parece una imagen).
Una mujer con rulos espera detrás de la puerta del departamento que llegue el diario de la mañana. Leerlo es una ceremonia para ella. Le gusta hacerlo. Es uno de los momentos más importantes del día. Conversa con el diario. Discute. Rulos negros. La mujer está sola. No le pesa pero está sola. Tiene hijos, pero está sola. Tiene amigas. Algunos amigos. Sigue en bata. La bata es vieja. Las pantuflas también. Ella no. Todavía no. Pero la mujer no lo sabe.
(No, esta vez no. Ya no).
(La imagen se mueve).
La mujer camina por su departamento con el diario en la mano. Se sienta a tomar el desayuno y a leer el diario. Piensa en alguien que la dejó. No porque sí, sino porque su foto está en ese diario. En la editorial de ese diario. Cree que el tiempo no pasó para él, que ese hombre sigue siendo como en esa foto antigua.
(No, ya no. Dije que esta vez no. Que en la próxima novela no. ¡Fuera!).
La mujer recibe un llamado. No atiende, pero escucha la voz que sale de su contestador automático. Conoce esa voz. Le duele esa voz.
(¡No!).
(¿Por qué?).
(Sí).
El hombre que llama le anuncia una muerte. Una muerte violenta.
(Sí, otra vez la muerte).
(¿Por qué no puedo evitar que aparezca una muerte?).
Nombre del muerto.
Ella conoce al muerto.
Todo el país conoce al muerto.
A nadie le importa, creen que bien muerto está.
(Otra vez un policial: Todorov: “relación problemática entre dos historias, una ausente (la del crimen) y otra presente (la de la investigación) cuya sola justificación es la de hacernos descubrir la primera”. “Relato de aprendizaje”.)
Ella, la mujer de rulos negros, levanta el tubo y dice: ¿cómo murió?
(Crimen: quién, cuándo, dónde, por qué, cómo)
Degollado, le contesta el hombre que la dejó. Un corte limpio de lado a lado.
(Busco el libro de Raffo, La muerte violenta. Busco degüello, lesiones por arma blanca. No puedo parar de leer, estoy atrapada. La muerte violenta me atrapa.).
Quiero que te ocupes de cubrir ese caso, linda, le dice el hombre. La voz del hombre. El “linda” la atraviesa como un arma blanca.
(No puedo parar. Vuelvo, no quiero volver pero vuelvo. Herida punzocortante, labios de la herida, orificio de salida, cola de ataque. Miro fotos, tajos, sangre, colgajos).
Ella recuerda esa voz como si la hubiera escuchado cada día de estos últimos tres años en que nada supo de él. Del hombre que la dejó.
El hombre vuelve a anunciar una muerte.
(“En sus expresiones más representativas, ya no se trata de una mezcla turbia en la cual confluyen las novelas de aventuras, los libros de caballería, las leyendas heroicas y los cuentos de hadas, sino de un género estilístico bien definido que exhibe un mundo propio con medios estéticos propios”, La novela policial, un tratado filosófico, Siegfried Kracauer).
La mujer acepta. Va a ver otra vez al hombre que la dejó. Va a investigar esa muerte. Va a escribir. Para el diario de ese hombre.
(Heridas incisas. Heridas contusas. Heridas punzantes y corto-punzantes. Heridas inciso-contundentes. Heridas de colgajo. Heridas mutilantes.)
La mujer, por fin, va a escribir otra vez.
(Otra vez, sí. Otra vez la muerte. Otra vez un muerto. Días, noches, meses, años, buscando palabras que cuenten esa muerte. ¿Por qué otra vez? Porque sí, porque es así, porque las palabras me llevan a ella, porque las imágenes me atrapan, porque los personajes me traicionan. “Ay, mi nena me dice, mami, ¿por qué en todos los libros de la mamá de Lucía hay una muerte?”, me comenta una mujer a la salida del colegio de mis hijos. Le respondo: “Decile a tu nena que ella también, algún día, se va a morir”, agarro a mi hija de la mano y me voy).
(“En las “novelas policiales” de Dostoievski, el delincuente es el desafortunado que hace descender el amor hasta él; (…); sin embargo es el agobiado, el encerrado, cuya liberación y conexión son inseparables de la justificación de lo creado”, Kracauer, mismo libro.).
La mujer se saca la bata. Se viste y sale a la calle. Deja de leer y escribe.
Capítulo 2.
Claudia Piñeiro (Buenos Aires)
Imprimir
No hay comentarios:
Publicar un comentario