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Héroes emprendedores, por Alcides Rodríguez


“A 167 años de su partida recordamos al padre de la patria, un emprendedor que nos dejó el legado de la libertad. Un orgullo”. Tal el mensaje difundido el mes pasado en las redes por el Ministerio de Modernización de la Ciudad de Buenos Aires para conmemorar a José de San Martín. Lo mismo dijo el presidente Mauricio Macri cuando conmemoraba a Manuel Belgrano: “un incansable trabajador por el futuro de la Nación, innovador, emprendedor”. La palabra “emprendedor” fue utilizada por primera vez en 1755 por el economista Richard Cantillon en su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general para referirse a toda persona que compraba productos a precios conocidos para venderlos en el mercado a precios desconocidos. Poco más tarde Jean-Baptiste Say caracterizó al emprendedor como un agente económico que une medios de producción (tierra, trabajo y capital) con el fin de producir para el mercado. En el siglo XX Joseph Schumpeter definió al emprendedor como un ente generador de crecimiento económico. Hoy en día es usual considerar la palabra “emprendedor” como sinónimo de “empresario”.

    No hace mucho un asesor del presidente Macri se preguntaba en las redes qué podía hacer la escuela para formar chicos más felices, más capaces y más productivos. La crítica, afirmaba, es una de las funciones del pensamiento, pero no la principal ni la más deseable para educar a niños y jóvenes: más importante es para él estimular en ellos las ganas de hacer, de avanzar, de crecer, de producir. Es de público conocimiento que en estas últimas semanas los estudiantes de más de treinta escuelas públicas secundarias de la ciudad de Buenos Aires tomaron sus escuelas como protesta contra la decisión de las autoridades educativas de impulsar un nuevo plan de estudios. Uno de los puntos más resistidos es la radical transformación del último año del ciclo: está previsto que las materias de quinto año sean reemplazadas por cursos para enseñar “habilidades emprendedoras”, dados por especialistas en “emprendedurismo”, y por actividades realizadas fuera de la escuela para aplicar los aprendizajes en empresas y organizaciones de distinto tipo.
     Cuando Bartolomé Mitre decidió historiar las vidas de San Martín y Belgrano lo hizo movido por la necesidad de encontrar héroes fundadores de un nuevo país. Eran tiempos de construcción de una identidad nacional que fuera capaz de amalgamar profundas diferencias regionales. Hombres de ideas y acción, San Martín y Belgrano reunían condiciones ideales para ocupar ese lugar tan especial en la narración histórica que hablaba de la génesis de la República Argentina: habían dirigido ejércitos de la independencia y junto a sus soldados se habían jugado la vida por la causa de la libertad. Siendo presidente Mitre encargó sus primeros monumentos para inmortalizarlos en el bronce. De allí pasaron a las aulas de las escuelas. Generaciones de escolares argentinos los evocaron en miles de actos y representaciones escolares. Se convirtieron en modelos de patriotismo, valentía y entrega desinteresada. A pesar de haber perdido toda su fortuna familiar durante la revolución, Belgrano había donado sus salarios atrasados para construir escuelas. Murió tan pobre y enfermo que cubrió con su reloj algo de la deuda que tenía con su médico. Teniendo todas las posibilidades de enriquecerse con la revolución, San Martín había decidido no hacerlo. No había lugar para héroes con deseos de enriquecimiento personal en la narración escolar de la independencia.
     Hoy las necesidades son al parecer otras. Considerar que San Martín y Belgrano eran emprendedores está en sintonía con la nueva dirección que se le quiere imprimir a la escuela pública argentina. El discurso homogeneizador del mercado no se detiene ni siquiera ante los héroes de la independencia: trata de absorberlos y resignificarlos sin piedad. Un incansable impulsor del liberalismo en nuestro país como Juan B. Alberdi supo sin embargo mantener las diferencias: si quería hablar de emprendedores hablaba de William Wheelwright, no de San Martín. Durante décadas los escolares argentinos se vistieron de San Martín y Belgrano con una espada de juguete en la cintura, un bicornio de cartulina azul y largas patillas negras dibujadas con corcho quemado. Quizás tengan ahora que cambiar de indumentaria y vestirse con trajes elegantes. ¿Llegarán a cambiar el sable corvo sanmartiniano por un maletín de ejecutivo?

Alcides Rodríguez, 
Buenos Aires, EdM, septiembre 2017
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