La lengua sabe que las palabras llegan hasta donde nadie piensa siquiera en pronunciarlas. Antonio de Nebrija fue el primero que condensó esa idea en lengua castellana, cuando le explicó a la Reina Isabel, en 1492, la necesidad de realizar la primera Gramática de la Lengua. La frase fue contundente: “Todo Imperio necesita tener una lengua”. La primera Gramática de la lengua Española se publicó el mismo año en que Colón llegó a América, aunque la Real Academia Española tardó bastante más en ocupar la escena, sería fundada a comienzos del XVIII, casi un siglo antes de que comenzaran las luchas independentistas en el “nuevo” continente.
La vida de María Moliner (1900-1981) está atravesada por esos tres datos: fue la autora del Diccionario de uso de español (1966), el más apreciado por traductores y escritores en lengua castellana; la primera mujer candidata a ocupar un lugar en la RAE a comienzos de los años setenta; y su vida dio un vuelco rotundo en su adolescencia cuando el padre se marchó a América y ya nunca supo nada de él. Escribir ese diccionario le otorgó el mérito de que Rafael Lapesa, el autor de Historia de la lengua Española, publicado en 1942 (¡los números siempre andan susurrando en la lengua, pero cambiando de orden!), la propusiera como candidata a la RAE; y el mérito de ser mujer la dejó afuera de las tertulias de varones que se preferían a sí mismos. Moliner fue contundente en una entrevista de aquellos años: “Mi obra es limpiamente el diccionario… pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ´¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!” El día que su padre dejó España para perderse en Argentina, se multiplicaron las penurias en la vida María. Tenía dos hermanos y su madre contaba la miseria sin encontrar ni una sola moneda que le restara algo a la escasez. La angustia y el hambre se llenaban de libros prestados. María leía, releía y copiaba frases en papeles sueltos antes de devolverlos, como quien fragua una promesa. Anotaba palabras de otros para no olvidar lo que quería de sí misma.
En 1921 obtuvo la licenciatura en Filología en Zaragoza e ingresó al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Cuatro años después se casó con un profesor universitario de Salamanca. Su suerte había dado un vuelco rotundo, y dio otro más al desatarse la Guerra Civil en 1936. Tenía tres hijos a quienes alimentar y la comida apenas si alcanzaba. Su esposo había sido cesanteado en su cargo, recién sería rehabilitado siete años más tarde. Por entonces María Moliner, que había perdido uno a uno todos sus puestos de trabajo, se abrazó al ofrecimiento de ser directora de la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, y se mantuvo allí hasta su jubilación en 1970. Consiguió que sus tres hijos terminaran los estudios: un médico, un arquitecto, y una maestra. En 1951, uno de ellos le trajo de París un regalo que cambiaría su vida: un libro, el Learner´s Dictionary. María Moliner se enfrascó a leerlo pero no sólo para estudiar inglés, como pensó en un principio, no podía dejar de copiar palabras y frases en papelitos sueltos, igual que en su adolescencia, ¿buscaba una mejor manera de aprender esa lengua?, ¿le sería útil realmente repetir lo que había hecho con el latín? Poco tardó en darse cuenta que su interés era otro, había convertido ese libro en un manual de instrucciones para confeccionar un diccionario similar en lengua española.
Así fue que comenzó a escribir el suyo en 1951. Primero le dedicaba tres horas diarias, luego cinco, y después diez en su casa y cinco en la biblioteca. García Márquez cuenta que uno de sus hijos le aseguró que ella sólo utilizaba una máquina de escribir, la mesa de la sala, y una jornada de trabajo que comenzaba a las cinco de la mañana a lo largo de quince años. “¿Cuántos hijos éramos? Nosotros éramos tres y un diccionario”, dijo uno de los hijos de Moliner.
Diccionario de uso del español fue inspirado en Learner´s Dictionary; es decir, el español siguió al inglés en materia de diccionario, aunque los dos reinos invirtieron el orden en materia política. Como es sabido, el poderío del imperio español empezó a declinar a comienzos del XVII, justo en el siglo en que el imperio inglés enfatizaba su propio ascenso. Quién sabe si no fue valiéndose de la experiencia ajena que la lengua inglesa se rehusó a tener su propia Real Academia. Aun así el poderío ejercido por el Oxford English Dictionary resulta innegable. Luego de setenta años de trabajo que reunió a miles de colaboradores voluntarios, fue publicado en 1928; tiene 7000 páginas y 414.825 entradas. Uno de sus editores más notables fue James Murray (1837-1915), quien trabajó en el diccionario desde 1879 hasta su muerte. Entre las historias de sus colaboradores la más descollante es la de Dr. William Chester Minor, un médico norteamericano residente en Inglaterra, que a lo largo de dos décadas le envió a Murray datos relevantes. En pequeñas hojas de papel, escritos en caligrafía muy prolija, se trataban de citas y comentarios iluminadores que alcanzaron los diez mil.
El vínculo entre el lexicógrafo y el Dr.Minor no había dejado de estrecharse a través de la correspondencia, pero jamás se habían visto. El editor entendía las razones del Dr.Minor, por eso mismo decidió tomar un tren hasta Crowthorne para hacerle una visita en el hospital. Se acercaba el tramo final de la primera redacción –era 1896- y quería demostrarle su gratitud.
Se dirigió a la oficina del director y se apuró a presentarse, cordialmente:
-Dr. Minor, es un honor para mí y un grato placer conocer en persona a quien ha sido mi más asiduo colaborador.
-Se lo agradezco, pero lamento decirle que yo soy el director del Asilo Broadmoor para Criminales Insanos. Minor está aquí, es uno de nuestros internos desde hace veinte años, el más antiguo de todos nuestros residentes.
La nieta de Murray fue quien contó esta historia por primera vez, en 1977; y desde entonces no ha dejado de repetirse hasta llegar a The Professor and the Madman (1998) de Simon Winchester. ¿Por qué demoró tanto en ser conocida? Quizá porque la lengua sólo acompaña al poder, no lo engendra; lo que engendra es el sin sentido, una rara especie de germen que necesita ser controlado y confinado en eso que se llama “locura”, en salvaguarda de otra, para que todo mantenga su lugar y su orden, igual que en los diccionarios.
La vida de María Moliner (1900-1981) está atravesada por esos tres datos: fue la autora del Diccionario de uso de español (1966), el más apreciado por traductores y escritores en lengua castellana; la primera mujer candidata a ocupar un lugar en la RAE a comienzos de los años setenta; y su vida dio un vuelco rotundo en su adolescencia cuando el padre se marchó a América y ya nunca supo nada de él. Escribir ese diccionario le otorgó el mérito de que Rafael Lapesa, el autor de Historia de la lengua Española, publicado en 1942 (¡los números siempre andan susurrando en la lengua, pero cambiando de orden!), la propusiera como candidata a la RAE; y el mérito de ser mujer la dejó afuera de las tertulias de varones que se preferían a sí mismos. Moliner fue contundente en una entrevista de aquellos años: “Mi obra es limpiamente el diccionario… pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ´¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!” El día que su padre dejó España para perderse en Argentina, se multiplicaron las penurias en la vida María. Tenía dos hermanos y su madre contaba la miseria sin encontrar ni una sola moneda que le restara algo a la escasez. La angustia y el hambre se llenaban de libros prestados. María leía, releía y copiaba frases en papeles sueltos antes de devolverlos, como quien fragua una promesa. Anotaba palabras de otros para no olvidar lo que quería de sí misma.
En 1921 obtuvo la licenciatura en Filología en Zaragoza e ingresó al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Cuatro años después se casó con un profesor universitario de Salamanca. Su suerte había dado un vuelco rotundo, y dio otro más al desatarse la Guerra Civil en 1936. Tenía tres hijos a quienes alimentar y la comida apenas si alcanzaba. Su esposo había sido cesanteado en su cargo, recién sería rehabilitado siete años más tarde. Por entonces María Moliner, que había perdido uno a uno todos sus puestos de trabajo, se abrazó al ofrecimiento de ser directora de la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, y se mantuvo allí hasta su jubilación en 1970. Consiguió que sus tres hijos terminaran los estudios: un médico, un arquitecto, y una maestra. En 1951, uno de ellos le trajo de París un regalo que cambiaría su vida: un libro, el Learner´s Dictionary. María Moliner se enfrascó a leerlo pero no sólo para estudiar inglés, como pensó en un principio, no podía dejar de copiar palabras y frases en papelitos sueltos, igual que en su adolescencia, ¿buscaba una mejor manera de aprender esa lengua?, ¿le sería útil realmente repetir lo que había hecho con el latín? Poco tardó en darse cuenta que su interés era otro, había convertido ese libro en un manual de instrucciones para confeccionar un diccionario similar en lengua española.
Así fue que comenzó a escribir el suyo en 1951. Primero le dedicaba tres horas diarias, luego cinco, y después diez en su casa y cinco en la biblioteca. García Márquez cuenta que uno de sus hijos le aseguró que ella sólo utilizaba una máquina de escribir, la mesa de la sala, y una jornada de trabajo que comenzaba a las cinco de la mañana a lo largo de quince años. “¿Cuántos hijos éramos? Nosotros éramos tres y un diccionario”, dijo uno de los hijos de Moliner.
Diccionario de uso del español fue inspirado en Learner´s Dictionary; es decir, el español siguió al inglés en materia de diccionario, aunque los dos reinos invirtieron el orden en materia política. Como es sabido, el poderío del imperio español empezó a declinar a comienzos del XVII, justo en el siglo en que el imperio inglés enfatizaba su propio ascenso. Quién sabe si no fue valiéndose de la experiencia ajena que la lengua inglesa se rehusó a tener su propia Real Academia. Aun así el poderío ejercido por el Oxford English Dictionary resulta innegable. Luego de setenta años de trabajo que reunió a miles de colaboradores voluntarios, fue publicado en 1928; tiene 7000 páginas y 414.825 entradas. Uno de sus editores más notables fue James Murray (1837-1915), quien trabajó en el diccionario desde 1879 hasta su muerte. Entre las historias de sus colaboradores la más descollante es la de Dr. William Chester Minor, un médico norteamericano residente en Inglaterra, que a lo largo de dos décadas le envió a Murray datos relevantes. En pequeñas hojas de papel, escritos en caligrafía muy prolija, se trataban de citas y comentarios iluminadores que alcanzaron los diez mil.
El vínculo entre el lexicógrafo y el Dr.Minor no había dejado de estrecharse a través de la correspondencia, pero jamás se habían visto. El editor entendía las razones del Dr.Minor, por eso mismo decidió tomar un tren hasta Crowthorne para hacerle una visita en el hospital. Se acercaba el tramo final de la primera redacción –era 1896- y quería demostrarle su gratitud.
Se dirigió a la oficina del director y se apuró a presentarse, cordialmente:
-Dr. Minor, es un honor para mí y un grato placer conocer en persona a quien ha sido mi más asiduo colaborador.
-Se lo agradezco, pero lamento decirle que yo soy el director del Asilo Broadmoor para Criminales Insanos. Minor está aquí, es uno de nuestros internos desde hace veinte años, el más antiguo de todos nuestros residentes.
La nieta de Murray fue quien contó esta historia por primera vez, en 1977; y desde entonces no ha dejado de repetirse hasta llegar a The Professor and the Madman (1998) de Simon Winchester. ¿Por qué demoró tanto en ser conocida? Quizá porque la lengua sólo acompaña al poder, no lo engendra; lo que engendra es el sin sentido, una rara especie de germen que necesita ser controlado y confinado en eso que se llama “locura”, en salvaguarda de otra, para que todo mantenga su lugar y su orden, igual que en los diccionarios.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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5 comentarios:
Miguel,
Esta historia me encantó, parece un cuneto...
Adriana
Qué mejor texto tutor que un diccionario?
Gracias, Adriana. A mí también, al reelerlo, me dio esa imptresión. Miguel Vitagliano
Federico: Detrás de la ley (y qué es un diccionario, ¿no?)se esconde la locura. Gracias por el comentario. M.Vitagliano
Es una historia muy interesante, sobre todo, porque una vez más se cruzan los lugares de la mujer y la locura que, después de todo, son esos elementos de la humanidad que escapan al orden impuesto. Me pareció tan llamativa y cierta la idea de que la lengua acompaña al poder, es más, se doblega ante él (y por eso, tal vez, la M sea posterior a la C en el alfabeto) Del mismo modo que las mujeres nos plegamos a un poder que transmitimos al enseñar a hablar y que termina por excluirnos, como a los locos, porque ese sinsentido que, de todos los posibles, han elegido los hombres para ordenar el mundo nos parece coherente hasta el punto de dejarnos desaparecer por él.
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