La perspectiva de género no es un punto de vista. En junio de 2002 un caso de violencia machista fue repudiado e interrumpido por un "grupo de mujeres". En esa ocasión, la víctima fue rescatada de su calvario. Tiempo después, regresó junto al golpeador. Vivían cerca de un centro educativo y base de lo que, entre los planes sociales y el comedor popular, sería un colectivo (pequeño) del movimiento de trabajadores desocupados. El "grupo de mujeres" funcionaba hacía poco, pero mantenía intensas reuniones semanales. El cambio empezaba por ahí, todo estaba por ser dicho. Lo integraban militantes. Como en otras experiencias del mismo movimiento, había militantes "externas" y militantes del barrio. La señora de enfrente participaba del grupo, enfermera de profesión, mandamás por gusto. Una mujer formada que sabía leer y escribir, llevar las cuentas del comedor, organizar pequeños emprendimientos cooperativos, ordenar la biblioteca y curar el mal de ojo. El grupo de mujeres también lo integraba otra doña que vivía enfrente de "La escuelita", el centro educativo y organización popular del barrio Las Tunas, en general Pacheco, zona norte del conurbano bonaerense –ahí nomás de Nordelta–, ¿ex tierra de Sergio Massa?
Por 2002, un Massa todavía menemista disputaba, sin suerte, la intendencia a Ricardo Ubieto; otro Massa, cercano a Néstor Kirchner, recién la conseguiría en 2006. Las mujeres que vivían en los terrenos a ambos lados del centro educativo no participaban del grupo, enviaban a sus hijos a tomar la leche y, en caso de necesitar, para que recibieran apoyo escolar, pero no se reunían para hablar temas de género. Con el tiempo, una de ellas se sumó a la cooperativa de dulces, pero no al "grupo de mujeres"; aunque las que hacían dulce eran todas mujeres, no era "un grupo de mujeres". Un varón también pertenecía a la cooperativa, un "militante externo" encargado de comprar los frascos en capital, trasladarlos en tren y reunir a las compañeras para conversar sobre el destino de la cooperativa; un campañero, varón, que colaboraba en todo el proceso de producción y que después, los fines de semana, montaba junto a las cooperativistas un puesto en la feria de Plaza Francia, con la esperanza, vana, de que la empresa revolucionaria diera frutos. En el "grupo de mujeres" también había militantes externas, cuadros políticos feministas. Estudiantes universitarias, entre 19 y 30 años, mujeres que, en su mayoría, estudiaban psicología, trabajo social, ciencias políticas, educación o sociología y que, además, leían teoría de género.
Al caso de violencia machista, a metros del local donde funcionó "la escuelita" de apoyo, el comedor y la cooperativa, las compañeras lo enfrentaron con teoría. Al interior de la organización fue enmarcado en un contexto general de emancipación, una etapa en la que había que enfrentar la violencia, también en la casa. Por esos años, algunas organizaciones de desocupados pusieron en funcionamiento grupos de autodefensa para frenar a los rastreros del barrio. Con una fuerte organización popular detrás era imaginable frenar en cada esquina al matón que afana al ciego, al violento y, también, al asesino machista. El grupo de mujeres realizaba actividades de disputa hegemónica, conocidas también como acciones de prevención y concientización. Reuniones, folletos, lecturas compartidas, actividades de encuentro y diálogo, difusión. En todas las reuniones había un momento para pensar sobre el rol del Estado. Donde primero había que acudir, frente a un caso de violencia, era el Estado; la organización podía estar ahí, como cualquier vecino, pero, era imprescindible la participación un funcionario público o agente estatal. El "grupo de mujeres" coordinaba con una trabajadora social. La organización no eran más de sesenta personas, muchos más los vecinos que apoyaban la iniciativa, pero más por la cuestión educativa que por la emancipación de la mujer. La unidad del movimiento de desocupados era relativa, se daba en acciones concretas, cortar una ruta, realizar un encuentro, compartir experiencias. Todas participaban, en la medida de sus posibilidades, del Encuentro Nacional de Mujeres.
Dieciséis años después, Le monde diplomatique pone en las manos de la militancia, en los quioscos de revista, ¿El futuro es feminista?, el libro que compila ensayos de Angilletta, D´Allesandro y Mariasch. Los signos de interrogación –si no fuera por los otros títulos de la colección– podrían ser una ironía. La perspectiva de género no es un punto de vista porque el futuro no lo es. Marina Mariasch lo explica de otro modo: ¿por qué todavía hace falta que existan los "grupos de mujeres"? ¿Por qué el feminismo, hasta hoy, sólo podía hablar desde el suplemento especial y no desde la columna política de todos los días? De 24 columnistas de opinión del diario Perfil, anota Mariasch, entre los que se encuentran figuras tan disímiles como Durán Barba, Artemio López, Rafael Spregelburd y Nelson Castro, sólo hay una mujer: Angélica Gorodischer. Cambió la cuenta.
Tampoco es un punto de vista la perspectiva de género para Mercedes D´Alessandro. La economía lo demuestra. La cuenta general. ¿Cuánto vale amamantar en billetes? ¿Cómo piensa la filosofía política al trabajo reproductivo? D´Alessandro anota la consigna del paro nacional de mujeres de 2017: por un feminismo del 99%. El porcentual es un argumento, no un dato: el feminismo debe ser hegemónico y no un punto de vista o una perspectiva. Rojo y negro (como la bandera de Güemes), el libro es un insumo insustituible para la formación feminista de cuadros políticos. Le Monde diplomatique, otra vez, puso en manos de estudiantes, trabajadores y partidos un papel con claves para pasar de mano en mano. En 2002, cuando el "grupo de mujeres" logró frenar a un violento, el periódico cumplía tres años bajo la dirección de Carlos Gabetta. Desde su origen sirvió para pensar la política. A lo largo de los años, Le Monde diplomatique ha sido material de formación al interior de las distintas organizaciones. La perspectiva acerca de lo que pasa en el mundo es propia del militante. La colección de ¿El futuro es feminista? ofrece otros libros que también incluyen intervenciones de tres autores sobre un punto, y con forma de pregunta. ¿Por qué retrocede la izquierda?, ¿Qué quiere la clase media? y ¿Existe la clase obrera?
El ensayo de Florencia Angilletta permite asociar el feminismo del presente con el de 2002. Se concentra en la dimensión histórica del feminismo. El trabajo podría ubicarse entre la palabra "Familia" y la palabra "Ficción", en Palabras clave de Raymond Williams: cuenta la historia política del término. Como el peronismo, dice, "nadie conoce a una feminista mejor que otra feminista". La perspectiva de género no es un punto de vista, porque la historia no lo es. Un detalle. Un caso de violencia machista repudiado por un grupo de mujeres en 2002, se puede contar desde un punto de vista. Un testimonio personal con referencias singulares, "la escuelita", "la señora de enfrente", la cooperativa de dulce, incluso, Sergio Massa o Néstor Kirchner. La inclusión del multiperspectivismo en el lenguaje, la narración incompleta, el punto de vista. Pero lo que une estos detalles: el acto de violencia machista repudiado en 2002, la creación de la Oficina de Violencia Doméstica creada por la Corte Suprema de Justicia en 2006 y ¿El futuro es feminista? de Capital Intelectual, con prólogo de Mariana Enriquez, no es un punto de vista. El género no es una perspectiva, son muchas, eminentemente políticas, e históricamente están asociadas a los movimientos de izquierda. El tratamiento en el Congreso de la Nación sobre un cambio en la ley para que no puedan ser penalizadas las mujeres cuando abortan es el logro de una reivindicación popular, puesta en agenda por las mujeres, militantes políticas, desde hace muchos años.
Mujer descopada es un oxímoron, su monumento, de existir en alguna parte, debería implotar. Durante pocos meses, las mujeres del movimiento de trabajadores desocupados fueron heroínas públicas. El varón estaba en casa, deprimido por falta de trabajo y ellas se organizaron. Épica contra la miseria y el hambre. Aparecían con similar tratamiento en televisión que los piquetes, la represión, los saqueos y secuestros. El caso del hombre que quería llegar a su casa y no podía, el del empresario del sándwich secuestrado, el súper chino saqueado y la mujer del comedor. Al canto del "piquete y cacerola", el público de las asambleas populares de 2001 las vio con buenos ojos: dignas mujeres del movimiento piquetero. Luego, la agitación de los movimientos sociales, durante el kirchnerismo, fue apagada por la respuesta pública, fueron asumidas gran parte de sus reivindicaciones. Excepto el grupo relativamente reducido de movimientos sociales como el Movimiento Evita, Barrios de Pie, la Federación de Tierra y Vivienda y el Frente Transversal, las mujeres del movimiento de desocupados no fueron convocadas al kirchnerismo por la vía de la organización política y la militancia. ¿Dónde está el monumento a la mujer desocupada del kirchnerismo? Su monumento no existe porque ella fue convocada desde el Estado, por la vía del voto. Juana Azurduy frente a la Casa Rosada.
El kirchnerismo, más allá y más acá de los cuadernos en La Nación, ¿desorganizó a las mujeres? Desorganizó al movimiento de desocupados, repleto de mujeres que están siempre ocupadas. Las convocó como ciudadanas, trabajadoras y no como militantes políticas, aunque en esa contradicción estribe gran parte del problema comunicacional del kirchnerismo, las organizaciones de base que son las que sostuvieron vivo al feminismo a lo largo de toda su vida no fueron el fuerte del movimiento político que despidió a su líder, mujer, en la Plaza de Mayo. La historia del kirchnerismo fue gobernando, sus cuadros se formaron como agentes estatales de distinto tipo: después de años de un Estado en retirada, la militancia kirchnerista imaginó y llevó adelante políticas públicas, más allá y más acá de los cuadernos de La Nación. La toma colectiva de las decisiones y la democracia interna de las organizaciones políticas no se llevan bien con las gestiones de gobierno, ¿jacobinas? No existe el monumento a la mujer desocupada en la Plaza de los Dos Congresos, lugar en el que sería ideal emplazarlo, pero durante los años kirchneristas el feminismo, el de las compañeras de Las Tunas, tuvo vocación de poder, historias como la de aquella víctima de violencia machista se volvieron rutinas de las fuerzas de seguridad; el monopolio de la fuerza, en muchísimos casos, de forma insuficiente pero sistemática se metió entre el golpeador, el asesino, y la víctima.
Despenalizar el aborto sería una medida con impacto directo en las hijas y nietas de las mujeres (siempre ocupadas) del movimiento de desocupados. Nunca más, en caso de tener que abortar, tendrían que someterse a métodos que atenten contra sus vidas. ¿Cuántas de esas mujeres van a estar en las marchas? ¿Llevadas por un sándwich? La posibilidad de que un amplio arco de mujeres, que incluye a Claudia Piñeiro y una militante de base de los sectores populares, se ponga de acuerdo en más temas que la clandestinidad de los abortos es grande, también la posibilidad de que el movimiento no pare de crecer. El feminismo se transformó en un movimiento de masas, el kirchnerismo no. Está más cerca del 2001 que del 2003. El sujeto político que reivindica su lugar en este planeta, desde "el punto de vista" del feminismo, se comporta más como los desocupados y el estallido que como los votantes con derechos, "individues" que consumen. La fórmula entre Nancy Duplá y Carla Peterson dice algo más que la reunión entre el kirchnerismo y Lousteau. Comparten cartel las estrellas de televisión. El feminismo es un fenómeno de masas y enjambres.
Las "dos campanas" que por estos días la prensa hace sonar en la cúpula del Congreso de la Nación no agotan al feminismo. Quienes dicen estar a favor de la vida –paradoja cínica de la doble moral– se alimentan de una Institución milenaria, que, a lo largo de toda su historia, y la de la virgen, enfrentó al feminismo. El Estado tendría que financiar una Institución feminista del mismo calibre para que sean "dos campanas". Iglesias feministas donde se pueda impartir teoría de género cada domingo pagadas con los impuestos de todos. Las dos campanas suenan más bajas que los gritos feministas porque los defensores del aborto clandestino se manejan bajo la lógica del dogma y en muchos casos están pagados por los impuestos de todos; el feminismo se articula como teoría política y movimiento de masas.
¿Puede el movimiento de masas modificar el código de la lengua, el uso de la "e" o la "x", para contrarrestar al fascismo del lenguaje, tal cual lo denunciara Roland Barthes en su Lección inaugural? La Ley que vuelve punible el aborto y la ley de la gramática que sólo deja decir como la tradición y la norma cultural proponen son objeto de una misma discusión; a la vez, el feminismo discute lo que deciden en el Congreso, que decide sobre sus cuerpos, y lo que "decide por todos nosotros" en la lengua.
En 2002, el colectivo de Las Tunas editaba una revista barrial, El Eco de Las Tunas. Una de sus editoras, periodista, actual directora de El Zorzal, periódico del partido de San Martín, por entonces, "militante externa" e integrante del "grupo de mujeres", propuso el uso de la @. Su iniciativa no tuvo éxito. El compañero editor argumentó que el público al que apuntaba la revista tenía serias dificultades para leer, que la @ no colaboraba con el objetivo principal del proyecto que era ser leído por potenciales militantes. El debate sobre el código de la lengua comenzó por la escritura, el símbolo de la arroba no se pronuncia, lo mismo que "x". Las potenciales lectoras eran en su mayoría mujeres. Por esos años, la arroba se discutió en el Encuentro Nacional de Mujeres. Muchas revistas de las organizaciones populares, entre 2001 y 2003, la incorporaron. El boletín interno semanal de la organización de Las Tunas la usaba.
La arroba quedó fuera del manual de estilo de El Eco de las Tunas. Hoy las cosas serían diferentes. La revista sería impresa con las alternativas de la "e" (que sí se pronuncia), la "x" o la "@". La perspectiva de género se impondría al interior de la organización, frente al argumento alfabetizador. Dieciséis años después, habría más lectoras dispuestas a ver su lucha impresa en el papel. Les muchaches peronistas, todes unides triunfaremos. En un programa de televisión, Claudia Piñero preguntó a un detractor del uso de la palabra "presidenta", por qué había que aceptar, entonces, la posibilidad del uso de la palabra "sirvienta". ¿La regulación del trabajo doméstico cambia la lengua?
Pero "les compañeres" no resuelve las condiciones de explotación de los varones sobre las mujeres, se explica, mejor, como un problema poético. La aliteración provocada por la ruptura del código hace ruido, molesta. Interrumpe la naturaleza de las cosas, la música. Le mer estebe serene. El feminismo introdujo en los medios de comunicación una reflexión masiva sobre el lenguaje. Les profesores (la "e" aquí es masculina...) de lengua y literatura repasan teorías sobre escritura y gramática. Las nuevas lectoras que hoy estudian en la escuela secundaria discuten el tema a instancias de sus docentes. Quizás la radicalidad del feminismo logre cambiar la lengua con más suerte que Sarmiento.
En todo caso, se trata de un problema poético que no pertenece a la poesía sino a la política. La aliteración del género entendida como nuevo código es imaginaria, como cualquier otra ideología: confía que, al decir las cosas de otra manera, por arte de magia, las formas de explotación fuera del lenguaje –"de la mente"– se disuelven; la emancipación entendida como problema subjetivo. Decir que "une es libre", decir libremente, decir liberándose, no es liberador por sí mismo. Si un trabajador desocupado, de 2002 o de 2018, se va a vivir al campo, siembra una huerta, se autoabastece, lleva adelante con sus vecinos talleres de costura, construcción y producción de bienes básicos: zapatos, ropa, muebles; si se aparta de la sociedad de mercado y "dice" que es libre, no es libre. Según la lección inaugural con la que Roland Barthes abre sus seminarios en el Collège de France, es la literatura la que escapa al fascismo de la lengua, no es una atribución de las personas.
Si el trabajador desocupado o la mujer (nunca desocupada) se reúnen con otro millón de trabajadores desocupados, en la Av. 9 de Julio o en la Plaza de Mayo, para decir que son libres, el asunto cambia. Algunas perspectivas lingüísticas describen el problema prescindiendo de la historia y la política. Ahí también ha hecho pie el feminismo. Pone en evidencia la ilusión de la lingüística entendida como el estudio de propiedades positivas verificables a distancia de toda especulación. El relativismo lingüístico, que piensa al lenguaje, al discurso, y la retórica desde el punto de vista de la relatividad histórica, tiene en el debate feminista un nuevo y renovado capítulo. El feminismo de la diferencia, desde hace muchos años, subraya la desigualdad, no pretende eliminarla con fórmulas. La actual discusión sobre el código ("e"/"x") supone que el lenguaje cumple un papel fundamental en el pensamiento, en la cultura y en la política. Que se trate de un fenómeno de masas no es un dato entre otros.
Pura especulación: Darío Z, el feminismo y el entrenamiento masivo en sospechar de los medios masivos de comunicación pertenecen a una misma época. Antes de 2001, la palabra "imperialismo" parecía restringida a la historia de las ideas, un conjunto enorme de términos y palabras asociadas a la teoría habían quedado en desuso ante la evidencia del fin de la historia y la condición posmoderna. Un liberal podía decir que Hegel tenía razón, que la historia, tras la caída del muro, había llegado a su fin, que ya no habría conflictos, que todo se resolvería bajo el imperio del modelo democrático neoliberal mundial. Nietzsche como fenómeno de masas, la función Darío Z, y el feminismo almorzando con Mirtha Legrand son fenómenos difíciles de imaginar antes de la caída de las torres gemelas. Ese atentado destruyó una época.
No lo dijo así David Viñas en su histórico debate con Horacio Verbitsky, pero a partir de su réplica no es osado comparar la caída de las torres con la caída de "un velo".
Usted propone como contraejemplo que “el movimiento impugnador que, desde Seattle a Génova, había comenzado a echar arena en el engranaje del pensamiento único”. Dice usted bien: arena en Seattle y en Génova. Pero, Verbitsky, en el Pentágono y en las Torres Gemelas: un volcán. Saltos cualitativos. Aquel primer movimiento, legítimo, es la expresión mediada de granjeros, estudiantes, comerciantes, militantes incluso y profesionales de Europa y de América del Norte; esas gentes contestatarias, rebeldes, sin duda, padecen agravios y golpizas. Distinga, Verbitsky: el 11 de setiembre es la respuesta –mediada también– de unas poblaciones que a lo largo de siglos han sido sometidas, humilladas y aniquiladas; la relación entre causas y efectos, para nada lineales en ambos casos, son el resultado de niveles diversos: medianos en Seattle y en Génova; de profundidades seculares, insondables en el Pentágono y en Nueva York. Hace a las diferencias de grado: “movilizaciones” o patear el tablero. Mutaciones también. Y, sí, Verbitsky: reformas o revolución. En distintas etapas y lugares diversos: yo, alma sensible, tironeado en la calle Corrientes/un obrero incinerándose vivo en Neuquén; los Girondinos o la Montaña; Saavedra o los jacobinos porteños; Kerensky o Lenin, gradualismos o “un antes y un después”.
En Seattle o Génova (en el zapatismo) los activistas anti-globalización echaron arena, la caída de las torres fue un volcán. Antes de la crisis de 2001, el feminismo podía ser una corriente en la historia política asociada a los movimientos de izquierda o un departamento marginal de la teoría literaria o los estudios culturales; a partir de entonces, como movimiento político creció hasta llegar a los programas de la tarde y convocar a las estrellas de televisión. Noam Chomsky dijo que entre los manifestantes anti-globalización estaban los intelectuales del futuro, siempre asociando esa figura con el activismo político que él mismo practica. En esta entrevista que le hacen en google afirma que uno de los más problemáticos mitos sobre el lenguaje que todavía persisten en la filosofía, los estudios lingüísticos y la cultura en general es que el lenguaje sirve para comunicar cuando su función principal es organizar el pensamiento.
¿Hasta dónde, las mujeres de los sectores populares, en quienes impactaría en mayor medida la despenalización del aborto, participan del movimiento feminista? ¿Hasta dónde su emancipación de clase no es condición para la emancipación del género? ¿Será necesario escupir sobre Hegel? ¿Es posible la sociedad igualitaria entre varones y mujeres en un modelo caracterizado por la explotación económica? La mujer del movimiento de trabajadores desocupados siempre estuvo ocupada, criando hijos, cocinando, realizando trabajo doméstico o actividades como contraprestación de un plan estatal. Su monumento sería un oxímoron. La mujer sindicalista parece resolver la contradicción, el feminismo en la CGT, en los gremios docentes y estatales, en el sindicalismo trotskista o en el peronismo, junto al feminismo como la opinión individual de una mujer acerca de sus libertades: la figura de mujer que estudia, profesional independiente, dueña de su vida, casada, divorciada o soltera y relativamente feliz; o la self-made-woman de Forbes.
Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, abril de 2018
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