Hace algunos años tengo un pasatiempo secreto y ridículo: compro libros de Sartre. Los compro usados en librerías de viejo. Y lo hago con una sensación rara, un sentimiento que está al límite: hay algo de culpa, mucho de rebeldía, y por supuesto, cierta esperanza. Lo cómico del caso es que no los leo (y realmente, no sé si lo voy a hacer). Los tengo apilados, puestos uno encima del otro, desparramados en mi escritorio, en mi mesita de luz, en la biblioteca. Lo que sí leo son las diferentes marcas hechas por sus antiguos dueños. Están escritas en marcador, birome, lápiz, depende. En una compilación de artículos sobre arte y literatura de la revista Tiempos Modernos, por ejemplo, el antiguo lector del libro se la pasó llenando con birome verde los márgenes con fórmulas matemáticas de las que me resulta imposible entender su sentido; en otro, en la edición de bolsillo de Losada de ¿Qué es la Literatura?, alguien (presumo que fue una mujer) dibujó la cabeza de un tipo fumando una pipa. Está hecha en la última hoja, esa donde está escrito el año, el lugar, la imprenta y la cantidad de ejemplares que se hicieron. Algunos de esos lectores fantasmas son bien clásicos, casi predecibles: tengo una edición de uno de los tomos rojos de las obras completas de Aguilar, el tomo que reúne los ensayos literarios. En ese ejemplar, en el ensayo sobre Flaubert, alguien consignó las obras del novelista francés y hasta hay un cuadro comparativo donde se puede intuir una cierta correspondencia entre algunas ideas de El ser y la nada y lo que dice Sartre en ese ensayo.
Un año atrás, en una librería de viejo que atienden unos amigos, encontré San Genet, comediante y mártir. Era la edición de Losada de la Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento. Lo compré, por supuesto. Y otra vez, después de leer las marcas, lo dejé apilado con los otros libros de Sartre. Poco después, me invitaron a dar una charla sobre una clase de J. Lacan que habla sobre El Bacón de Genet. Preparé la clase. Leí los pocos lugares en los seminarios de Lacan donde Lacan habla sobre Genet. Leí El Balcón. Leí una biografía de Genet. Leí varios poemas de Genet. Leí el ensayo de Bataille sobre Genet que aparece en La literatura y el mal. Bataille escribe sobre Genet para responderle a Sartre, eso me intrigó. Bataille le dice a Sartre: Genet no es un autor que valga la pena, es interesante, pero no sé si vale la pena. Y Bataille no da muchos argumentos, más bien da la impresión de que está tratando de marcar la cancha, eso que saben hacer bien los franceses: pelearse con ganas, y fingir que sus peleas son el ombligo del pensamiento de Occidente. De pronto me di cuenta de que tenía dos semanas por delante y que había terminado de leer casi todo lo que me había propuesto leer para preparar la clase. Agarré el libro de Sartre. Es un libro de 727 páginas; es decir: es un libraco, no un libro. Leí el prólogo de Eduardo Grüner. Grüner parece conocer el ensayo de Bataille. No lo nombra, pero toma nota de la misma advertencia; dice: Genet es menos interesante que lo que Sartre dijo sobre Genet. Y sugiere la idea de que Sartre inventó a Genet porque su escritura lo necesitaba. Algo parecido a lo que sucede entre Carriego y Borges. Carriego no es lo que dice Borges. El Carriego de Borges es lo que Borges necesita. Como dijo Perón de Braden: si no huera existido, lo habríamos inventado. Para esa altura sentí que leer el libro de Sartre era una obligación.
Lo leí.
Estuve dos semanas con el libro de un lado para otro. Lo leía sin parar: en el subte, en el baño, en la cama, en el sillón mientras esperaba a un paciente, con mis hijos mirando no se qué programa de televisión, en la cocina haciendo el café. Sartre logró un pase de magia, una perfecta hipnosis literaria. Después pensé que con Sartre me pasó lo que me suele pasar con Platón; al menos en dos puntos.
Sartre piensa, eso es evidente. Despliega una serie de argumentos que al combinarse, forman un sistema. No sé si es cerrado, no lo parece, pero es una sofística elegante, persuasiva, y que no deja de aguijonearnos. Me parece que esta es la primera de las semejanzas de Sartre con Platón.
Pero además Sartre tiene estilo. Es un estilo conciente de si mismo, que sabe cuáles son sus armas, las pone a prueba, las muestra. Y sí, es cierto: se monta en su deseo y por momentos pierde la pista. De golpe nos olvidamos de Genet, no sabemos nada de Genet, ni nos importa quién es Genet, al contrario: nos importa Sartre, lo que dice Sartre, lo que intenta decir Sartre, lo que quiere decir Sartre. Bataille tiene razón: Genet es un invento de Sartre, y tal vez sea esa la grandeza de este libro. Tener estilo es tener pasión. Esta es, creo, la segunda de las semejanzas de Sartre con Platón.
Marcos Bertorello
EdM, Buenos Aires, octubre de 2011
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1 comentario:
REALMENTE AlGUNOS ESCRITORES TIENE LA FORTUNA DE QUE SUS POEMAS O LIBROS TENGAN EXITO Y SUS PENSAMIENTOS DEN IMPRESION PARA CADA ARGUMENTO QUE TENGAN EN CADA EDICION
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