como Leone Battista Alberti y Andrea Palladio las estudiaron a fondo, obsesionados por reproducir la arquitectura original de los edificios. El desarrollo de la perspectiva lineal les permitió dibujar esas ruinas de manera más precisa y detallada, y la pintura no tardó en hacer suyas estas imágenes. Las paredes de los palacios renacentistas se poblaron de cuadros que representaban paisajes ideales con ruinas y ambientes bucólicos con templos derrumbados. Hasta la iconografía religiosa pobló sus escenarios de ruinas. No era raro ver a la Sagrada Familia instalada entre los restos de un templo pagano, señalando el triunfo de la nueva religión.

      Los románticos sentían una verdadera pasión por las ruinas. Y es que la ruina era el símbolo manifiesto del triunfo de la naturaleza sobre la obra y la creatividad de los hombres, un vestigio de su potencia devastadora. Los restos de columnas y frontispicios que aparecen en poemas y pinturas románticas eran testimonio de la grandeza efímera de la condición humana. Esta pasión creó el clima ideal para que surgiera la idea de conservarlas y restaurarlas: se trataba de preservar los vestigios del pasado para alimentar la construcción de la memoria de un pueblo. Surgió el moderno concepto de monumento, ese “valor de recuerdo intencionado”, como lo definía el historiador Alois Riegl. Tan fuerte llegó a calar esta idea que en el siglo XX hubo quien pensó en las ruinas el futuro. Preocupado por el aspecto que debían tener los grandes monumentos del Tercer Reich dentro de mil años, Albert Speer, el arquitecto del nazismo, elaboró una peculiar “teoría del valor de la ruina”. Se trataba de elegir cuidadosamente los materiales de construcción y calcular la estructura de los edificios de manera tal que se fueran derrumbando de manera relativamente ordenada, para que sus ruinas lucieran un porte acorde a la grandeza de la época en la que habían sido levantados.
       El nuevo milenio trajo nuevas formas de pensar las ruinas en el arte. El artista Carlos Garaicoa ha recorrido y fotografiado una buena cantidad de edificios inacabados en su Cuba natal. La crónica escasez de recursos que sufrió la isla tras el colapso de la URSS paralizó muchas de estas grandes obras. Algunos de sus esqueletos siguen en pie y otros se derrumbaron. Metáforas de la crisis de un modelo social y político, estos elefantes blancos simbolizan el derrumbe de la idea de Modernidad. Décadas de ilusiones y sueños yacen entre sus ruinas. Garaicoa entrevistó a sus arquitectos y proyectistas para saber cómo deberían haberse visto una vez terminados. Con ello elaboró un proyecto en el que los completaba a través de maquetas, proyecciones, dibujos y planos. Estas estructuras inacabadas son para Garaicoa el reflejo de un colapso: justamente es allí en donde el artista debe posar su mirada. La obra del sirio Tammam Azzam también parece apuntar hacia la idea de colapso. Utilizando diversas técnicas, Azzam suele superponer fragmentos de obras bien conocidas en un fondo común de ciudades sirias en ruinas. Es así como los cielos estrellados de Van Gogh asoman entre los edificios destrozados, los fusilados de Goya son ejecutados en una calle en ruinas y los amantes de Klimt se besan enmarcados por la medianera de un edificio perforada por los cañonazos. Por los bordes de los íconos del arte universal asoma en la obra de Azzam la tragedia de un pueblo en toda su dimensión.

    Caspar David Friedrich fue uno de los grandes pintores de ruinas del romanticismo. Entre 1817 y 1819 pintó Cementerio de monasterio en la nieve, inspirándose en una iglesia gótica que aún hoy existe. La pintura fue destruida por los bombardeos aliados de Berlín en 1945, pero la imagen se conserva gracias a las reproducciones en blanco y negro de preguerra. Sin color y sin los matices que refieren las antiguas descripciones de la pintura, Cementerio de monasterio en la nieve y sus ruinas reaparecen de una manera algo espectral. A los románticos les habría encantado este detalle. En el caso de Azzam la guerra no destruye su obra. Más bien al contrario, le da una vida que busca terminar con esa tragedia que se lleva tantas vidas. “Quiero - afirmó en una entrevista - mostrar cómo el mundo entero puede estar interesado en el arte y, al mismo tiempo, 200 personas son asesinadas cada día en Siria”. Parado entre las ruinas del pasado y del futuro, como cantaba Serú Girán en Canción de Alicia en el país, Azzam evoca y sigue el ejemplo de Goya cuando, a través de Los fusilamientos del 3 de mayo, denunciaba la masacre perpetrada por el invasor francés. Entusiasmados por reconstruir la antigüedad clásica a partir de sus ruinas materiales e intelectuales, los hombres del Renacimiento abrieron los caminos que conducían a la Modernidad. A la vuelta del milenio sus restos están por todos lados, dolorosamente tallados por el abandono, el derrumbe y la guerra devastadora. Claro que no se trata de estar allí, inerte, sentado entre las piedras caídas. Porque, como bien sabían los románticos, las ruinas siempre conservan entre sus escombros materiales para construir una nueva vitalidad.

Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, Mayo 2017
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