POEMAS

Nuestras águilas, por Laura Klein


Fue que yo estuve viva el año de la humillación.
Por el codo de los siglos que me siguieron
sobre una columna, para ver, la hembra que era
hasta que no pueda más
alguien, yo, diga, no puedo más.

Si el hacha hubiera sido nuestro destino
hoy no me quejaría.
Tendría las agallas de volver la cabeza
atrás y ver
mi frente sana con el ojo partido.

Afortunada fui, al cabo de las horas.


Hubo un mes y un día para los vivos.
Hinché el pecho como para respirar o para rezar
y otros hincharon el pecho para respirar o rezar.
Para ser mis semejantes eran muchos.
Contemplamos la falta de ternura en el rostro de cada uno
como un foco politico de la desgracia.

Un alero era yo, que después fue mío.
Dispongo de toda la vida para observar mis mandamientos.
Canta cómo has llegado,      
cómo has llegado hasta aquí.
Una pinza por manos y en los ojos salve quieto gris.

Qué me importa si otros también saben lo que yo.
De pie estoy, para decirlo, no para que se me escuche.

Antes no me hubiera dado cuenta
viviendo de un ojo a otro.
No vi más de lo que vi
no vi menos.

Compartíamos miedo.
Fue imposible evitarlo.
Desde aquí veo el miedo.
Mucho más no se puede decir.

Nos querían aplastar.
Atrás de los cuadrados de heno
apretamos el lado angosto y gritamos
¡nos quieren aplastar!

Desconocidos éramos
que hicimos ver que nos importaba.

Asco sufro de costado.
Mucho más tuve
por la crencha rosada soportaba la vida
estúpida, grande y doliente que me hicieron
como hoy.

Fue como si nada, sin que faltara lo peor.
Todos los tuertos con toda la pata en las rejillas.
Y por qué no decirlo
si hubiera habido alegría
lo diría
lo habría dicho
como si mi vida no fuese oscura
y no fuese mía, y no fuese vida.

Ladrando están los perros.
Es un error que ya no se puede cambiar.
Más de uno se hubiera ahogado.

Ladrando están los perros
quisiera yo, como ellos
entre los molinos de miedo
aguantar, no sé cómo
estaquear mi lengua.

Me colma el pecho decirlo. Digo que sí.

Cuatro veces por día lavarme los colmillos.
Ahí me quise quedar y me echaron.

Fue que yo estuve viva el año de la humillación.
La avenida no tiembla y yo estoy ahí
las luces siguen prendidas y yo ahí
una o pequeña atrás de una horqueta
un cero pequeñín prendido a la teta de un gancho
yo insignificante colgado de una furca rígida.

Si nos hubiesen visto, nos habría bastado.
Si no nos hubiesen estimulado, viviríamos, nos
habría bastado.
Si al menos nos hubiesen expulsado
nuestros cuerpos hubiesen sido blanco suficiente para el ataque
estuches imposibles
nos habría bastado, nos habría bastado.

Antes, había sido una noche de pájaros,
no la mía.

Vienen a mi ojo,
van por mí, a mi ojo dilecto
nos quieren estudiar, como si yo estuviera muerta
como si no estuviera viva, gritando esta vez
en medio de un ramaje que tampoco me concierne.
Y aún así, prestada horca, calla conmigo, reduce tu alegría
a la hora más próxima, cuando te sieguen sin hacerte daño
y sin hacerte daño levantes la pequeña mano hasta la sien derecha.

Yo era un ancla.
Quería ser un muerto.
Solía soñar así, con los pies para delante.

Afortunada fui, que me pasaron por encima
cuando nada podía hacerse ni ser hecho.

Así lo cuento porque ahí estuve.
Al cabo de las horas, atada.
Comprenden? Allí estaba
para que nadie diga después
y se olviden de los vivos que fuimos
pares de los muertos.

Las circunstancias nos habían llevado prematuramente.
Este es el primer postulado de todo humano
que vino al mundo para quedarse.

Yo, que en ese entonces no hablaba –y no era muda
afirmo que buscaba algo.
Yo había sido puesta ahí
en una hora y una fecha determinadas
sin que nadie se hubiera dado cuenta.
Atrás o adelante
estaba yo ahí
para mí que estaba.

Dos orejas y dos ojos
sola en medio del rostro, arrugado aún
una sola única boca que permanecerá abierta un tiempo más
hasta después incluso de que la abertura se borre
calada en la calavera del futuro.

Respiro el aire que guardé en un cuerpo
demasiado joven para gastarlo.
No era mío, hace poco.
Como el ojo preso a la pared
pensé que había intentado.
Pienso que pensé.
Ulteriores experimentos no pudieron desmentir
estas diez sílabas.

Hoy hablan de mí como si yo no hubiera existido.
Mejor, ahora valdría el ganso que fui y mi antorcha apagada
desde que se inician mis recuerdos
porque cuando estuve viva
ni mi madre me veía.

Hablo de lastimaduras.
Al dar vuelta la cara, entregamos la mejilla.
Díganme si estoy gritando.

El barrio del chivo no quedaba lejos.
Fue que rodábamos, avestruces
al calor de nuestras risas
hacia el invicto.

Chuecos, ladeados, anteriores
de la clavícula brotaba un ojal
con su peso en las piernas bailaba
era el ojo, el ojo izquierdo.
Nadie que nos hubiera visto habría pensado
que estábamos contentos.

Hubo lesiones y lesionados.
Fue un mes de lesiones.
Yo, que no era lo que ahora, hubiera querido correr tras los frutos
que huían de los árboles hasta hundirse como huellas futuras
en la cabeza de los infantes.
Pero alguien, lejos de mí, cerró el umbral
y no vi más.

Había imaginado otro final para el comienzo.
No queriendo la cosa, íbamos a llevar animales
para que cuidaran las puertas, los puentes.
Ahí vimos que estábamos desnudos, solos.

No es la pena, no. Ya hubo demasiado en juego.
Los zócalos siguen repletos, al parecer,
hay golondrinas encerradas adentro
y aunque amanezca, aunque se esfuercen
aunque las costillas avancen
sus propias patas no tocarán la playa
no la pisarán.

Pero el rincón que se deja debe estar unido al suelo.

Yo estuve viva ese año.
En los intervalos del odio y el furor
miro mis palmas anchas, blanduzcas
y les pregunto cómo son suaves cómo están despiertas
y me dejan ir, y no me abofetearon.

El capítulo de matar no lo conozco.
Antes de ser cobarde, fui pequeña.
Mis mayores no me habían enseñado
nunca entendí a mis hermanos.
Fue que yo estuve viva y no sé cómo.

Lo que no me hizo daño
vuelve.
Fui una ventana, fue un nido
de vísperas.
Niños pequeños míos
no hubieran querido ser de allí.

En el salmo decía otra cosa.
Cómo nos iban a perseguir y subiríamos
con la promesa de que el veneno no llegaría al río
con el penal a cuestas subiríamos
y así sería
y así iba a ser.

Dije: no quiero envejecer entre oprimidos.
Creí que esto me sería dado.

La fianza nunca fue pagada.
Ahora, sí, confiamos porque queremos
porque no sirve para nada
la desconfianza que teníamos
para comernos hasta el cuero al fatigado sucesor del enemigo.

No fue invierno, como muchos querrían.
¿Sabíamos la clase de armisticio
que estábamos haciendo?
¿Dónde estaba nuestra nuca?
Yo estuve viva el año de la humillación.

¿Cuándo, mi bien, cuándo fuimos lisos?
Todas las moscas del futuro nos consuelan
y todas, alguna vez, cantamos a oscuras.

Vuestras águilas viven y se sientan
a la mesa y se reproducen.

¿Éramos, fuimos, diferentes?
Y, ¿dónde lo habríamos aprendido?
Naturalmente, cuando hacía frío
teníamos frío
pero cómo fue que nos dimos al árbol sin su fruto
no lo sé
no lo sé por más que mientras registro estos pensamientos
me hago ideas distintas
me hago una idea de naranjas y de flores para llevarme conmigo hasta el final.

Y lo hice – Escuchad.
Como si fuera fácil y como si fuera libre.
Dónde está mi hueso –comencé.
Yo llevé una vida hermosa, hermosa
carente de juventud
carente de desgracia
-díganme cómo estoy aquí ahora triturada y celosa.
Por la sencilla razón que no hay alternativa.

Aguante, ciudadana puerca!

Reuní mis armas
de ahí en adelante ennegrecidas
porque no estoy encinta –recordé
para la eternidad.
Como había pensado antes. Antes.
Así y todo tengo hambre y sed.
Los víveres, de acuerdo a los viejos rudimentos, siempre están cerca.
Voy por más.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

texto extraordinario, terrible en su inteligencia que pega y pega en la sien a cada línea leída que aumenta la pira del incendio.
Ahora está publicado en libro, lo sé, y celebro.
Espero que la autora lea este comentario.

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