Desde la publicación de El señor Presidente en 1946, la cultura latinoamericana encontró un tipo de novela para centrarse en las peripecias de sus líderes, caudillos, tiranos y dictadores. Comenzó así un largo matrimonio incubado más en el odio que en la celebración, aunque sería difícil no reconocer una íntima y secreta atracción entre las partes. Lo prueba la fecundidad de su estirpe. No deja de ser sintomático que Asturias reciba el Premio Nobel en 1967, el mismo año en que se edita Cien años de soledad, la novela en la que los caudillos desplegaron sus novelas familiares. O que Asturias diga que toda dictadura contiene en sí misma una novela, y que García Márquez asegure, el mismo año que publicó El otoño del patriarca, 1975, que no volvería a escribir ficción hasta que no cayera Pinochet; y así todo continuó entregando relatos a imprenta hasta 1990. Seguramente pensaba que la literatura tenía mayor incidencia en la historia, o que las tiranías contaban con menos capacidad de reediciones. Mucho ha pasado desde entonces. La novela que Omar Saavedra Santis (Chile, 1944) acaba de publicar, Prontuarios y claveles, propone, sin embargo, una vuelta sobre las relaciones entre el poder y la literatura; es decir, vuelve al mismo punto para dejar a la vista la intemperie que nos rodea. Es la primera novela sobre una señora presidenta latinoamericana con profundas convicciones democráticas. Una novedad para la que la realidad histórica nos ha ofrecido ya varias mandatarias. Una novela en la que la ironía y el humor imponen su distancia para ver más cerca el actual estado de cosas.
Prontuario y claveles es la historia de Tina Valdés quien, antes de cumplir su primer mes como presidenta de Chile, encuentra entre su correspondencia una rara postal de alguien que asegura haberla conocido en otro tiempo y que le envía desde el extranjero, cándidamente, un saludo. Intuye el recuerdo de la circunstancia, no al remitente, Indalecio Puente. Aun así buscará la ayuda de Beatriz, su amiga y secretaria privada, para hacer algo con esa carta, y de igual modo Indalecio visitará a Meruane, un escritor conocido suyo de otras épocas, para que escriba por él una carta efectiva, que realmente le sirva para hacer algo: conseguir un puesto de cónsul y dejar de ser chofer. Todos quieren hacer y tantean a ciegas. Ninguno de los personajes coincide plenamente con lo que dice ser, no porque mientan –eso cae por su propio peso: todos simulan- sino porque no encuentran una verdad propia que no se les imponga algo extraña. Tina, por ejemplo, es el apócope de Argentina Valdés; es decir, hasta el nombre de la presidenta de Chile parece desacomodarla en el cargo por el que luchó contra las rígidas estructuras. Es la hija de un diputado desaparecido el mismo día del golpe del 73, fue detenida y torturada por la dictadura y luego emprendió su exilo en la RDA. O Erredeá. O la otra Alemania, ese país con dos nombres, país siamés y a la vez ajeno de sí, el país que ya no existe y que es donde conoció a Indalecio que aún sobrevive allí. Es más, Indalecio es actor, o fue actor, pero no ha dejado de ser chofer, y pretende convertirse en cónsul, o agregado cultural, aunque está dispuesto a ser cualquiera con tal de ser algo que se parezca a alguien.
Vidas dobles, triples, múltiples, que conspiran entre sí sin lograr ponerse de acuerdo ni encontrar siquiera una voz propia. Prontuarios y claveles no es una novela sobre el exilio, es la novela de lo que ha quedado luego de que el exilio tuviera al menos un ominoso sentido político. Ahora es el mundo el que parece exilado de sí mismo -ya ni siquiera podríamos decir que está fuera de quicio-, y los individuos se mueven en él como actores de una farsa. Por eso buena parte de la trama de la novela se despliega en el aire, en el vuelo de uno de los personajes que cruza el Atlántico. Un no-lugar dentro del encierro de un avión, un homenaje a “Vuelo Transoceánico” de Brecht para destacar la inversión, porque lo que destaca este viaje es la pura desolación, un limbo. Aunque el limbo presupone una inocencia que ningún personaje de PYC podría jactase de tener, más pertinente sería pensarlos en un purgatorio. Y lo dantesco tiene en la novela a su Beatriz, mensajera-puente entre Indalecio, Meruane, y Tina, y que a su modo también se ve obligada a actuar. Menos aun por el rimbombante cargo público que le permite seguir siendo la consciencia de su amiga y más por el papel que desempeña en cada escena con su madre senil que le habla como una niña a su mamá. Cualquiera sea el motivo todos se comportan como actores de una farsa, que es lo que nos queda, como decía Marx, al aceptar que aquello que fue trágico nos golpee por segunda vez.
Leer Prontuarios y claveles como la primera novela sobre una señora presidenta democrática implica reconocer que late en el relato la búsqueda de un punto de inflexión en la literatura latinoamericana actual. Pero la novela prescinde de las respuestas, señala con exquisita erudición y sutileza lo que todos intentan hacer en la trama en que los encierra Meruane, el escritor que no escribe y que los utiliza como personajes vivos de su estratagema. Meruane es el fantasma del escritor en el mundo de la cultura contemporánea y también es un escritor fantasma: después de una novela publicada décadas atrás se gana la vida, secretamente, escribiendo tesis ajenas, encerrado de la mañana a la noche en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín. Es lo que queda de la figura del escritor, el espanto de un hombre que trama con qué música acompañar su suicidio hasta que un cuervo, como a Poe, le golpea su ventana.
La única respuesta que propone Prontuarios y claveles es afirmarse como lugar de resistencia. Sartre supo decir en una ocasión que nunca el lenguaje había tenido más valor en Francia que durante los tiempos de la ocupación nazi, porque en medio de esa opresión de silencio cada palabra justa era un acto de conquista. Los tiempos han cambiado, indudablemente también han cambiado para Latinoamérica, y, sin embargo, la escritura literaria sigue siendo un acto de conquista en medio de nuevos modos de opresión y silencio. Cada frase de Prontuarios y claves nos lo recuerda.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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