Un niño mira el mar desde la costa. Hace guardia. Cree que si espera lo suficiente, el sapo sumergido sobre el que tanto le han advertido sus padres y su hermano se asomará a la superficie y entonces él podrá saber cómo es ese monstruo capaz de tragárselo en un instante. Pasan tres veranos. El niño, en su casa de la playa, siempre mira el mar desde la orilla. Hasta que un día la familia le pregunta qué hace ahí tan quieto observando el horizonte mientras el agua le roza apenas los pies. El niño dice que quiere ver al sapo sumergido. La respuesta revela la confusión; son norteamericanos y en inglés sapo sumergido suena exactamente igual a corriente submarina -Undertow y Under Toad-. Así, durante todo ese tiempo, mientras la familia alertaba al niño sobre el peligro del mar –cuidado con la corriente sumergida, hoy está fuerte, hoy está malvada, hoy te puede llevar-, la amenaza tenía para él la forma de un gran sapo que podía emerger de pronto y arrancarlo de su mundo. Desde aquel día, cada vez que la madre o el padre tienen un mal presentimiento, cada vez que desciende sobre la familia el pálpito nítido de una desgracia, ellos hablan de la presencia del sapo sumergido –hoy está fuerte, hoy está malvado, hoy nos puede arrastrar-. Cuando eso pasa cada uno hace lo que puede para aliviarse y aliviar al otro. A veces, el padre envuelve a la madre del niño en un abrazo y le hace el amor con una ternura infinita para espantar la amenaza. A veces lo consigue y el sapo sumergido queda en pausa. Como si la ilusión, el deseo, el amor o la vida pudieran prolongarse un poco más. Como si pudiera cambiarse la flecha del destino. Quienes hayan leído El mundo según Garp saben que estos personajes son parte de la novela que consagró a John Irving. Saben también que el sapo sumergido es una presencia inolvidable. Es posible que muchos se hayan imaginado siendo aquel niño que espera en la playa descubrir cuál es el rostro del monstruo, es posible que se hayan dejado abrazar y hacer el amor con la ilusión de poner al sapo sumergido en pausa, y es posible que hayan descubierto, muy pronto, que ni siquiera así alcanza.
MónicaYemayel
Buenos Aires, EdM, enero 2018
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