Un día de octubre corro desesperada a ver el film de Wim Wenders sobre (o para) Pina Bausch. Temo que se evapore en el aire o que un bulldozer americano lo aplaste. Pina está en la base del personaje de la coreógrafa de mi novela Tragamonedas, junto con Marta Graham, otra maestra de la danza contemporánea. Más allá de la contundencia de su danza, que es evidente, me seduce el physique du role de esta mujer: a su mente -radical y extrema- le corresponde una silueta descarnada, la de esa clase de artistas que va al hueso de las cosas, por eso, supongo, luce magra, con sus costillas a la vista. Parece puro espíritu, salvo el humo de su cigarrillo y el pelo recogido que recibe el bautismo de dama del rodete. Pero además su danza se corresponde con mi idea de la escritura: a Pina no le interesa la linealidad de una historia, más bien produce explosiones de sentido en el instante presente.
Un día cualquiera en la línea temporal de los 80´ Wim Wenders está en Venecia con una mujer, la mujer le dice que la coreógrafa Pina Bausch presenta una de sus obras y que es imperativo ir a verla. Wenders prefiere pasear por Venecia, pero muy a su pesar se dirige a la representación. A partir del espectáculo desgarrador de Café Muller, Wenders solloza, queda transformado, y se convierte en admirador y más tarde en amigo de Pina Bausch. Ambos comienzan sus carreras en 1973, ese año Pina se hace cargo del ballet de Wuppertal y Wenders se dirige a esa ciudad para rodar su film Alicia en las ciudades, tienen en común las vivencias de la dura Alemania de posguerra (Pina nace en 1940). Años más tarde, ambos sueñan con hacer un film sobre la danza de Pina. Wenders no da con la forma, no sabe cómo encarar un film sobre bailarines donde los cuerpos están en primer plano. Cuando por fin el cineasta encuentra su herramienta, el cine en 3D, lo comunica a su amiga quien también se entusiasma con las posibilidades técnicas que abre la tercera dimensión para surcar la imagen en profundidad. Pero Pina se siente cansada, muy cansada, y va a una clínica a hacerse un chequeo. Cinco días después, sin ver a nadie ni despedirse de nadie, es llevada por un cáncer. De qué otro modo puede morir una mujer así, me dice alguien, sino de una muerte súbita e intensa. Busco en todas partes cuál es su cáncer, como si pudiera hallar una clave en su historia clínica. Tengo que esperar a que se publique su biografía ya que no encuentro el dato que complete la historia completa de su cuerpo.
Wenders filma a su amiga para todos aquellos que no han tenido nunca el privilegio de ver una obra de Pina. Y lo logra, porque su película recorre el mundo y multiplica salas con una masividad que las giras de Pina –de todos modos exitosa- no ha alcanzado. Bailarines en las calles, frente a un semáforo, o al borde de una pileta con niños haciendo crowl, bailarinas de líquido vestido rojo en contraste con un paisaje seco y árido, espacios dramáticamente fascinantes donde el público no espera ver seres danzantes: ¡el tren aéreo de Wuppertal, tan bello y luminoso, sobrevolando un río, como escenario de coreografía!
Hay algo que roza lo ligeramente ridículo y que no tiene relación con la pantalla sino con el espacio inverso (¿es inverso? Quizá Pina hallara en esta disposición de la platea alguna veta de movimiento espacial): los espectadores con los anteojos 3D, sentados, uno al lado del otro, como niños jugando a la ciencia ficción. Me pongo los anteojos, me los saco, me los vuelvo a poner, la luz del film no es la mejor con estos adminículos infantiles. De a ratos prefiero la distorsión de la imagen a la desaparición de la luz fulgurante. De repente todo tiembla con la música de Stravinsky, hoy como ayer, como hace un siglo, La consagración de la primavera suena violenta, extraña, con una fuerza obsesiva que pone la piel de gallina. La coreografía de Pina es brutal como lo exige la barbarie del sacrificio humano que va a tener lugar. Ya no recuerdo en detalle la versión de Béjart, otro grande de la danza, pero siento que la versión de Bausch es más primitiva, más arcaica, con esos brazos y esas piernas que se abaten sobre el piso como martillazos. Y después hay más y más y a la tierra esparcida en el escenario para el sacrificio de Consagración le sigue el agua, los chapoteos, los baldazos, la lluvia escénica de otra coreografía, menos potente pero igualmente gozosa, de atronadora música que -como toda la música de la película- es de una belleza infinita. Todo lo que veo es deleite para los ojos, shock visual de alto impacto, salpicado aquí y allá por imágenes de archivo y por rostros de bailarines que confiesan sus sentimientos más caros. En silencio, frente a cámara, se escuchan a sí mismos en grabaciones previas, recurso altamente logrado que rompe con el cliché del documental clásico.
Me quedo con hambre de danza, y me entero más tarde que se está rodando –o que ya se ha filmado- otro film sobre la Bausch: “Dancing dreams”, allá vamos.
Me carcome la duda: algunas críticas hacia los últimos trabajos de Pina apuntan a una repetición efectista. Eso es letal: ¿se habrá comido Pina a sí misma al comprobar su falta de savia nueva? Eso puede derribar a una artista y al árbol mejor plantado. A lo mejor nos morimos cuando estamos cansados del mundo, o aburridos de nosotros mismos.
Viviana Lysyj (Buenos Aires)
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2 comentarios:
Muy lindo Vivi.
Me gustaría reencontrarte, te dejo mi email:
claukore@gmail.com
un cariño. Claudio Koremblit
Viviana:
He leído dos novelas tuyas, Piercing y Tragamonedas, pero no encuentro Erotópolis. ¿Qué editorial publicó ese libro, y en qué año? Muchas gracias y saludos,
Fabián O. Iriarte
iriarte@mdp.edu.ar
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