APUNTES

2 de abril de 2012, por Pablo Luzuriaga


Durante las últimas semanas tuvo lugar en la prensa escrita un nuevo debate sobre Malvinas en el marco del 30 aniversario del conflicto bélico. El gobierno nacional y la mayoría de los sectores políticos renuevan este año el reclamo por la soberanía así como desde Inglaterra llevan adelante distintos gestos en los que agudizan su negativa al diálogo. No es nuestra intención aquí evaluar ni el exabrupto del primer ministro británico, quien caracterizó a la Argentina como un país colonialista (cuando en la actualidad el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas le atribuye al Reino Unido diez de las dieciséis colonias que aún quedan en el mundo), ni evaluar en detalle los aciertos o desaciertos de la política exterior del actual gobierno. Nos interesa preguntarnos qué es lo que Malvinas provoca: mejor, qué es lo que Malvinas hace decir, o qué es lo que queda expuesto en los discursos sobre Malvinas, en las interpretaciones de esa figura del test de Rorschach, con la que Carlos Gamerro las estampó en su novela (Las Islas, 1998).
     El documento elaborado por 17 intelectuales que proponen una “visión alternativa” del asunto puede leerse como una de las tantas respuestas al test que las islas sugieren. Las respuestas al documento, desde las oficiales a las del nacionalismo más abyecto y retrógrado, tanto como las respuestas críticas y las más banales son otras lecturas posibles de esa figura de contornos ambiguos e indefinidos que las islas disponen. En su primer párrafo, el documento formula una distinción por demás útil para nuestro análisis: cuando hablamos de Malvinas podemos tanto referirnos a la “Causa” como a la “Guerra”, la primera se extiende en el tiempo: cumple 180 años en 2013, la segunda duró oficialmente 74 días durante 1982. Preocupados por el lugar predominante que el actual gobierno y distintos sectores políticos de la oposición y dirigenciales le atribuyen a la “Causa” Malvinas; los 17 intelectuales cuestionan el reclamo de soberanía bajo el argumento de que fue motivo determinante del conflicto bélico. La “Causa” tendría tres problemas: 1. proclama a las Islas como un territorio irredento; 2. hace de la recuperación una cuestión de identidad nacional; 3. coloca a la recuperación al tope de las prioridades nacionales e internacionales. De esta manera la “Causa” fue uno de los más importantes motivos del respaldo que la sociedad le dio a las Fuerzas Armadas durante la última dictadura para llevar adelante el desembarco, lo que es innegable.
    Ahora bien, si la “Causa” Malvinas, apoyada y formulada por los más variados sectores políticos durante los siglos XIX y XX, fomentada por la escuela pública desde su fundación, inscripta en la tradición cultural argentina en los más diversos objetos, fue uno de los motivos determinantes del apoyo social que recibió la dictadura para llevar adelante la guerra; entonces, la propuesta “alternativa” que sostiene el documento, que es simple y llanamente negar la Causa (Luis Alberto Romero escribió en los mismos días un artículo en La Nación titulado “¿Son realmente nuestras las Malvinas?”) no puede sino ser leída como el síntoma de un estado de la discusión intelectual entorno a los problemas argentinos.
    La “Causa” Malvinas, el justo reclamo por la soberanía del territorio, fue utilizada por la última dictadura militar, como sostiene L.A. Romero, para la convocatoria de una suerte de “unión sagrada” entre los argentinos: la nota principal de la revista Gente que se ocupó de las masivas marchas del 2 y del 10 de abril, bajo la fotografía de la Plaza de Mayo repleta, escribió “esta vez la plaza fue de todos” en alusión a la movilización de la CGT del 30 de marzo que había sido duramente reprimida. El reclamo de soberanía fue utilizado para proponer la “unión nacional” en un país donde el “virus” de la “subversión apátrida” ya había sido “extirpado”, donde el “ser nacional” estaba virtualmente a salvo del comunismo “apátrida” y “disolvente”; la Causa tenía tanta potencia que era capaz de pasar por encima de los campos de concentración, de la tortura, de los presos políticos y del exilio para tejer una imaginaria comunidad unida bajo un mismo objetivo. Como artefacto, la Causa, tuvo esa capacidad: ¿podemos simplemente negarla? ¿La simple negación no es acaso, como proceder intelectual, un absurdo?
    Quisiéramos proponer una serie de figuras problemáticas que nos ayudan a pensar los sentidos de las interpretaciones que debaten sobre Malvinas. Seis personajes más y menos históricos, no por eso menos reales.

A. Primer par de figuras: la transmisión

1. En primer lugar, tenemos la figura de un docente de la ciudad de Buenos Aires, llamémoslo Iván, nacido en 1986, en el barrio de Colegiales, que desde muy corta edad se interesó por la política y por la historia argentina, en la mesa familiar escuchó distintos relatos sobre un pasado que al principio le pareció lejano y que con el tiempo se fue apropiando. Su madre tiene una hermana detenida-desaparecida, participó lateralmente de los organismos de Derechos Humanos, pero eso de ser una “hermana” nunca la convenció del todo. Iván, en cambio, con diez años participó de la marcha donde se recordaron los veinte años de dictadura militar en un contexto de fuerte politización en contra del segundo gobierno de Menem, una experiencia que lo marcaría para siempre. Un primo suyo, integrante de HIJOS, lo supo llevar a los escraches donde practicó una forma de intervención política distanciada años luz respecto de la de la que practicaba su tía: la denuncia junto al carnaval. En 2002, luego del estallido comenzó el magisterio al tiempo que comenzó a dar clases en un bachillerato para adultos semi-formalizado en la provincia de Buenos Aires. Desde que obtuvo su título y comenzó a trabajar en una escuela pública de Parque Patricios, cada 24 de marzo, Iván prepara un módulo completo con el objetivo de “concientizar” a sus alumnos en la perspectiva de los Derechos Humanos, utiliza distintos materiales y fuentes orales, sabe que es bueno contarle a sus alumnos algunas cosas que los movilicen, pero que con chicos tan chicos no es bueno entrar en los detalles escabrosos que nuestra historia propone.
    Iván se ocupa del tema desde que comienzan las clases, durante los días de febrero planifica sus secuencias que concluyen en el acto que hoy día es obligatorio en todas las escuelas del país, todo acaba al ritmo de la canción de León Gieco sobre la memoria, preparada junto al profesor de música.
    Cuando llega el 2 de abril, Iván no tiene nada para decir. El acto queda a cargo del profesor de educación física que escribe unas palabras con ayuda de la directora. Las Malvinas fueron simplemente el último capítulo de la dictadura y “suerte que las perdimos porque si no se hubieran quedado muchos años más”.

2. Alberto, de Curuzú Cuatiá en la provincia de Corrientes, nació el mismo año que Iván. Su madre era docente, su padre empleado municipal. Hoy da clases en la escuela primaria de su pueblo y estudia por la noche en el profesorado de historia. Todos los 2 de abril desde que da clases prepara el acto a donde invita a su tío, ex combatiente de Malvinas, para que cuente algo de su experiencia. Sus alumnos preparan una obra de teatro y alumnos de otros grados presentan bailes, poesías y cartulinas donde muestran en qué estuvieron trabajando. Especialmente hacen hincapié en quienes combatieron e intentan entre todos reivindicar a los “héroes” y afirmar los “valores patrios”. Alberto todos los años escribe un discurso, año a año le va agregando nuevos datos y puntos de vista mientras crece en su formación como profesor de historia: habla de los padres de la patria, casi nunca del imperialismo.
    El 24 de marzo, una colega suya hace el acto, es una maestra que llegó de Corrientes capital y habla de los desaparecidos, pocos la escuchan, en Curuzú Cuatiá el terrorismo de Estado es algo que pasó en otro lado. A Malvinas, en cambio, fueron muchos de ese pueblo.

B. Segundo par de figuras: “héroes de la patria”

1. En Zapala, provincia de Neuquén, a una escuela hace poco tiempo la bautizaron con el nombre de un caído en Malvinas, llamémoslo Mario. Durante el acto, su hermana contó una historia que a algunos los dejó pensando. El hermano fue convocado a la guerra mientras hacía el servicio militar, de tradición peronista conocía de cerca las luchas populares y tenía más o menos claro qué es lo que había sucedido en Buenos Aires el 30 de marzo. Sabía que la CGT había convocado a una marcha masiva en contra del gobierno militar, que era muy importante porque nunca había sucedido una cosa así en los últimos años, porque implicaba un panorama diferente a lo que se venía viviendo. Cuando lo convocaron para la guerra, cuando lo subieron junto a sus compañeros de conscripción al camión que los transportó, no le dijeron a dónde iban. Mario creyó que los llevaban a Buenos Aires, que iban a usarlos para reprimir a la gente. Sin que los oficiales lo escuchen, sacó el tema entre sus compañeros. Durante todo el viaje discutieron, él se iba a negar, no iba a reprimir, pensó en desertar lo que en verdad era una locura, hasta que se dio cuenta que no era Buenos Aires el destino.
    Mario murió en las Islas, pongamos un lugar: murió en Monte Longdon tras salvar a varios de los suyos en acciones que sus compañeros recuerdan como heroicas.

2. El segundo caído en Malvinas es Pedro Edgardo Giachino, pero podrían ser muchos otros. Se trata del primer caído en Malvinas, considerado como un héroe a los pocos días de incido el conflicto. Cayó el 2 de abril en Puerto Argentino en los enfrentamientos del desembarco. Post-Mortem recibió la Cruz al Heroico Valor en Combate, la máxima condecoración militar. En poco tiempo se transformó en un ícono. Su esposa, viuda, estuvo presente en actos de Malvinas desde 1983. Poco tiempo antes de ir a la guerra, se presume que Giachino era parte de un Grupo de Tareas.

C. Tercer grupo de figuras: víctimas malvineras del terrorismo de Estado

1. Se trata de un preso político que existió, no importa su nombre, también podemos decir que “pudo haber existido” y es lo mismo. El 2 de abril de 1982 le pidió al guardia que le permitiera entrevistarse con el director de la cárcel. Tras la consulta, consiguió su entrevista. Tras cuadrarse y saludarlo “de oficial a oficial”, pertenecía al ejército Montonero, le solicitó al director que lo enviaran a dar su sangre por la patria, que quería pelear en Malvinas. “Usted sigue siendo el enemigo vuelva al calabozo”, fue toda la respuesta.

2. Un exiliado, no importa cual, podría ser uno de los 17 que firma el documento “una visión alternativa” quizás el más brillante de ellos, quizás uno de los intelectuales más interesantes de toda la tradición cultural argentina, pero también podría ser otro intelectual en el exilio, es lo mismo. Tras la noticia del 2 de abril se reúne con otros compañeros exiliados junto a quienes venía organizando campañas de denuncia acerca de lo que estaba sucediendo en la argentina; se disponen a elaborar un documento que denuncia a la dictadura pero apoya la Causa Malvinas, como causa antiimperialista.

El grupo de intelectuales en el exilio efectivamente se reunió y escribió ese documento. Emilio de Ípola, que firma la visión alternativa de los 17, fue parte de ese grupo y luego –en un gesto que lo caracteriza– realizó una autocrítica: “Dije cincuenta veces que era una cagada lo que habíamos hecho con Malvinas”, respondió en una entrevista reciente en la revista Debate. En un artículo de Punto de Vista (la revista que dirigía Beatriz Sarlo, también firmante de la visión alternativa) de Ípola se preguntaba, tras su retorno del exilio qué es lo que estaban haciendo los intelectuales con el pasado inmediato, de qué forma se estaban ocupando. La perspectiva de de Ípola, tan singular, es hoy uno de los documentos más productivos para pensar el pasado reciente argentino. “Un legado trunco” (PdV, Nro 58, 1997), junto a la revista Controversia, ciertas novelas y obras plásticas, unos cuantos acontecimientos muy precisos, son de esos tesoros de la tradición cultural e intelectual que nos permiten revisitar mejor el complejo pasado argentino. De Ípola se pregunta en ese artículo cómo es posible que en abril de 1997 las consignas políticas empapeladas en la Facultad de Filosofía y Letras sean tan parecidas a las que había a fines de los años 60 y principios de los 70, siendo que durante los ochenta había habido otras consignas.

“Entonces, en los ochenta. Fueron años en que cuestionamos con creciente vigor el discurso heroico y eufórico de los sesenta y más aún su “traducción práctica” en los setenta. Fácil y ampliamente autocríticos, algunos de nosotros no vacilamos en ver en el rostro siniestro que nos mostraba el presente la contracara necesaria, el resultado, de aquel discurso triunfal. Sobre ese fondo de autoinculpación generalizada comenzamos y avanzamos en la revisión de nuestras convicciones y nuestros compromisos de años atrás. Sería a partir de ese reexamen que construiríamos más tarde, poco a poco, nuestros sueños de madurez, nuestros sueños razonables”.

Más adelante, sostiene que se trató de una autocrítica que no es exclusiva de la argentina, en los años ochenta las izquierdas del mundo en general pusieron en cuestión formulas clave propias del período de la guerra fría. En el caso particular argentino, de Ípola sostiene que el problema es que no hubo en esa reflexión autocrítica suficientes debates públicos. A diferencia de lo que había sucedido en Europa, en Argentina, si bien las condiciones parecían propicias (el Juicio a los responsables de los crímenes) no hubo debates abiertos y públicos en las izquierdas sobre la violencia armada o sobre la necesidad de pensar en otros términos que no sean los de la revolución social. Por eso, en abril de 1997, los jóvenes universitarios, el movimiento estudiantil que acompañó los acontecimientos de 2001, cuando miraban al pasado se salteaban a las juventudes políticas de los ochenta y miraban directo a los detenidos-desaparecidos, reponiendo la ya cuestionada figura del héroe combatiente-revolucionario.
    Con el mismo sentido autocrítico, de Ípola propone una clave: la falta de debate no sólo tenía que ver con la responsabilidad de quienes no estaban debatiendo, sino también con el hecho de que quienes tenían que debatir sobre política, venían de ser las víctimas directas de la peor represión ejercida en la historia nacional. Los sueños razonables de los que habla de Ípola se entienden, ahora que los ochenta pueden ser pensados con más justicia, como la imagen de un país refundado tras el desastre, la imagen de una sociedad posible que defienda el Estado de Derecho, anclada en el universalismo de los Derechos Humanos y las Instituciones de la República: una imagen que tenía que ver muy poco con lo que efectivamente pasaba. Frente a las palabras clave, como propone de Ípola, que marcaron a los setenta “revolución, violencia armada, comunismo, socialismo, marxismo-leninismo, lucha de clases y otras”, construyeron la imagen más razonable de la “Institución”, la “Democracia”, el “Imperio de la Ley”, la “República”. En el pasaje, algo no discutido públicamente.
    El preso político que el 2 de abril pidió al director de la cárcel que lo enviaran a dar “la vida por su Patria”, en los años ochenta pudo haber integrado una organización de Derechos Humanos. Y es probable, en el contexto de los Juicios a las Juntas donde fue necesario omitir la subjetividad política de las víctimas para quitarles cualquier tipo de responsabilidad y confrontar así a la teoría de los dos demonios, que este ex preso ahora activista de Derechos Humanos no haya contado en muchos ámbitos públicos sobre su pasado como militante revolucionario. Quizás Iván, el docente de la ciudad de Buenos Aires, se lo encontró en 2005 o 2006, dando testimonio en alguna discusión de las tantas que hubo en Centros Culturales, casas particulares, Universidades y otros espacios más y menos públicos a partir de alguna nota de la revista Lucha Armada en Argentina.
     Lo no discutido públicamente en los años ochenta, que es el centro del planteo de de Ípola en 1997, su listado de palabras clave, tiene otra que no podía ser borrada con tanta soltura: la palabra nación. ¿De qué hablamos cuando hablamos de nación si dejamos de lado la teoría de la dependencia y el imperialismo? ¿De qué hablamos cuando hablamos de nación y al mismo tiempo del Estado de Derecho y los DD.HH.? Existe una serie de debates en el ámbito intelectual sobre el nacionalismo, su tradición desde Herder y Renan en adelante, su historia política en los siglos XIX y XX, su historia crítica desde Benedict Anderson a Homi Bhabha, la nación es materia de análisis en las reflexiones teóricas de las ciencias sociales desde los años setenta de un modo extendido: los estudios culturales en las principales universidades del mundo de uno u otro modo han incluido la problemática. En los años ochenta era una urgencia discutir el término, tanto en los ámbitos académicos como en ámbitos públicos más extendidos y es probable que haya sido imposible: la principal fuente del discurso de la nación en la argentina era un Estado que acababa de cometer, en nombre de esa palabra, los peores crímenes posibles, la comunidad debía imaginarse desde la más completa desconfianza, de todos con todos.
    La nación se quiere escribir, selecciona entonces sus héroes de la patria para erigir su historia historicista y armar una línea continua de nombres ejemplares. Comienza con los padres de la patria y llega a 1982. El combatiente Mario de la provincia de Neuquén, que cayó en combate en las islas con apenas 19 años, quien estuvo a punto de negarse a reprimir a sus compatriotas, comparte la línea de tiempo con los Giachino, con quienes creen haber peleado dos guerras, la guerra contra la subversión y la guerra contra los ingleses. Dieron la vida por la “Patria”, Giachino diría que puso en juego su vida “dos veces” por la Patria. Como sostuvo Héctor Schmucler, la transición a la democracia se fundó en un par de olvidos sistemáticos: el de la subjetividad política de los detenidos-desaparecidos y el de los combatientes de Malvinas. Para construir “los sueños razonables” era necesario omitir esas figuras problemáticas, ambas devolvían la violencia que pretendían conjurar.
    La “desmalvinización” era necesaria para quitar cualquier tipo de legitimidad a unas Fuerzas Armadas que debían debilitarse en todos sus frentes para ser juzgadas. Si los “sueños razonables” tenían un punto de partida ese eran los juicios, podía haber detrás de esa razón la sinrazón de marginar a los que habían combatido en las islas, de negar el pasado político y el debate abierto de las izquierdas armadas. La imposibilidad de nombrar a los ex combatientes señalada por Rosana Guber, el olvido indolente como mecanismo de defensa, incrementó el número de víctimas de la guerra: más de los que murieron en tierra (326), más de los que murieron en el Belgrano (323) murieron en democracia suicidados (arriba de los 350). La imposibilidad de separar a los Giachino de los Mario de Neuquén es parte de los mismos olvidos de los años ochenta. Fueron las Fuerzas Armadas las que abrieron los cuarteles a los ex combatientes para ponerlos como una muralla contra el repudio y limpiar su imagen. En la enorme mayoría de las instalaciones militares que tienen algún espacio dedicado a la historia de las Fuerzas, lo que uno puede encontrar es pura gesta malvinera, poco dicen públicamente de la “otra guerra”, esa no se pude mostrar.
     La guerra, entonces, no se puede separar del terrorismo de Estado. Eso es lo que hace Alberto, de Curuzú Cuatiá, para él y para muchos de los ex combatientes que podrían ir a hablar en su escuela (por supuesto que hay muchos ex combatientes que son críticos de este punto de vista), no hay que mezclar la “Gesta” de la guerra con “lo otro que pasó”. El terrorismo estatal les quitó a quienes combatieron la posibilidad de tener un lugar digno en la sociedad que los envió a la guerra, al volver nadie quería saber de ellos, porque nadie quería saber del terrorismo de Estado y ellos eran la imagen de la sociedad apoyando a Galtieri. Frente a este estado de cosas, entonces, aparecen las posturas que pretenden separar los términos, una cosa fue el terrorismo de Estado, otra cosa la guerra y otra cosa la Causa. Este año se cumplen 30 años de la guerra, el año próximo 180 años de la “Causa”. Para Alberto, de Curuzú Cuatiá, la Causa está en primer lugar, la guerra es apenas un capítulo más, el más importante quizás, porque allí hubo argentinos que dieron su vida por la patria, pero es un capítulo dentro de una historia más amplia. Para Iván, de Colegiales, la guerra más que ser un capítulo de la Causa, es un capítulo del terrorismo de Estado, el último, la despedida final.
    Para los intelectuales de la propuesta alternativa, pareciera ser que la Causa, la guerra y el terrorismo de Estado están todos en una misma línea de consecuencias lógicas. Su propuesta dice: “Hay que abandonar la agitación de la causa-Malvinas y elaborar una visión alternativa que supere el conflicto y aporte a su resolución pacífica”. ¿Dónde está el conflicto si abandonamos la causa?
    El punto de vista al que se enfrenta “la propuesta alternativa” es el que minimiza “la guerra” frente a “la causa”, niega al terrorismo de Estado y se enuncia desde el punto de vista de una nación sin fisuras, como si fuera lo mismo en Argentina hablar de lo nacional antes y después del período 1976/83. El historicismo que siempre se quiere oficialista pretende encontrar la verdadera línea de continuidad en la historia nacional de los luchadores por la libertad que se sostiene impoluta y pasa a través de los peores momentos por el caldo popular para llegar hasta los libertadores de América y más allá. De ese modo pueden omitir que el conflicto de 1982 comenzó en verdad el 24 de marzo de ese año, en el aniversario del golpe, cuando Astiz participó del conflicto que pretendía encender una escalada diplomática en Grytviken el puerto de las Georgias del Sur.
    Para entender la guerra, que a fin de cuentas es lo que recordamos el 2 de abril, no alcanza con analizar el determinante de la causa-Malvinas como si este último llevara lógicamente a la primera. Es necesario ubicar el acontecimiento en el contexto más amplio del terror estatal y preguntarse cuáles eran las modalidades de sociabilidad y las lógicas de construcción de la idea de nación bajo el dispositivo del poder desaparecedor, cómo se escribía la comunidad imaginada sobre los campos de concentración.
    La caracterización de la Causa que propone el grupo de los 17 en ninguno de sus puntos implica a la guerra: 1. Proclama a las Islas como un territorio irredento; 2. Hace de la recuperación una cuestión de identidad nacional; 3. Coloca a la recuperación al tope de las prioridades nacionales e internacionales. El nacionalismo de Scalabrini Ortiz, no es el mismo que el de los Irazusta, o el de R. Rojas, la proclama por la recuperación de Malvinas de José Hernández, no es la misma que la de Alfredo Palacios ni que la de operativo Cóndor integrado por civiles que se propusieron secuestrar un avión comercial, aterrizar en las islas y renombrar el aeropuerto a mediados de los sesenta. La causa-Malvinas no es únicamente la versión de la Marina y en base a esos tres puntos con los que el grupo de los 17 define a la Causa se podrían pensar muchas otras alternativas distintas de la simple negación al estilo de los años ochenta.
     En muchos lugares del mundo, amparados en parte por los procesos de descolonización que apoya la ONU, existen distintas alternativas para pensar el vínculo entre el Estado y las naciones. El caso de Bolivia es el que tenemos más cerca, pero existen muchos otros Estados plurinacionales. El territorio de las islas Malvinas podría ser parte del territorio argentino sin necesidad de que sus habitantes sean obligados a asumir una nacionalidad distinta a la que tienen, podrían tener residencia, doble nacionalidad, ser el nuestro un Estado plurinacional y tener representantes políticos y un lugar en las decisiones del Estado. Lo que no puede haber bajo ningún concepto es una administración política británica, una base militar, o un príncipe guerrero. Eso vuelve a las islas una posesión de ultramar, una colonia en el siglo XXI.
     Hoy Malvinas es un tema de primer orden en los debates mediáticos y del mundo intelectual no por la causa, sino por la guerra. Lo cierto es que en los últimos 30 años la causa Malvinas no tuvo un alto grado de agitación, Malvinas fue un punto ciego en la cultura democrática argentina. Y la guerra pone a Malvinas como un tema de primer orden porque es parte de la historia reciente argentina, del mismo modo que en 2006 fue un tema de primer orden el terrorismo de Estado. En ambos casos, la actualidad de los temas tiene además que ver con lo no dicho en los años ochenta, como Emilio de Ípola supo constatar en la revista Punto de Vista.



Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, Edm, Febrero 2012
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