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Palabras: «Concierto», por Dardo Scavino


ace tiempo que algunos lingüistas pusieron en entredicho la famosa teoría de Karl Abel, popularizada por Freud, acerca del “doble sentido antitético de las palabras primitivas”. Por empezar, porque los lingüistas han abandonado la idea de una evolución de las lenguas, de modo que difícilmente podría haber palabras “primitivas”. Pero además, porque los presuntos ejemplos de palabras de ese tipo se prestan, por lo general, a impugnación. Uno de los casos más conocidos es el adjetivo sacer que significaría a la vez sagrado y abyecto. La presunta significación antitética se disipa, no obstante, si consideramos que sacer significaba intocable, y que esta cualidad se aplica, aunque por motivos diferentes, tanto a las cosas sagradas como a las inmundas.
    Hay sin embargo algunos casos sorprendentes de inversión del significado. Concertar, por ejemplo, significa en español ponerse de acuerdo, conciliar, armonizar, lo que permitió llamar concierto tanto a la armonía de los instrumentos y las voces como a los acuerdos entre las naciones. Pero este verbo proviene del latín concertare que significaba luchar, disputarse, combatir y debatir. Digamos que nosotros asociamos el concierto con la concordia mientras que los romanos parecían asociarlo más bien con la discordia. ¿Pero cómo una palabra puede derivar de su antónimo?
    Sucede que el verbo concertare no hace alusión a cualquier combate ni a cualquier enfrentamiento. Tanto concertare como certare derivan, a decir verdad, de cernere que significa tamizar, separar, dividir, distinguir o delimitar, y que sobrevive en nuestros cerner y discernir. De modo que concertare pareciera estar aludiendo a un duelo muy preciso: el que sirve para dirimir un diferendo. El verbo certare, justamente, tiene una forma sustantiva, certamen, que hace alusión a esas disputas a través de las cuales se resuelve una discrepancia, como ocurriría más tarde con la justa medieval. El litigio se termina, en un caso, cuando uno de los litigantes vence; en el otro, cuando ambos llegan a un acuerdo. La significación común a concertare y concertar es: dirimir un litigio. Sólo que esta significación alude metonímicamente a dos acciones diferentes –luchar y pactar– porque corresponden a dos formas opuestas de llegar a esa solución, es decir, de distinguir lo que pertenece a cada uno, de separar las cosas o de trazar una frontera entre dos territorios.
    Podríamos corroborar incluso esta tesis recordando otro fenómeno curioso: el verbo desconcertar no es el antónimo concertar (a la manera en que acuerdo se opone a desacuerdo). Una persona desconcertada es alguien aturdido, turbado, perplejo, confuso: alguien que ha perdido, aunque sea momentáneamente, el discernimiento. Y un fenómeno desconcertante es algo que nos sorprende porque no llegamos a cernerlo, esto es: a tamizarlo, a definirlo, a pensarlo de manera clara y distinta. A pesar de tratarse de un verbo de formación tardía, desconcertar perpetúa la vieja significación de cernere y también de certus: lo definido, lo delimitado o lo preciso (quien se encuentra desconcertado, en efecto, no puede afirmar nada con certeza).
    Interrogarse acerca de esta olvidada dimensión poética de las lenguas (el tamizado como metáfora del pensamiento; la resolución de un litigio, o la aparición de una certeza, como metonimias de un combate o, a continuación, de un pacto) puede considerarse como un inocuo ejercicio de erudición. Pero nos abre también las puertas de una exploración arqueológica o genealógica de nuestra cultura, retrotrayéndonos hasta esos momentos en que se inventaron cosas que juzgamos tan eternas como el agua y el aire.

Dardo Scavino (Bordeaux, Francia)
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