ESCRITORES EN SITUACIÓN

Di ídishe tzveig, por Alcides Rodríguez

Para Eugenia y Saúl

La Argentina de finales del siglo XIX fue uno de los mejores destinos para todo europeo que aspirara al ansiado ascenso social que se le negaba en su país originario. Claro que también había otros motivos para tomar la siempre difícil decisión de emigrar. Los galeses que se instalaron en la Patagonia, por ejemplo, buscaban un lugar que estuviese lo suficientemente alejado de Inglaterra para conservar su lengua y su cultura, en peligro de desaparecer como consecuencia del proceso de expansión e imposición de la cultura inglesa en su Gales natal. Los judíos de Europa central y oriental buscaban tan sólo encontrar un lugar tranquilo para vivir (o sobrevivir), lejos de las persecuciones y pogroms que con implacable regularidad asolaban sus hogares en la Rusia zarista. Muchos llegaron para integrarse en las colonias agrícolas desperdigadas por todo el país. Otros se instalaron en ciudades y pueblos, y todos trajeron su cultura y una lengua: el ídish.

    Si bien el hebreo siempre mantuvo su importancia como lengua ritual y de estudio bíblico, el ídish era la lengua que hablaban cotidianamente los judíos ashkenazíes. Surgido entre los siglos IX y X de nuestra era de la mano de las comunidades judías francesas e italianas asentadas en la región del río Rhin, el ídish fue el resultado de un largo desarrollo que combinó influencias provenientes del hebreo, arameo, románico, alemán, polaco y ruso, entre otras lenguas. También aparecieron variaciones nacionales y regionales que por momentos dieron lugar a ciertas diferenciaciones. En la zona del Báltico oriental, por ejemplo, no era inusual considerar al litvisher, surgido en Lituania, como el ídish culto y refinado, siendo el polisher, hablado por los judíos de Polonia, un ídish más popular. Para la escritura del ídish se utilizaba el alfabeto hebreo, aunque no faltaron ediciones en las que se incluía el alfabeto latino para aquellos que no supieran leer los caracteres hebraicos. Hasta la Segunda Guerra Mundial el ídish era hablado por unas doce millones de personas, dando lugar a una variadísima gama de producciones culturales. Una vasta literatura surgida entre los siglos XIX y XX es buena muestra de su vitalidad y riqueza.
    La llegada de los inmigrantes judíos a la Argentina trasladó buena parte de esa vitalidad al nuevo país. Los primeros periódicos en ídish aparecieron en forma casi simultánea al proceso de radicación. La mayor parte de la extensa literatura surgida en las colonias judías se escribió en ídish. Poco traducida al castellano, sus páginas suelen mostrar sin tapujos la dura vida cotidiana de los colonos. El fenómeno no se limitó al mundo rural: las ciudades también comenzaron a hablar y leer en la nueva lengua. Novelas, poesías, ensayos, obras de teatro… todo un corpus literario fue tomando forma a una velocidad prodigiosa. En 1919 el periodista José Mendelsohn publicaba en Buenos Aires una primera antología literaria en ídish, Oyf di bregn fun Plata (En las orillas del Plata). Años más tarde, en 1944, ya hacía falta un equipo de compiladores para publicar, en homenaje al 25º aniversario de la fundación del diario Di Presse, una nueva y voluminosa Antologuie fun der Ídischer Literatur in Arguentine (Antología de la literatura ídish en la Argentina). Paralelamente se llevó a cabo una extensa tarea de traducción de clásicos de la lengua castellana. Así, aparecieron ediciones en ídish de Don Quijote de la Mancha, del Facundo, del Martín Fierro y de Don Segundo Sombra, entre otras obras. El Congreso Internacional de los PEN Clubs celebrado en 1936 en Buenos Aires incluyó entre sus miembros al poeta ídish H. Leivik, que no pudo decir su discurso en la lengua que representaba debido a la presión ejercida por prominentes miembros del nacionalismo argentino. Dos años más tarde, el poeta y escritor polaco Meilej Rávich expresaba que la literatura ídish producida en el país era “la rama argentina de la literatura ídish”. Otros, como el escritor José Liberman, hablaban de “la rama ídish de la literatura argentina”.
    En esos mismos años el tango comenzó a ser interpretado por músicos y cantantes judíos. Al fenómeno no estuvo ausente la Tzvi Migdal, la tristemente célebre organización de tratantes de personas cuya existencia genero mas de un conflicto dentro de la colectividad judía. Ya en 1914 el bandoneonista Antonio Gutman había formado la Orquesta Típica Criolla El Rusito, que llegó a grabar tres discos para el sello Odeón. En los años veinte y treinta era frecuente oír letras de tango y milongas en ídish. Uno de sus máximos y más populares intérpretes, Jevel Katz, llegó a ser conocido como el “Gardel judío”. Katz no se limitó al tango: también llevó el ídish a otros géneros como la ranchera, la vidalita, la rumba y el foxtrot. Al igual que el zorzal criollo, murió joven en el pináculo de su celebridad, cuando comenzaba a recibir tentadoras ofertas de trabajo desde los EE. UU. A partir de los años veinte el ídish comenzó a estar presente en el cine y en la radio. En las salas de Buenos Aires se veían las películas que se rodaban en Europa y los EE. UU. y los almuerzos dominicales de más de un hogar de inmigrantes solían estar acompañados de programas como Ídishe Shu, verdadero hito radial dentro de la colectividad judía entre los años treinta y cincuenta. El mismo público podía sintonizar en esos años los primeros radioteatros en ídish.





    El ídish fue también la lengua del Alguemeiner Idisher Arbeiter Bund in Lite, Poiln und Rusland, más conocido como Bund. Creado en 1897 en Vilna para organizar a los trabajadores judíos de Europa central y oriental, el Bund se consolidó rápidamente como un activo referente dentro del movimiento obrero europeo. Tenía también otro objetivo: la conservación y fortalecimiento de la identidad judía de sus afiliados, cuestión que no dejó de crearle problemas dentro del movimiento socialista internacional. Lenin, por ejemplo, criticó con dureza esta postura “nacionalista” judía, en un artículo aparecido en el periódico revolucionario Iskra en octubre de 1903. El Bund encabezó huelgas y diversas manifestaciones y reivindicaciones obreras, y fue importante para la organización de la defensa de las comunidades judías frente a los terribles pogroms. También tuvo una activa participación en los acontecimientos revolucionarios de 1905 en Rusia. Cuando el sublevado acorazado Potemkin llegó al puerto de Odessa fue recibido por una ciudad en huelga en cuya organización el Bund había tenido mucho que ver.
    Uno de los problemas que se les planteó a las organizaciones obreras judías fue decidir en qué lengua se debían llevar a cabo las actividades de proselitismo y agitación. Si bien la lengua de las discusiones teóricas y del trabajo revolucionario era el ruso, muchos consideraban que por tratarse de un movimiento judío lo mejor era utilizar el ídish. La decisión se impuso y el número de miembros creció considerablemente a partir de ese momento. El movimiento se volvió más popular, más “ídisher”. Surgió toda una literatura revolucionaria en ídish, que iban desde los primeros folletos revolucionarios como Der arbets tog (La jornada de trabajo) de 1895 hasta el periódico Der idischer arbeiter (El trabajador judío) de 1896 o Di arbeiter schtime (La voz del trabajador), de 1897. Éste último se convertiría en el órgano oficial del Bund.
    En 1907 un grupo de bundistas fundó en Buenos Aires la Organización Social Demócrata Obrera Judía Avangard, junto a un periódico del mismo nombre. El 1º de mayo de ese mismo año participaron de la conmemoración con una columna cuyos cánticos y banderas se cantaron y redactaron en ídish. Pocos días más tarde fueron parte de una masiva manifestación de rechazo a un proyecto de limitación de la libertad de prensa impulsado por el jefe de policía Ramón L. Falcón. No pasó mucho tiempo para que organizaran sindicatos de trabajadores judíos en la Argentina, como el de los sastres y los panaderos. Sus estatutos y reglamentos estaban obviamente redactados en ídish. Su influencia dentro del movimiento obrero creció de tal manera que en 1908 una de las cuatro páginas del célebre diario anarquista La Protesta estaba redactado en ídish. Junto a otras corrientes del socialismo judío, los bundistas construyeron escuelas, bibliotecas y centros en Buenos Aires y el resto del país, en donde se desarrollaban amplias actividades educativas y culturales. En 1928, por iniciativa bundista se creaba la filial porteña del Idisher Visnshaftlejer Institut (IWO) de Vilna (ver Rescate en la AMIA, Escritores del Mundo, junio de 2011).
    Una de las actividades culturales más populares entre los inmigrantes judíos y sus hijos fue sin lugar a dudas el teatro. En 1901, en el teatro Doria de la avenida Rivadavia al 2300, se realizó la primera puesta en escena de una obra en ídish. Se trataba de Kunye Leml (El tartamudo, o fanatismo y civilización), de Abraham Goldfaden, un clásico de la dramaturgia ídish. Entre 1920 y 1960 se desarrolló una prolífica actividad teatral, con empresarios que formaron varias compañías y un importante número de actores y actrices que llegaron a ser muy populares. Desde el drama hasta la comedia, el musical o el vodevil, había representaciones para todos los gustos. Incluso el shakespeariano Otelo llegó a hablar en ídish, como lo anunciaba un cartel del Teatro Israelita en los años treinta. Los primeros dramaturgos locales no se hicieron esperar. Así, clásicos europeos como Tevye der Milkhiger (Tevye el lechero) o Der Dibuk (El espíritu pecador) comenzaron a compartir cartelera con Di kinder fun der “pampa” (Los hijos de la pampa), de Marcos Alpersohn, o Zisye goy (El gaucho), de Samuel Glasserman. También se llevaron obras del castellano al ídish, como fue el caso de El pobre hombre, de José González Castillo, traducido por el mismo Glasserman y representada en el Teatro Lasalle en 1933. Esta intensa actividad teatral incluyó la formación de grupos de teatro independiente, desde el primero de ellos, el Yung Arguentine creado en 1928, hasta el Ídisher Folks Teater (IFT), fundado en 1932. Sólo en Buenos Aires hubo entre seis y siete salas cuyas carteleras siempre anunciaban obras en ídish. Con ellas, teatros como el Ombú, el Excelsior, el Soleil, el Olimpo o el Mitre se llenaban a pleno seis de las siete noches semanales. La plaza porteña llegó a ser tan importante que las compañías internacionales en ídish la incluían en sus giras anuales. Así, actores consagrados en otros países del mundo como Maurice Schwartz, Yenny Goldstein o Molly Picon frecuentaron las tablas de Buenos Aires. Y también eran muy esperados: había quienes ahorraban dinero durante todo un año para que toda la familia pudiese disfrutar de una representación protagonizada por un gran divo como Maurice Schwartz.
    Tanto la Shoah como la adopción del hebreo moderno como lengua oficial de Israel fueron duros golpes para el ídish. La primera porque significó el asesinato en masa de un número enorme de hablantes y la destrucción del contexto social y cultural en el que había nacido y desarrollado, y el segundo porque lo relegó a un plano secundario o directamente marginal. Lo que no ha perdido es su vitalidad. Desplazado de los sitios oficiales, el ídish sigue ocupando un espacio importante en la cultura de Israel. Se lo estudia en numerosas universidades del mundo (la UBA, entre ellas), fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO y en 1978 el escritor ídish Isaac Bashevis Singer recibió el premio Nobel de Literatura. En el caso argentino, la desaparición progresiva de los inmigrantes que lo trajeron y su reemplazo por el hebreo en las escuelas comunitarias durante los años sesenta hicieron que el ídish perdiera terreno entre las sucesivas generaciones de judíos argentinos. Aún así, se las arregla para evitar un final varias veces profetizado. Presente en las instituciones de la colectividad judía, se lo sigue oyendo y leyendo en múltiples actividades culturales y es objeto de estudio en el mundo académico argentino. Varias son las palabras y expresiones provenientes del ídish incorporadas al habla castellana de todos los días. En los años ochenta del pasado siglo tuvo incluso la fuerza suficiente como para hacerse oír en un medio masivo de comunicación como la televisión de la mano de la actriz y cantante Divina Gloria, cuando compartía un inolvidable scketch junto a Alberto Olmedo y Javier Portales. Todas puertas que, una vez abiertas, invitan a dirigir la mirada hacia la gran riqueza de di ídishe tzveig fun de arguentinishe cultur, la rama ídish de la cultura argentina.



Alcides Rodríguez (Buenos Aires)


(Los datos han sido extraídos de: Feierstein, R., Vida cotidiana de los judíos argentinos, Sudamericana, Bs. As., 2007; Hansman, S., Skura, S. y Kogan, G., Oysfarkoyft, localidades agotadas, Del Nuevo Extremo/Fundación IWO, Bs. As., 2006; Laubstein, I., Bund. Historia del movimiento obrero judío, Acervo Cultural Editores, Bs. As., 1997; Sneh, P. (comp.), Buenos Aires Ídish, en www.buenosaires.gov.ar; Skura, S., “A por gauchos in chiripá… Expresiones criollistas en el teatro ídish argentino (1910-1930)”, en www.iai.spk-berlin.de/fileadmin/dokumentenbibliothek; Toker, E., El ídish es también Latinoamérica, en www.raoulwallenberg.net; entrevistas)
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