No hacer lo mismo; la clave con la que un lector, un escucha o quien contempla una obra plástica logra dar con “lo nuevo” pareciera estar perdida. En los pasillos que llevan a los camarines de algunas salas, en el murmullo que corre entre las mesas de distintos bares, en las veredas, es fácil escuchar el siguiente pedazo de un diálogo: “la música ya está toda hecha, el tema que suena ya lo hicieron, ahora lo hace esta banda”; dicho con el tono de quien piensa que lo nuevo ya fue hecho en el pasado, que lo inventaron los Beatles y lo que resta es el aquí y ahora del asunto.
Hubo un tiempo que fue hermoso y nació lo nuevo. Ahora nos queda el presente, que parece más oscuro, y al que solo se le dan las variaciones. “Tiene algo de Bob Dylan y en la orquestación un tinte muy clásico”. La crítica, que suele estar atenta a lo que dicen en los pasillos de los camarines, usa esas amalgamas para definir a las nuevas bandas: “tiene un poco de esto y un poco de aquello”. También, en las revistas y suplementos de música parecieran acordar con la idea de que se extravió la clave para dar con lo nuevo.
El ensayista alemán, Diedrich Diederichsen describe a este estado del arte con la forma de un loop (bucle). Al contrario de una línea (fordista), el arte vive bajo la forma de una presencia y contemporaneidad permanentes; en un lugar y un tiempo, pero sin pasado ni futuro.
Hacer lo otro frente al pasado no es prioridad, dicen. Disfrutar de lo mismo pero hecho ahora es la clave del día. Cuando la crítica afirma esas cosas es bueno suponer cómo lo piensa el artista, ¿se lo cree?, o acaso sabe, por el encuentro bruto con sus materiales, que siempre cuando hay repetición, hay diferencia. Vecina, el dúo integrado por Laura Ledesma y Marianela Cuzzani, pareciera entender esto cuando hacen sus propias canciones y las presentan en pasillos, bares, salas, y veredas de la ciudad. Canciones, el género milenario. Por supuesto que el cuarteto inglés le habrá cambiado la vida a este dúo, como a todos, pero lo cierto es que en la banda donde se conocieron (Dasvidania) cantan folclore latinoamericano y ambas practican, en especial, el son jarocho de Veracruz (sur de México).
Si uno quisiera leerlas (o escucharlas) como una línea, quizás podría intentar rastrear en sus arreglos vocales huellas de la tradición argentina del canto, y entonces pensar qué bandas hay de puras mujeres, qué dúos, y sin dudas algo podría encontrar. Pero si uno las piensa como loop, entonces tienen cosas mucho más fascinantes. En un tiempo y un lugar piensan cuando quieren instalar la cuestión de tocar en la vereda. Cada quince días se cansaron de ensayar puertas adentro y salen a tocar a la calle, les avisan a los vecinos, intentan medir que la cosa no llegue a cortar el tránsito y ahí nomás, con o sin sonido, tocan. Si la ciudad no simplifica la cuestión de los lugares para la música en vivo, lo soluciona el dúo, abren la puerta y sacan los instrumentos, aquí y ahora.
Si uno viera este gesto como una línea, entonces podría evaluar desde cuándo cambio todo en los lugares para tocar en Buenos Aires, recordar la bisagra de la música popular que es Cromagnon e intentar entender qué es lo que hace el gobierno de la Ciudad con la cuestión. Si uno leyera el gesto de salir a la calle como una línea, también podría evaluarlo como una promesa.
La letra de “Domingo” tiene mucho de “loop” a lo Diederichsen. No importa si llueve, salgo con mi bicicleta a despejar la cabeza y volverme puro movimiento; importa nada el pasado y el futuro, lunes, menos. Si uno lo pensara como una línea lo único que podría constatar es el peligro que conlleva escucharlo sobre una bicicleta (mucha gente usa auriculares mientras pedalea sin medir el riesgo); no sirve pensarlo como una línea. Como en muchas de sus canciones “la interpretación fordista” es completamente inútil. No queda claro si es por causa de la “novedad” del loop o por la simplicidad milenaria del género. Las canciones quizás desde siempre fueron un juego de repetición y diferencia.
El video “domingo”, que dirigió Alice Lanari, donde aparecen cantando en medio de la calle: sacaron también cama, biblioteca, mesa de luz, plantas, lámparas; le superpone, al “loop” de la letra, la apuesta porque todos los que hacen música salgan a hacerla en la calle. A la fuga en bicicleta, la promesa.
El problema quizás no sea la línea, ni el loop; sino los binarismos que todo lo muestran con una forma demasiado simple. En los pasillos de la crítica se comenta, que no importa la letra. Uno de los ejemplos favoritos es “I Want To Hold Your Hand” de los Beatles y el argumento es que muchas de las canciones, que efectivamente “escuchamos” en inglés, tienen letras “estúpidas”. Este otro binarismo, entre letra y canción, iguala simpleza con estupidez; lo simple puede ser muy bueno en el mejor pop, no hace falta menospreciar la letra. Hay veces que la pauta la da el llamado “corte” del disco, el tema que más la pega y entonces no importa si la letra es buena.
Pensar si el tema va a tener circulación se parece más a la línea que al loop. A fin de cuentas se trata de una proyección, saber cómo va ser recibida la canción, pensar en el receptor, el mercado, los otros músicos. Construir una imagen. Para Diederichsen, el rock impuso en algún momento la cuestión del “falso espontáneo”, hacer de cuenta que nada está preparado. Pero hace tiempo que eso se fue, con Brian Jones, según el ensayista alemán.
El dúo Vecina no se encierra ni en la “estructura” del loop, ni en la de la línea: lo único que tienen de “falso” es el dúo, porque casi nunca son sólo dos. Son tres cuando se suma Valerialaura en las visuales. Proyectan imágenes mientras tocan para armar la imagen de la banda. Piensan juntas la gráfica de los discos, las estampas de los vestidos. Valerialaura arma las proyecciones cuando hacen las fechas en salas. Y es la editora del video de la canción “Domingo”. Música, letra, imagen, todo junto y al mismo tiempo.
La imagen no tiene nada de espontáneo. El rock, en este punto, funcionó durante el fordismo, hoy “el sueño del pibe” de la banda lo cumple el televisor. La espontaneidad de la música, en el barrio (las bandas barriales), está cuando salen a tocar a la calle como hace Vecina, cuando la gente canta dentro de su casa, o toda junta en el Indio Solari. El mayor golpe de Cromagnon quizás haya sido esa brecha entre la zamba que cantan en la sobremesa de una casa en Pomán, provincia de Catamarca, y las miles de personas que peregrinan para verlo cantar al ex Redondito.
Cuando la “espontaneidad del barrio” se pierde, hay que inventarla, deja de ser espontánea y se inscribe en otro registro: el del músico popular que se piensa como un profesional.
Lo que es falso es el dúo, porque son cuatro cuando se suma Cecilia Bienati en piano, voz y composición, y un montón de músicos cuando Pablo Grinjot las piensa con su cabeza de orquesta.
En buena medida, el posfordismo del loop también se puede registrar en las nuevas alternativas para la circulación de la música. El caso del documentalista Vincent Moon es un indicador productivo para evaluar el impacto de las nuevas tecnologías de comunicación. Viaja por distintos puntos del globo filmando músicos, cargado de micrófonos y una computadora para editar. Sus videos circulan únicamente por la web. En Buenos Aires filmó entre otros a Pablo Malaurie, a Onda Vaga, a Juana Molina y a Tomi Lebrero.
El documentalismo de Moon pone en primer plano la estructura del “loop Diederichsen”: el acá y ahora del testimonio frente al clip-ficción. Presente y fugaz cada video de Moon muestra el costado no planificado: graba el sonido en vivo y hace planos secuencia. Con Beirut, la banda estadounidense, grabó un tema de principio a fin mientras el cantante baja una escalera. A Tomi Lebrero lo graba junto a su orquesta tocando “en lo de Julio”, justo frente a la vereda de Vecina. El que aparece canoso en el video es Julio, el vecino de una Vecina.
Lo que salta a la vista cuando los músicos se mueven dentro del edificio es el costado comunitario de la música popular. En el caso de Malaurie, que se trata de un solista, pasa lo mismo: verlo con su canto potente caminar por buenos aires es ver a las demás personas que lo escuchan.
A banda mais bonita de cidade, el quinteto de Curitiva, con el video de “Oração”, que usa el mismo recurso del plano secuencia dentro de un edificio de Moon, produjo una enorme bola de nieve en Brasil (tiene homenajes y parodias a raudales en la web, en una semana tuvieron dos millones de visitas al video en youtube). Provoca la misma sensación: lo que aparece en primer plano es la comunidad de músicos.
Por supuesto que están dentro de una casa, y que muy pronto se puede pensar que se trata de una reunión de primos o compañeros de colegio, lo que lo vuelve al video un poco pávido, temeroso de que les entren a robar, o algo del estilo. Por esa línea van muchas de las parodias, dan para decir mucho, en particular, las que están grabadas dentro de un edificio de oficinas y terminan con los empleados cantando en el estacionamiento. Se vuelven risibles porque no están trabajando y están dentro de una casa, cantando. Como si los de Curitiva fueran la imagen falsa de una felicidad perdida.
Si uno estuviera viendo un reality musical y los que cantan ahí estuvieran viviendo en la casa, la risa se entiende, la risa hace estallar la máscara de la falsa espontaneidad, pero lo más probable con “La banda más bonita de la ciudad”, con esos cinco de Curitiva y sus amigos, es que todos sean músicos profesionales, o estén en eso, viendo cómo hacer, y que el tema como una plegaria, repetitivo, pegadizo, incluya una promesa que no es fácil de creer cuando a través de la ventana el mundo no se muestra tan benigno.
El mismo rumor, balbuceo, murmullo que provoca la repetición del canto en “Oração” es el que atrapa en Malaurie: si cualquiera de los dos videos fuera un clip-ficción lo perderían todo.
El tipo de lazo que estas composiciones de cantautores proponen, que Vincent Moon supo registrar al pensar su documentalismo, se parece al que se vio en el cine argentino hace unos pocos años cuando Albertina Carri filmó Los Rubios. Un tipo de política que niega la estructura de la línea y propone pensar el acá y ahora de los vínculos sociales. También este vinculo estético-político “posfordista” aparece en la obra Mi vida después de Lola Arias, lo que vemos en primer plano es la propia comunidad de actores. Por supuesto que en ambos casos con referencias directas al contraste respecto de los años setenta en Argentina. Algo que en la música es difícil encontrar desde el tema “La memoria” de Gieco, en adelante. La canción que rechaza el modo de pensar de hace treinta años ni lo dice, directamente no lo hace asunto: en eso radica la potencia de escuchar cantautores alejados de “la temática social” tocando en la Esma o en cualquier otro Centro Clandestino de Detención.
La circulación cambió, los videos que circulan por la web, las fechas en vivo y la descarga de los álbumes le dejaron al cd sólo su valor de objeto, casi no importan los discos como medio. Si uno es presa del escepticismo podría pensar que las cosas entonces están peor, que todo el mundo se queda en su casa, que ni siquiera hace falta ir a la disquería, o que la música va a perecer por falta de compañías discográficas. Podríamos imaginar la distopía permanente, pero eso se vuelve un poco repetitivo a esta altura de las cosas. Entonces, aparece la promesa: la mayoría de los que van a ver a Vecina en su vereda se acerca porque se entera por FB. Igual que en Egipto se enteran de la revuelta y la democracia.
El primer video de esta nota, el de la canción “noviembre”, fue grabado en Unquillo, Córdoba, a donde viajó Vecina para tocar junto a otros destinos de esa provincia. El video “Después (vuelvo)” fue filmado en ciudad de Córdoba. Valerialaura llevó su cámara y la ventana que siempre usan para las proyecciones, una ventana que también se repite en “Domingo”. La ventana y la casa sin puertas, el video que Alice Lanari, su directora, supo cerrar con todos los que trabajaron saludando: efecto de distanciamiento que muestra que nada es espontáneo, que todo es repetición, y diferencia.
Pablo Luzuriaga (Buenos Aires)
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