Los escritores en las ficciones tienden a aparecer para ocupar posiciones de potencia. Esa potencia puede provenir de fuentes diversas: a veces la lucidez, a veces el estilo de vida, a veces la heterodoxia, a veces un mundo propio de palabras y de libros. Como sea, si devienen personajes, es para cobrar alguna clase de fuerza, aun en la descolocación (la fuerza del fuera de lugar) o en la postergación (la fuerza de lo resistente) o en la deserción (la fuerza de la renuncia). En ocasiones los escritores figuran en las ficciones de tal modo que la esfera literaria les basta (por ejemplo, en los libros de Vila Matas, en los que la literatura se pliega sobre sí), y en ocasiones la literatura no les basta y se ven impulsados hacia otros ámbitos y otras prácticas (por ejemplo, en los libros de Bolaño, en los que la literatura se despliega siempre hacia otras cosas). Pero lo usual es la afirmación de los escritores: es para eso que se recurre a ellos.
Acaban de publicarse, en cambio, dos novelas en las que se ensaya una variante diferente: sus héroes (o sus antihéroes) son escritores por sustracción; y la aventura que emprenden, por si fuera poco, es justamente la de sustraerse. En eso coinciden Toda la verdad de Juan José Becerra y El escritor comido de Sergio Bizzio, editados por igual en septiembre de 2010. Antonio Miranda, en Toda la verdad, decide irse de golpe, huir, desaparecer, apartarse de todo; para eso, deja la ciudad y se pierde en el campo. Lo que el campo le depara es la experiencia de una vuelta a lo primitivo (“Era el regreso de su condición más primitiva: la del cazador nómada”) y la verdad que en esa experiencia descubre es aquello que lo impulsará a escribir más adelante, cuando retorne a la ciudad. Por su parte Mauro Saupol, en El escritor comido, adopta una iniciativa semejante, aunque más extrema: hacerse pasar por muerto (irse del todo, desaparecer de veras) para ver qué se dice de él en su ausencia. La peripecia que posibilita ese afán acaba por hundirlo en plena selva, y lo que la selva le depara es también la experiencia de una vuelta a lo primitivo (“Estamos hablando de caníbales, de gente capaz de comer cualquier cosa”).
Mientras que el héroe (o el antihéroe) de Becerra se convierte en escritor consagrado después de, y a partir de, su extravío campero, el héroe (o el antihéroe) de Bizzio es ya un escritor consagrado, y es por eso que accede a ser tragado por la selva. Pero Miranda y Saupol representan, de todos modos, el mismo tipo de escritor, el mismo exactamente. Tanto Becerra como Bizzio componen escritores de éxitos descomunales, ventas masivas, fama internacional, dos estrellas de marquesina bajo el aura rutilante de sus libros celebrados. Es cierto que el libro de Miranda no fue escrito por él, aunque sí firmado, sino por otro; y es cierto que los libros de Saupol son iguales a los de tantos otros y por lo tanto no se sabe en definitiva a qué se debe su tanta fortuna. Pero en esa sustracción, la de la originalidad de la escritura o bien la de la escritura misma, reside la verdad de estos dos escritores que se sustraen por principio.
Miranda suma docenas de ediciones de La verdad de tu vida. El rockero más famoso del mundo recomendó su libro. Descollar con una conferencia en el Conrad de Punta del Este da la pauta de lo glamoroso de su triunfo literario. Saupol por su parte acumula premios, traducciones y anticipos millonarios; la crítica de élite lo menosprecia, pero la otra, sea cual sea, no deja de alabarlo; Britney Spears ha dicho de su libro que es precioso, y Barbara Streisand que es el mejor que ha leído en su vida.
Las tramas de Toda la verdad y de El escritor comido parecen llevar a sus héroes (o antihéroes) desde el éxito hacia el fracaso, de la consagración a la caída. La aparente sabiduría de las frases de Miranda no tardan en volverse lo que en el fondo ya eran: lugar común y frase hecha; es el comienzo de su desprestigio. Y Saupol alcanza a advertir hasta qué punto, desapareciendo él, desaparece también su obra: todo muy pronto. La clave de esos fracasos, sin embargo, es la misma que la de los éxitos. Por eso no puede decirse que Becerra o Sergio Bizzio cuenten el declive que lleva a esos escritores de un éxito a un fracaso. Lo que cuentan es otra cosa, algo mejor, más verdadero: esa región de la literatura en la que el éxito es ya, en sí mismo, todo un fracaso; esa clase de escritores que no suben para después caer, sino que caen en la misma medida en que suben, y que por eso caerán siempre tan bajo como alto hayan subido.
Marín Kohan (Buenos Aires)
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