PIES DE IMAGEN

El respeto, por José María Brindisi


Es la imagen del final, la última secuencia. Pero también, o sobre todo, es un comienzo. Uno de los escuderos de la familia está besando el anillo de Michael, y por primera vez le dice: “Don Corleone”. Se ha convertido en el Don, en el Padrino, y lo ha hecho en el terreno que la tradición le exigía: eliminando a todos sus enemigos. Ha sido más frío que su padre, acaso más inteligente, sin duda más definitivo. Sin embargo, ese triunfo brutal es el eslabón final de una derrota: Michael era el distinto, el que condenaba las prácticas mafiosas, el que fue a la Segunda Guerra como voluntario y volvió con honores. Las circunstancias terminan llevándoselo puesto, o mejor dicho torciéndole el brazo al sueño del padre, a su ambición poco menos que infantil: “Gobernador Corleone”, “Senador Corleone”, algo por el estilo.
    No hay que olvidar que cuando El Padrino se estrenó, allá por 1972, hacía relativamente poco que el tema de la Mafia, o más precisamente sus alcances y su influencia en casi todos los ámbitos, constituía un debate público. A comienzos de los años ´60, en Italia, todavía se la intentaba negar en tanto organización criminal, así como los modos en que la política y las redes de la economía le rendían tributo. Fue Leonardo Sciascia con El día de la lechuza uno de los primeros escritores que se sacudió la modorra y el miedo y se decidió a contar lo que medio mundo sabía, en muchos casos porque les había tocado experimentarlo en primera persona.
    La novela de Mario Puzo, de 1969, fue el punto de partida para la consagración de Francis Ford Coppola como uno de los creadores esenciales de la segunda mitad del siglo XX. Dicen que no es demasiado buena. Es obvio que Coppola no pensó lo mismo, si bien hay numerosos casos de grandes películas basadas en malas novelas; no sólo trabajó con él en las otras partes de la saga, sino que lo convocó también para The Cotton Club, esa pequeña joyita que Richard Gere no logra arruinar (Puzo fue además guionista de las dos primeras Superman, entre otras).
    En cualquier caso, lo interesante, ahora que tenemos la oportunidad de verla en pantalla grande –en la copia restaurada que se proyecta en los cines por estos días-, es reflexionar sobre qué sentimientos despierta un personaje como Michael Corleone, ese que es, como ya dijimos, el protagonista de un triunfo rotundo y a la vez el emblema de una enorme derrota. Hay que reconocerles, tanto a Puzo como a Coppola, que no cayeran en la tentación de hacerlo fácilmente querible. Michael se aleja de los suyos a la vez que los protege; se transforma, de a poco, en esa definición que los propios integrantes de la Mafia nos brindan en bandeja: un hombre de respeto. Esa es la palabra, ahí está lo esencial; el respeto establece blancos y negros, y en ocasiones se impone actuar contra aquellos que ni siquiera se respetan a sí mismos.
    Entre otras muchas lecturas, El Padrino trabaja sobre un terreno demoledoramente sencillo: lo que Michael ha aprendido de su padre es, en esencia, a ser bueno con los buenos, y malo con los malos. Es el terreno de la fidelidad y de la nobleza. El mundo, parece querer decirnos, es así de simple. Quizá por eso le creemos. Y tenemos, siempre, cada vez que la vemos en las interminables madrugadas del cable, la misma necesidad de perdonarlo.

José María Brindisi
Buenos Aires, EdM, diciembre de 2011
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