APUNTES

Dos buscadores. Correspondencia 1972-2011. Sam Shepard y Johnny Dark, por Andrés Monteagudo


Dos buscadores reúne cuarenta años de correspondencia entre Sam Shepard y Johnny Dark. Editado en 2013 por el profesor Chad Hammett para la University of Texas Press, y traducido por primera vez al español por María Inés Castagnino, este libro –que se incorpora al catálogo de Editores Argentinos luego de la publicación de los Diarios de Jack Kerouac y las Memorias de Juan Abreu, entre otros títulos de la misma colección– refuerza una línea editorial que busca poner de relieve el registro de escrituras de no ficción de artistas y escritores dentro del campo de lo que puede llamarse, algo vagamente, literatura documental.
         Este volumen (ver fragmento) de más de quinientas páginas reconstruye el diálogo entre dos amigos a lo largo de sus vidas, en el que quedan expuestos sus increíbles lazos familiares, sus pensamientos, sueños y recuerdos, sus lecturas, miedos, tristezas y obsesiones. Dos buscadores es el retrato de una compleja amistad al mismo tiempo que el más completo material biográfico disponible sobre los autores.
        Las cartas de Sam Shepard revelan muchos aspectos de su escritura y de sus particulares estados creativos y emocionales, además de comentar las derivas de su vida profesional. El tono despejado y oracular de sus frases, patente en sus relatos, poemas y prosas, modera cada una de sus anotaciones, a través de las cuales nos vamos internando en las profundidades de la culpa, el arrepentimiento, el pasado, las adicciones. Shepard también discute con su amigo problemas técnicos de composición, dirección y hasta incluso producción de sus obras; aparecen las escenas memorables junto a Win Wenders y la fatigosa reescritura del guión de París, Texas. Shepard no esconde la tensión que hay entre estos niveles de escritura y el riesgo que suponen las repetidas reformulaciones de una verdad cuya vitalidad ha sido removida de su tierra. Shepard arriesga en el colmo del hartazgo: “Escribir es una molestia tan grande. Me gustaría simplemente hablar o quizás caminar –eso nada más. Estoy exhausto de todo”.

       Las cartas de Dark, escritas en un estilo descarnado e hilarante, son verdaderas piezas literarias que dan a conocer (al mundo de habla hispana) a un escritor y a un lector estadounidense extraordinario. Como señala Hammett en su introducción, mientras que Shepard se convirtió en una celebridad internacional –sobre todo luego de su matrimonio con Jessica Lange y tras haber sido premiado por la Academia por su actuación en Elegidos para la gloria, de Philip Kaufman–, la historia de Johnny merece una recapitulación aparte. Creció en Jersey City, criado por la familia Dark, que lo “compró en 1942 cuando tenía alrededor de un año de edad por seis mil dólares como se compra un cachorro”. Estimulado por la lectura de En el camino, en 1958 Johnny viaja por la Costa Este, Tánger y España. En 1967, en Nueva York, conoce a Sam Shepard, por entonces una joven promesa del teatro off recién llegado de Oeste americano.
     Johnny Dark es el arquetipo del outsider. Músico, escritor y fotógrafo; (1) paseador de perros, masajista, cartero, empleado de limpieza y, ocasionalmente, animado por el santo Genet y movido por el hambre, también fue ladronzuelo. En 2001 publicó un libro con textos y fotografías: People I May Know. En su casa guarda un archivo inmenso (de imágenes, escritos y grabaciones) de su vida y la de sus seres más cercanos. En 1990 escribió: “No todo el mundo disfruta de revisar el pasado y registrar el presente (que es en realidad el pasado) pero a mí sin dudas me encanta”.
       En 1974, “los Shep y los Dark” alquilaron una casa en Mill Valley. Dark era suegro de Shepard, que estaba casado en primeras nupcias con O-Lan, una de las bellas hijas de Scarlett Johnson, esposa de Johnny hasta su muerte en febrero de 2010.
      Un tema recurrente en esta correspondencia es la participación de ambos en las reuniones grupales basadas en las enseñanzas de Gurdjieff, que solían llamar “el Trabajo”. Las reflexiones en torno a los diferentes mecanismos para alcanzar el conocimiento interior constituyen verdaderos puntos de fuga en los que se encuentran y reconocen estos dos caminantes del rancho californiano “La Y Voladora”. Buscadores en una soledad interminable, no tienen sino que esperar (y aguantar el dolor) hasta que el camino los junte otra vez. “Siempre me he sentido un poco solo y tu probablemente también. ¿Otro vínculo que nos une?”, se pregunta Dark en una de sus cartas magistrales.
       En 1975, Sam y Johnny salieron de gira con Bob Dylan. Así recuerda Shepard a su amigo en el comienzo de Rolling Thunder: “Al volante está Johnny Dark. El Chevy Nova Blanco circula por San Anselmo”. Este epistolario rearma una extraña epopeya que narra las aventuras de unos héroes desdoblados y sus percepciones alteradas en el resquicio liberador de ciertas drogas en momentos de desesperación o de dichosa quietud.
     Los dos buscadores exploran los caminos que unen el mundo social con sus interioridades nimbadas. Shepard es de rabiar en los extremos; Johnny conserva una exquisita calma zen, incluso en las circunstancias más difíciles de su vida.
     Las cartas ponen en juego una honestidad sorprendente. Como señala Palinuro en Una sepultura sin sosiego de Cyril Connolly, la amistad puede llegar a constituir, sobre todo si es duradera, “una observación constante” que destroza el muro inhibidor donde se refugian los sujetos del nihilismo, predicadores de la negación.
     Dark comprende que el drama de la personalidad del artista es encontrar el “yo verdadero”: “Creo que el sufrimiento de Sam siempre ha provenido de tratar de ser auténtico. A mí me parece que ha luchado siempre por eso – ser un auténtico vaquero, un auténtico señor de finca, un auténtico deportista, etc., y aun así siempre se ha sentido un impostor, que se rodea de ‘los verdaderos’ pero nunca es capaz de meterse en la piel de ellos. Él es ‘verdadero’, pero no se da cuenta de un verdadero qué”.
     Shepard, en cambio, nunca abandona del todo su postura “arrogante”, razón por la cual aconseja que Johnny publique sus libros cuanto antes. De inmediato tiene que abandonar la tentación de modificar al otro según su perspectiva individual, dejar de pensar en caliente: “Ahora tengo claro que tenemos dos vías de pensamiento, muy diferentes, acerca de escribir: para ti es un modo de vida y para mí es solo un oficio, como construir un buen bote o quizás hacer un silla”.
     Este libro se interroga por la búsqueda de la voz. Decía Leónidas Lamborghini: esa búsqueda recorre toda la obra de un poeta. Y en este viaje sentimental, novela epistolar escrita a dos voces, se escuchan además otras voces, otras resonancias: las de Samuel Beckett y Jack Kerouac, por encima de todas. La lectura es un asunto central. Los buscadores son lectores sagaces. Leen a sus autores favoritos a partir de una experiencia de lenguaje de la que participan diariamente. Shepard tiene un pequeño santuario de literatura en español: Machado, Borges, Felisberto Hernández, Rulfo, Bolaño, al que le dedica sus horas de senectud quintiliana. Podría decirse que Shepard y Dark son coartífices de eso que Piglia llamó “una tradición de lectura”. Un modo de leer que es funcional a sus proyectos de escritura. Dark copia y remite a su amigo fragmentos de la biografía de Gerald Nicosia sobre el bardo de Lowell; Sam, por su parte, confiesa que Beckett no lo anula como dramaturgo sino que, al contrario, lo estimula a escribir más: “Beckett te vuela la cabeza en un solo párrafo. Una voz desde el mundo de los muertos; el muerto vivo en su cama helada. […] Para mí él es pura inspiración hacia lo desconocido – las posibilidades parecen infinitas cuando lo leo y no tiene nada que ver con la esperanza de competir con él. Uno simplemente da por sentado que él está en una categoría completamente distinta”.
      En la nota que, a pedido de los editores, dedicaron a la edición argentina, los autores celebran que la traducción es “un medio para difundir las bondades de un arte glorioso que agoniza”. La mirada retrospectiva destruye la ilusión del que imagina haber vivido muchas vidas, esa especie de antídoto mental que nos protege de la conciencia de la irreversibilidad de los hechos, un bloqueo silencioso frente al chasco de la inmortalidad, la posteridad y los condecorados restos póstumos. En la vida no existen compartimentos estancos; el universo, mal que nos pese, es solidario y reacciona. La volatilidad con la que se presenta –en diferentes instancias de la vida– eso que parecía inconmovible y que de pronto es derribado puede resultar abrumadora. Es que vivimos, como quiso Kerouac, en “un mundo soplado por el viento”. Una relectura de lo vivido se transforma en una visión fuera del tiempo, tan extensamente como las dimensiones del lenguaje que la hizo posible.


Andrés Monteagudo
Buenos Aires, EdM, Marzo 2017
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