Cuando mi hijo mayor aprendió a leer empecé a armar para él una biblioteca. Tenía la esperanza, infundada pero intensa, de que estantes llenos de libros le produjeran, con el tiempo, tanta excitación como a mí. Así fue que en 1999 llegó a mi casa La Torre de Cubos, de Laura Devetach. El ejemplar correspondía a una edición de Colihue de 1996, pero el cuento que le daba título había sido publicado por primera vez en 1964. Antes de acomodarlo en la biblioteca, lo leí por primera vez.
Años después, en un diario me encontré con una nota donde aparecía una lista de libros prohibidos durante la dictadura militar en la Argentina. La lista incluía el libro de Devetach. Supe entonces que La Torre de Cubos se prohibió en 1976, primero en la provincia de Santa Fe (donde nació su autora), y que luego la prohibición se fue extendiendo a otras provincias (Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, etc). Que circuló durante la dictadura sin firma y en copias mimeografiadas que pasaban de mano en mano en circuitos semi-clandestinos sostenidos por algunos maestros. Y que recién se reeditó en 1984, cuando el país ya había regresado a la democracia.
Lo releí cuando me enteré que estuvo prohibido, intentando bucear en la cabeza de quienes vieron en él un material subversivo que no debía estar al alcance de los niños. Ni de nadie. No pude meterme en esa cabeza, no encontré los motivos de la censura en el texto. Una niña juega con cubos de colores, rojos y amarillos, con ellos hace una torre, luego decide dejar un hueco en esa torre, una ventana, y a través de esa ventana ve un lugar más feliz, con colinas azules y durazneros en flor, donde los padres cantan y ríen con sus hijos, mientras toman el té con pan y miel. Los habitantes del pueblo se llaman caperuzos, porque llevan sobre su cabeza caperuzas de colores. Y defienden a los que los necesitan, por ejemplo “defendemos a los negros cuando los blancos los desprecian”. ¿Habrá sido eso? Cuesta creerlo.
Hasta que en el año 2001la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires publicó un fascículo titulado Un golpe a los libros (1976-1983), coordinado por Judith Gociol. Entonces sí conocí los impactantes argumentos de aquel censor según la resolución N° 480 del Ministerio de Educación de Córdoba: simbología confusa, cuestionamientos ideológico- sociales, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes, críticas a la organización del trabajo, a la propiedad privada y al principio de autoridad, etc.
Y como dijo en varias oportunidades la misma Devetach, el verdadero problema de esa censura no era que el libro estuviera o no en las librerías, “sino que se instalara un Falcon verde en la puerta de tu casa”. En la entrevista que aparece en el archivo de la Audiovideoteca de Buenos Aires Devetach declara que, además del temor por la vida, uno de los asuntos más difíciles en aquel momento era “encontrarte sin argumentos frente a tus propios hijos que te decían: “Pero, mami, ¿qué tiene La Torre de Cubos de malo?”.”
El caso del texto de Laura Devetach no fue, por supuesto, la única censura infantil en tiempos de la dictadura militar en la Argentina. Y digo “censura infantil” y no “censura de literatura infantil”, por supuesto, con deliberación. En el año 1977 se prohibió el libro Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann porque incluía una huelga de animales. También fue considerado subversivo el libro Cinco dedos, una serie de cuentos publicados en Berlín que tradujo y publicó la Editorial de la Flor y por el que sus editores Daniel Divinsky y Kuki Miler estuvieron 127 días en prisión. En uno de esos cuentos una mano verde perseguía a una mano roja y luego se sellaban las dos en un puño. Y hasta la canción “Aserrín Aserrán, los maderos de San Juan”, porque piden queso y le dan un hueso y les cortan el pescuezo.
En las instrucciones de la Operación Claridad (operativo establecido durante la dictadura militar por el que debía reunirse información para combatir supuestos focos subversivos en el ámbito educativo y cultural), establecida por el Ministerio de Educación y Cultura de aquel entonces, quedaba claro que no sólo era cuestión de detectar los libros de riesgo sino también la escuela donde se leían y los docentes que los recomendaban. Asusta pensar que hubo maestros en peligro por aconsejar a sus alumnos leer La Torre de Cubos.
Hoy, por suerte y con esfuerzo, no existe en la Argentina este tipo de censura. Sin embargo, Ana María Machado, la escritora brasileña de literatura infantil, advierte en el libro que comparte con Graciela Montes, Literatura Infantil, creación, censura y resistencia (Editorial Sudamericana 2003), acerca de otro tipo de censura “más sutil pero muy eficiente” que condiciona hoy a los escritores: la censura del sí, “…la imposición del mercado, de lo que dará lucro, de aquello que no cuestiona ni plantea preguntas, no amenaza ni hace pensar de manera diferente. (...) No se trata ya de buscar lo que No sino lo que Sí”.
Y a esa censura del Sí impuesta por el mercado podemos sumar: lo que espera el editor, lo que puede ayudar a hacer ganar un concurso, lo que aplaudirá la crítica especializa o determinado círculo literario, lo que aconseja un agente. Otros condicionamientos que generan censuras y autocensuras de otro tipo. Incomparables con aquellas que vienen acompañadas de riesgo de vida o de privación de la libertad. Censuras de épocas democráticas. Otras censuras. Pero también, todas, censuras infantiles.
Claudia Piñeiro (Buenos Aires)
Otras entradas de la autora en EdM: https://escritoresdelmundo.com/search/label/Piñeiro Imprimir
3 comentarios:
Cuanta mediocridad nos toco vivir, cuanta locura, y ahora que todo aquello nos parece lejano, me vengo a dar cuenta que el lobo está aún ahí, escondido detrás de los estudios de mercado, disfrazado de asesor de marketing, susurrandonos al oido la más perfida de las censuras: "eso no sirve, no se vende".
Me encantó la nota.
Esta rre buenoo xD
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